martes, 22 de marzo de 2011

81

El otro día descubrí en la televisión, por casualidad, una magnífica película que he visto dos o tres veces a lo largo de mi vida: «El vuelo del Fénix», de Robert Aldrich. En ella se narra un accidente aéreo en un desierto árabe y las peripecias de sus supervivientes para salir de allí construyendo un nuevo avión con los restos del accidentado, para lo que cuentan con la supervisión de alguien que asegura tener los conocimientos necesarios y que, casi al final de la historia, resulta ser un maquetista de aviones de aeromodelismo. Espero no estropear el suspense de una película de mil novecientos sesenta y cinco si digo que al final consiguen su propósito, consiguiendo despegar entre las dunas con los náufragos tendidos sobre las alas en unas secuencias que, al verlas por primera vez en mi infancia, se grabaron en mi memoria para siempre. Hoy recordé esta película maravillosa leyendo la respuesta que un rebelde libio ofreció a un periodista británico cuando éste le preguntó si tenían preparación militar para enfrentarse al ejército profesional de Gadafi; la respuesta fue la siguiente: «No, pero hemos visto muchas películas de acción».

lunes, 21 de marzo de 2011

80

Cuando salgo del supermercado empieza a anochecer y estoy muy cansado. Mientras conduzco de regreso a Binéfar escucho en la radio que hoy es «el día mundial de la poesía». ¡El día mundial de la poesía! ¿Puede haber algo más estúpido? Apago la radio. Las luces brillantes de una gasolinera, en contraste con el azul cobalto de un cielo inmediatamente anterior a la oscuridad, la convierten en un cuadro de Hopper, una fugaz estación de luz en medio de un mundo que comienza a sumergirse en las sombras.

domingo, 20 de marzo de 2011

79

Me gustan las cebollas moradas porque son moradas. Me gustan los limones porque son amarillos, y los pimientos rojos porque son rojos. Me gustan las alcachofas porque son verdes. Me gusta el cielo que cruzan los aviones, tenga el color que tenga. Me gusta la pantalla en blanco antes de que las palabras, como pequeños insectos negros, comiencen a ocuparla.

sábado, 19 de marzo de 2011

78

Escuchando el adagio de la novena de Mahler hay momentos en los que sientes que tu corazón no va a poder empaparse más de tanta belleza, estremecido en el oscuro interior del pecho, palpitante corazón vivo, sangrante, mecánico, efímero.


Gustav Mahler - Sinfonia nº 9 - Adagio: Sehr langsam und noch zurückhaltend - Kurt Sanderling.

