Estoy tan cansando, tengo tanto sueño, que no puedo dormir. Me gustaría cerrar los ojos y despertar en el otro lado, lentamente. Caminos cubiertos de hojas secas, cielos azules. El años dos mil veintitrés termina. Tengo sesenta años. ¿Qué significa todo esto? Nada. Lo mismo que los volcanes islandeses o las moscas que, a pesar del frío del invierno, en entornos cerrados y cálidos aparecen y viven un poco más sin saber nada. A mí me salva el amor, pero sin aspavientos. El amor tranquilo, cotidiano. El Alzheimer de mi madre sigue avanzando inexorablemente, pero todos, su marido, mi padre, y sus hijos e hijas, los ocho, más sus diez nietos, estamos ahí, amándola, amándoles. Esta mañana en Barbastro la temperatura estaba bajo cero, los coches cubiertos por el hielo como pequeñas banquisas de la antártida. Los martes trabajo por la tarde y al salir a la calle a las siete había niebla y mucho frío. He ido a comprar cuatro cosas y he vuelto a casa. Le he dado un beso en la boca a mi mujer. Hemos cenado un poco, algo entre comida y tapas. Y en este momento, horas después, he intentado dormir y, del cansancio que siento, no puedo viajar a caminos de hojas secas y caminos azules. No pasa nada, leeré un rato y caeré rendido. Tal vez las hojas secas del camino sean sustituidas por la arena del desierto, o por el asfalto de ciudades desconocidas, o por la superficie de planetas todavía no descubiertos. Me gustaría soñar con caballos. Los caballos lo mejoran todo, los amo.
miércoles, 20 de diciembre de 2023
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