Cada domingo es un treinta
y uno de diciembre.
Cada minuto termina en
el segundo número sesenta.
Y nada se detiene.
domingo, 20 de octubre de 2019
Veinte de octubre
sábado, 19 de octubre de 2019
Diecinueve de octubre
Día de absoluto relax. Hemos ido a comprar a un centro comercial y, como quería cocinar un plato de abuela (calamares encebollados) hemos terminado comiendo a las cuatro y media de la tarde. Cuando nuestra hija viene a casa duerme lo que quiere y, como está tan delgada, intento engordarla un poco. Ayer por la noche cociné tortilla de patatas con cebolla, hoy calamares encebollados con una buena ensalada de tomate rosa de Barbastro, y para cenar truchas a la navarra con bacon hechas al horno y patatas fritas al estilo del yayo Antonio, su abuelo materno: poco aceite, muchas patatas y tiempo y sal. Ahora la tengo aquí al lado jugando con la Game Boy que le pusieron los reyes magos hace un montón de años. ¡Todavía funciona! Maite se ha dormido en la tumbona. Dentro de un rato todos dormiremos como troncos. Están pasando muchas cosas en Cataluña, en Siria, en el mundo entero, pero ahora mismo este es mi mundo: Paula juega a mi lado con su Game Boy de cuando era una niña pequeña y mi compañera duerme. Yo escribo mientras me tomo un whisky con hielo. Pronto me acostaré. Mañana será otro día.
viernes, 18 de octubre de 2019
Dieciocho de octubre
Paula ha alcanzado a tiempo el tren corriendo como una loca, los servicios mínimos de los cercanías que comunican el aeropuerto del Prat con la estación de Sants le han hecho llegar más tarde de lo esperado, pero cinco minutos antes de que el tren se pusiera en marcha ha logrado sentarse en su asiento. Ahora duerme en su habitación. Estamos contentos. Estoy contento por haberla podido abrazar y besar.
Pero estoy triste, sigo estando triste, por lo que está pasando en Barcelona. Y sí, sé que en en muchas poblaciones y barrios y lugares de Cataluña no está pasando absolutamente nada. Pero sí están pasando cosas. Las cuatro gatas y gatos que me leéis ya sabéis lo que pienso sobre el nacionalismo y sobre Cataluña.
Todos estamos bien aquí en Aragón, en Zaragoza, también en Barbastro. No soy pacifista, soy una persona pacífica, pero se me ocurren más de dos o tres razones por las que me volvería loco. El nacionalismo nunca será una de ellas. Para mí no. Bona nit.
jueves, 17 de octubre de 2019
Diecisiete de octubre
Suena el despertador del móvil. Le doy al botón que hace que suene más tarde. Escucho a Maite rondar por la casa. Me da igual. Yo quiero dormir un poco más. Finalmente, a la segunda llamada, me levanto de mala gana de la cama. Me miro en el espejo antes de mear. Mi cabello son tres explosiones de la primera guerra mundial. Le doy un beso en la boca a mi compañera desde los diecinueve años, que lleva horas despierta porque ella es así. Me siento en el retrete con el ordenador sobre el bidé que, maravillosamente, está frente a mí. Leo las últimas noticias, vacío mi colon con gran placer mientras las leo, luego pulso el botón, me lavo las manos y comienzo a preparar mi capuchino de cada día. Mientras la cafetera hace su faena me ducho porque no me gustan las bebidas calientes. Después de secarme coloco una rodaja de pan integral del día anterior en la tostadora eléctrica. Me visto. Mojo la tostada con aceite en el capuchino... Oh, no hay mayor placer. me limpio los dientes y salgo a la calle. El aire es fresco, vital, las nubes, a veces, flotan en el cielo a miles de kilómetros de altura.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Dieciséis de octubre
Nuestra hija Paula tiene un congreso en Alicante la semana que viene y, aprovechando la coyuntura, reservó un vuelo y un billete de tren a Zaragoza desde Barcelona pasado mañana, viernes, día de huelga general en medio de todo lo que está pasando. Le dijimos que, aunque perdiese el dinero, cambiase el billete de avión y fuese directamente a Alicante, que ya nos veríamos en Navidad, que el viernes probablemente no podría viajar. Desde Noruega las cosas se ven muy lejos y no nos ha hecho caso. Tiene veintiséis años, la hemos dejado por imposible (lo era con doce). Si no puede venir el viernes vendrá el sábado, y si no el domingo y nos veremos unas horas. No pasa nada.
Ya escribí ayer sobre la violencia. No tengo nada que añadir. Sólo una cosa: sigo amando a Cataluña. Su lengua, su paisaje, su gastronomía, mi mejor amigo es catalán. La amo tanto como odio el nacionalismo, cada vez más. El catalán, el español y el húngaro y el polaco y el ruso y el occidental. Mis ideales de adolescente siguen intactos y sigo pensando en un futuro federal y planetario. Vale, ya podéis dejar de reír a carcajadas. Lo sigo pensando, lo pensaré hasta mi muerte. Todos somos uno, sólo hay que visitar páginas de la NASA y visualizar imágenes de nuestro mundo para comprenderlo. Pero da igual. A mi edad he aprendido, hace ya muchos años, que nunca se convence de nada a nadie.