viernes, 18 de marzo de 2011

77

Conozco al hombre que se acerca a mi mesa, le atendí hace algo más de un año. Sujeta una pequeña carpeta de cartón contra su pecho y al sentarse sonríe nervioso y me da los buenos días. Yo le digo: «es usted apicultor». Entonces él, asintiendo con la cabeza, me dice: «ya veo que se acuerda, ya veo que se acuerda». «Hombre, no todos los días conoce uno a alguien que no se quiere jubilar con... ¿cuántos tiene ahora? ¿setenta y algo?», le digo, fiándome de mi memoria. Y el hecho es que este señor, que declara setenta y dos años pero aparenta sesenta y cinco, es un apicultor soltero, sin familia, silvestre, que continúa trabajando sus colmenas y no quiere saber nada de retirarse. «Todo el mundo me dice que soy tonto, ¿sabe usted? Me dicen que podría jubilarme y seguir trabajando lo mismo, como hacen todos, pero claro, ¿cómo iba a poder vender la miel y hacer facturas estando jubilado?». Yo le confirmo que no podría. «Además», añade, «gano bastante más dinero con mis abejas de lo que cobraría con mi pensión de autónomo, eso también se lo puedo decir, y es una cosa que me gusta mucho, la apicultura me gusta más ahora que cuando empecé, fíjese usted». Yo le digo que haga lo que más le apetezca hacer, que no preste atención a la gente. «Es que no paran, no paran, el otro día un joven del banco me dijo que si me ponía enfermo la seguridad social no me pagaría la baja porque ya soy muy mayor, ¿eso es verdad?». Yo le aseguro que no es verdad, que sigue de alta a todos los efectos, como cuando tenía treinta años, y que en caso de baja por enfermedad la seguridad social le pagaría igual que a cualquier otro trabajador. «Entonces la gente, ¿por qué habla? Parece que les dé rabia que no me quiera jubilar, como lo pienso se lo digo, fíjese». «Le creo», digo, «por desgracia vivimos en una sociedad en la que si uno se aparta un milímetro del rebaño todos le señalan con el dedo. Usted haga lo que quiera, si se quiere jubilar jubílese, yo mismo le haré las gestiones encantado, y si quiere seguir trabajando siga trabajando y que la gente diga lo que quiera». «Ah, pero yo me moriré en el monte, y escuche, eso es lo que quiero, eso quiero, morirme en el monte, se lo digo de verdad». Se queda callado unos segundos y antes de que yo pueda decir algo levanta la mirada y dice: «Además, si quiero seguir cobrando las subvenciones tengo que estar de alta, eso es así, ¿sabe?». Este hombre no tiene un pelo de tonto. «Mire, me piden un certificado de estar de alta como apicultor y otro de estar al corriente con la seguridad social, ¿usted me los podría hacer?». «Cómo no», le contesto, y entonces él abre su pequeña carpeta azul del tamaño de medio folio, extrae de ella unos documentos y para poder leerlos saca del interior de su viejo jersey unas absurdas gafas de plástico estampadas con las franjas blancas y negras de la piel de las cebras africanas. Parecen unas gafas de juguete, de broma, de carnaval, pero me doy cuenta de que los cristales que llevan son graduados, muy gruesos. Mientras el apicultor, con las surrealistas gafas de estampado de cebra instaladas sobre la punta de la nariz, lee en voz alta los documentos que le piden para poder cobrar una subvención por la miel de sus abejas, me sorprendo preguntándome mentalmente si no habrá encontrado esas gafas en el campo, sé que tiene miles de colmenas instaladas en estas comarcas y pasa los días ocupándose de ellas. Después me dirá que en su furgoneta lleva una pequeña grúa con la que las levanta y manipula sin tener que hacer ningún esfuerzo; después me dirá que recorre centenares de kilómetros al mes, a veces miles, a menudo por pistas y caminos; me dirá, como ya me dijo otro apicultor una vez, éste joven y en la flor de la vida, que si las abejas no existieran la civilización humana desaparecería en pocos años; me dirá que los agricultores de las plantaciones de frutales le piden que instale las colmenas en sus proximidades para polinizar los árboles; me dirá que después de tantos años y picaduras está inmunizado al veneno de las abejas, y para demostrarlo me mostrará unas manos no sé si regordetas o permanentemente inflamadas, todo eso me dirá dentro de unos segundos. Ahora me limito a contemplar con estupefacción esas gafas de cebra en el rostro serio y concentrado, venerable, y pienso: «he aquí un hombre libre».

jueves, 17 de marzo de 2011

76

Algún día saldré de la carretera e iré a alguno de los sitios que veo desde el coche. Buscaré los caminos que llevan a esos lugares y una vez allí, en el recodo del río Cinca donde una mañana vi un cormorán, en la cima de la colina de arenisca, en la sombría chopera de cultivo, en el camino flanqueado por cipreses que desciende entre bancales verdes, una vez allí me detendré y saldré a contemplar el tráfico de la carretera, finalmente al otro lado como en aquel cuento de Cortázar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

75

Estos días de lluvia han hecho crecer tanto la cebada que a uno le dan ganas de aparcar el coche en el arcén de la carretera y echar a correr por los campos con los brazos abiertos, dando saltos y volteretas.

martes, 15 de marzo de 2011

74

Si pienso en esos cincuenta ingenieros de la central nuclear de Fukushima que, mientras todo el mundo era evacuado urgentemente en un radio de veinte kilómetros a la redonda, se han quedado para continuar refrigerando con agua de mar los núcleos de los tres reactores colapsados, sabiendo, ellos mejor que nadie, que se exponen a un riesgo probablemente letal, sólo vienen a mi mente palabras que por una vez no suenan exageradas ni huecas: héroes, sacrificio, valor.

lunes, 14 de marzo de 2011

73

Luna. Bosque. Troya. Estos son los apellidos reales de tres mujeres a las que he atendido hoy en mi trabajo: Luna, Bosque y Troya.

domingo, 13 de marzo de 2011

72

Me despierto pasadas las diez de la mañana y me sorprende la luz que entra desde la calle. La lluvia de ayer ha dado paso a una atmósfera limpia y transparente. Después de desayunar iré a dar un paseo y comprar los periódicos y el pan. Me gustan las mañanas de domingo.