Hasta ayer estaba inquieto. Ya no. He decidido que ya no. Advertimos a nuestra hija. Se la va a jugar. Lo peor que puede pasar es que no aterrice en Barcelona o, al perder el billete del AVE a Zaragoza, tenga que pasar la noche en el aeropuerto o en la estación ferroviaria. Es una mujer hecha y derecha. No pasa nada.
Es increíble todo lo que está pasando en Cataluña pero no pasa nada. Me hierve la sangre pero no pasa nada. El monstruo que el nacionalismo ha alimentado durante todos estos años se ha despertado pero no pasa nada: pasa todo. Y lo que espero que no pase nunca.
martes, 15 de octubre de 2019
Quince de octubre
Me llamo Jesús Miramón, tengo cincuenta y seis años, y nunca me he pegado con nadie, jamás. No soy capaz de explicarlo, pero en situaciones en las que casi era inevitable siempre salió alguien en mi defensa, alguien que me conocía bien: primero mi hermano gemelo en el colegio, después, en el instituto, un amigo que se sabía casi de memoria el Juan Tenorio y le encantaba pelear a puñetazo limpio. Durante mi servicio militar un chico de Alfaro quiso pegarme pero yo le convencí, hablando, de que semejante posibilidad era algo absurdo, que yo desconocía su nombre y era ridículo que quisiera pegarme sin que él conociera el mío. Me llamó "fantasma" y se alejó sin saber muy bien qué hacer. Acabamos siendo amigos y adoptando una culebra de escalera que encontramos malherida en la pequeña balsa de agua del centro del polvorín de La Rioja donde fui destinado.
Y sí, así es como he llegado a esta provecta edad sin haberme pegado con nadie jamás. Mi hijo de veintidós años ya se ha pegado como dos o tres vidas mías, y ni se inmuta. No sé pegar pero creo que si se diera la situación sabría. Tampoco sabía follar y salió casi solo, mejor a la segunda que a la primera, y mejor a la décima que a la quinta. El instinto está ahí, y sé que podría pelear sin ninguna dignidad y acabar matando a alguien a mordiscos, a patadas, bestialmente. No por un accidente de tráfico, no porque mi vecino hace mucho ruido, no por una bandera ni, menos todavía, por una idea nacional. Sólo se me ocurre una circunstancia: que vinieran a por mi familia, que subieran la escalera frente a la puerta de mi casa dispuestos a violar y asesinar a los míos. Seguramente moriría en el primer segundo -ser un experto en películas bélicas no te convierte en un marine- pero pelearía sin reglas, desesperadamente, del modo más productivo posible.
Sé por qué escribo esto pero no lo quiero decir. Me duele demasiado. Casi puedo oler los incendios en Barcelona. No puedo comprender que personas adultas y formadas puedan haber sido abducidas por el nacionalismo y su paraíso. En los últimos años mi idea inicial que unificaba nacionalismo y religión se ha ido materializando frente a mis ojos y no soy capaz de comprenderlo. La violencia ha comenzado. Es obscena, íntima. Incendian contenedores y aplauden a los bomberos que acuden a apagarlos. Es la distopía, el absurdo absoluto. Es, en mi opinión, la ausencia total de la inteligencia sustituida por un instinto que sale de nuestra casa, pierde el rumbo, y acabará incendiando el primer piso de otra casa donde tal vez colgaba nuestra bandera.
Me llamo Jesús Miramón, tengo cincuenta y seis años y nunca me he pegado con nadie. Jamás. Y al final he dicho, como siempre, lo que no quería decir. Pero sufro cuando contemplo la violencia. Es como observar a través de una cerradura algo que no deberíamos haber visto nunca.
lunes, 14 de octubre de 2019
Catorce de octubre
Los truenos son tan constantes precipitándose unos sobre los otros sin que quepa un mínimo silencio, al tiempo que la lluvia, empujada violentamente por el viento, golpea de manera oblicua las ventanas y los muros de mi edificio, que puedo comprender perfectamente que nuestros antepasados creyesen firmemente, empujados por el miedo, siempre por el miedo, en dioses de los cielos y las altas montañas.
Incluso a mí, un ser humano habitante del siglo veintiuno, presuntamente racional, ateo aunque sensible a lo que me rodea, me alcanza esa tentación: oh, tormenta, deja de rugir como un lobo gigante porque das miedo, es verdad, pero, por favor, no dejes de llover, llueve aunque sea horizontalmente, pero llueve. En este hemisferio mi especie hace muchos siglos que aprendió a construir cuevas artificiales resistentes -a veces más, a veces menos, a veces inútiles- frente a tu ira, pero llueve.
Escucho ahora mismo que te alejas después de unas horas. Los millones de pianos desplomándose sobre las rocas viajan hacia el este junto a su cohorte de fuegos brillantes. Pero no te vayas del todo, déjanos un poco de lluvia, unas horas de lluvia, yo te lo imploro y, como sacrificio, procederé a consumir un vaso de bourbon con hielo que beberé en tu nombre antes de cenar.
domingo, 13 de octubre de 2019
Trece de octubre
Sé indiferente frente a lo que tú le eres indiferente. A la enfermedad, a la naturaleza, a quienes no les importas un pimiento, a lo que no está en tu mano controlar, a la inmensidad de lo que desconoces y te desconoce. Responde con la misma moneda pues morirás igualmente, más tarde o más temprano. Y a quien o qué le eres indiferente le sucederá lo mismo, sea mundano o cósmico.
La indiferencia puede convertirse en algo posible de sentir y hacer, un modo de retar al mundo sin rendirnos, aunque yo todavía no haya encontrado la manera. Persevero en ello. Es una filosofía antigua, la ataraxia, el estoicismo. Aunque yo le añado un poco más de acción, no demasiada, lo que cuesta escribir.
sábado, 12 de octubre de 2019
Doce de octubre
Dicen que lloverá. Yo recuerdo cuando en Zaragoza, durante las fiestas del Pilar, en mi juventud, hacía frío. Esta mañana, paseando junto al canal cerca de Barbastro, espantábamos los insectos a nuestro alrededor y sudábamos. De acuerdo, es cierto, lo sabemos: el cambio climático ya está aquí. Fin de la nota.
Mi próxima intención es dejar de señalar algo tan evidente para centrarme en la vida. Durante el paseo había abundancia de cuervos y tres o cuatro lagartijas han huido a nuestro paso. Sobre nuestras cabezas inmensos cumulonimbus a miles de kilómetros de altura flotaban en ese cielo azul que nuestra hija tanto echa de menos en Noruega. Porque ningún azul es igual a otro como ninguna palabra, incluso la misma, es igual a sí misma pues depende de las que la preceden y las que aparecen a continuación.
Me centro en la absoluta confianza de que quienes vivimos en desiertos y en el ártico sobreviviremos al cambio climático como sobrevivieron nuestros antepasados a las glaciaciones y los cambios climáticos, entonces sólo naturales, que acontecieron en nuestro planeta. No soy capaz de augurar el precio que pagaremos, tanto en vidas como en sufrimiento, pero sobreviviremos y aprenderemos la lección.
Y bueno, lo que queda claro es que en un sólo texto puede afirmarse algo y a la vez negarlo. Escribí hace segundos o minutos que dejaría de señalar algo tan evidente como el cambio climático para terminar hablando nuevamente de ello. Soy así. No os fiéis nunca de mis intenciones. De mí creo que sí podéis hacerlo, soy, en términos generales, una buena persona: ¿pero de mis intenciones o propósitos? No sabría decirlo.
viernes, 11 de octubre de 2019
Once de octubre
He salido del trabajo a las tres menos cuarto saltando las breves escaleras, corriendo y bailando por la acera mientras cantaba una bella canción frente a los (falsos) rostros asombrados de los viandantes.
No es verdad. Es viernes y estaba muy contento de tal dato pero no es verdad. Ojalá poder elegir a veces vivir en un musical. Ojalá poder elegir en qué tipo de género vivir según nuestras necesidades: modo tragedia existencial (no hace falta mucho esfuerzo); modo comedia inteligente (pereza), modo comedia idiota (la mejor); modo película erótica (oh, yes, quiero más); modo documental; modo género bélico (pero hace falta mucha inversión); modo ciencia ficción (hace falta todavía más inversión).
Si lo piensas en serio, el género musical es el más barato. Aunque hace falta música buena y, sobre todo, pertinente. O no, si tu musical es muy malo. Lo bueno de las creaciones malas es que no requieren de calidad, y, al fin y al cabo, la tierra acabará siendo tragada por el sol dentro de unos cuantos miles de millones de años. ¿Quién recordará nada de tu fracaso sísmico? Nadie. Todo desaparecerá junto al Quijote, las pinturas rupestres de Altamira, la música de Bach o Mozart y las recetas de Arzak, por no hablar de los sonetos de Shakespeare o películas como Tiburón. El futuro es un agujero negro.
Dicho esto: es verdad: vivamos el presente y un poco más allá. Es nuestra terapia si no queremos volvernos locos (a menos que seamos religiosos y creamos en la resurrección o la reencarnación -me descojono, sin perdón).
Vivamos el presente, exploremos la isla, el continente, el planeta, el sistema solar, el universo, pero no olvidemos nunca la cosa pequeña que somos y su previsible desaparición. Y no pasa nada, cada vez que parpadeamos desaparecen con toda probabilidad miles de civilizaciones en la inmensidad del cosmos. Algo parpadeará alguna vez por nosotros.