Mi hija me regaló estas navidades unos cascos que eliminan el sonido exterior. No sé cómo lo hacen, pero lo consiguen. Me los pongo y el mundo desaparece. Incluso aunque no escuche nada a través de sus auriculares, en su modo máximo de aislamiento apenas oigo nada. Era lo que quería: ser sordo artificialmente y a demanda. Porque a veces el mundo me abruma, los sonidos del mundo me abruman, incluso los más comunes. Adoro eliminarlos de mi cerebro. El tinnitus sigue ahí pero él solo, sin nadie más que yo, su enemigo vencido. Hace años me dijeron que me acostumbraría a esa presencia y, a pesar de no creerlo en absoluto al principio, así ha sido: forma parte de mi vida y, salvo que centre mi atención en él, ahora es casi invisible. Vivo con mi tinnitus, con mis muertos, con mis amistades desaparecidas en el trajín de la vida; vivo con mis olvidos y mis recuerdos a medias; con mi primer amor a los trece o catorce años -cómo será ahora, habrá formado una familia, será feliz, sólo al recordarla se acelera mi corazón y me estremezco. Vivo y duermo y me despierto, y hago lo que debo hacer, y sigo adelante. Los cascos que me regaló mi hija me ayudan a sentirme un gordo astronauta sujeto a la gravedad de la tierra. Ahora mismo podría haber un bombardeo y yo seguiría escuchando la cantata 147 del maestro Bach que tantas veces canté con la coral de Binéfar, ajeno a todo sonido exterior. Sé lo que soy. No oír voluntariamente los sonidos del mundo cotidiano me ayuda a ser más lo que soy, aunque eso me suponga algún susto cuando mi mujer me toca el hombro para decirme algo. Soy el que soy sin necesidad de ninguna zarza ardiente.
miércoles, 26 de enero de 2022
Cerbatana
Me digo que son épocas, temporadas, malas rachas, momentos. Y, en lo que me queda de inteligencia, sé o quiero saber que tengo razón. Imagino, por ejemplo, que vendrán otras distintas si sobrevivo a esta. Pero todos morimos en una época, en una temporada, una mala racha, un mal momento. Esto también es verdad. Hoy he tramitado la viudedad de una mujer casada con un hombre que ha fallecido por culpa del covid a los cincuenta y un años. Ella es de origen colombiano y se ha quedado sola con un hijo autista de dieciséis años. Épocas. Su marido murió en medio del tiempo, de una mala racha, cuando no tocaba. Porque ni el tiempo ni lo inesperado nos da respiro. Porque el tiempo es un maldito hijo de puta que nunca se detiene de verdad, ni siquiera cuando nos rendimos al sueño e inmediatamente despertamos en Nueva Zelanda, o en un velero en medio del Cabo de Hornos, o cabalgando en las praderas de Arizona, o trabajando en una mina romana como esclavo tras la invasión de mi pueblo, o cazando en el Amazonas con una cerbatana. El tiempo no se detiene jamás e, incluso mientras dormimos, cura y envejece al mismo tiempo nuestros músculos, nuestros huesos, nuestros órganos internos, nuestra memoria. Cura y envejece. Por eso no puedo fiarme de mis pensamientos. No, no, no: nunca. Lo que escribo, lo que pienso, sólo es un río sin verdadero sentido, como los ríos de verdad. Todo y nada puede suceder en cualquier momento. Debo prepararme para eso, debo aprender a prepararme para eso.
martes, 25 de enero de 2022
Entre las viñas
La ansiedad ha regresado. Ni siquiera el frío bajo cero de las mañanas en las que camino hacia el trabajo puede con ella. Conozco bien su origen y sé que debo aprender a combatirla sabiéndolo. Pero mañana por la mañana pondría un pie delante del otro hasta dejar atrás la pequeña ciudad y sus edificios, y pisaría sobre los charcos de hielo entre las viñas, y me tumbaría allí boca arriba, sobre la tierra esponjosa, vestido con mi ropa de invierno mirando el cielo azul, y cerraría los ojos durante un rato, mucho rato, durante todo el tiempo necesario.
lunes, 24 de enero de 2022
Los gorriones duermen
Voy a acostarme sin saber gran cosa de nada. Recuerdo un verso de un poeta polaco cuyo nombre no recuerdo que decía algo así como: "el grifo es pequeño / pero mi sed es inmensa como un océano". Me siento así. Los poetas saben decir esas cosas. Hoy he leído en un periódico que cada día el sol sale un minuto más pronto y se pone un minuto más tarde. Todos sabemos que a partir de enero y febrero aumentarán las horas de luz. Me gusta vivir en un hemisferio en el que existen cuatro estaciones. Bueno, cinco en mi caso. Me voy a la cama sin saber mucho más de lo que sabía ayer. El río Vero viaja hacia el mar frente a mi casa con un caudal de dos palmos de altura. Los gorriones duermen. Yo también dormiré.
domingo, 23 de enero de 2022
Nadie como tú
Zaragoza. Ya no tenemos andamios en la terraza y han cambiado los cristales rotos, aunque los nuevos son ligeramente de otro color y mi TOC se acelera un poco al verlos. Por la tarde, muy pronto, drama de mi madre con mi padre. Corriendo con Maite a su casa, de donde habíamos salido a las dos. Ella quería salir a la calle con el pijama y su marido, papá, se lo ha impedido. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Mi padre es una mala persona, lágrimas, estoy sola, todos estáis equivocados, os ha puesto en mi contra, etcétera. Alzheimer. Mi padre la ama y la cuida y se ocupa de la casa, la comida, la limpieza, todo. Tiene ochenta y cinco años. El próximo lunes daré de alta en mi oficina a una empleada de hogar, y todos rezamos para que la acepte y congenien y sea posible que mi padre tenga un descanso, porque ya casi no puede más. Me he ido del piso de mis padres a las seis y media. Ella ya estaba más tranquila, ni siquiera se acordaba de lo que había sucedido. Por mi trabajo sé que el Alzheimer es una enfermedad terrible, pero vivirla en primera persona es devastador. He salido de la casa donde crecí gran parte de mi vida agotado, literalmente reventado mentalmente. Y he estado tres horas. Mi padre está todos los días, veinticuatro horas siete días a la semana. Al llegar a nuestro piso me he servido un whisky con hielo. Me siento rendido: es el whisky, dos porros o dos pastillas de Lorazepam. Rendido, triste, ansioso y preocupado. No es una historia original. Miles de familias están pasando por lo que está pasando la mía. Yo mismo, por mi trabajo de informador de la Seguridad Social, he asistido a ese proceso, he escuchado historias como la mía. No consuela. Nunca existirá en este mundo nadie como mi madre, nadie como mi padre, nadie como tú o como yo.
sábado, 22 de enero de 2022
Camisetas con dibujos
Un lugar donde vivir. Alguien que me ame como soy, sin medias tintas. Las necesidades básicas y algunas pocas extraordinarias cubiertas con el salario de un trabajo que me gusta. El frío del invierno que precede a la primavera. Ver en la pantalla un dron de origen humano volando sobre la superficie de Marte. Poder comprar camisetas con dibujos y mensajes que me gustan. Poder comer lo que quiera. Amar. Ser amado. Ser una más entre las personas más afortunadas de toda la tierra.
viernes, 21 de enero de 2022
Calendario estelar
Cuaderno de bitácora. 21 de enero de 2022 según el calendario estelar de la especie humana. Navego a a través del tiempo. Nada que anotar hoy. Tengo mucho sueño. Avanzo hacia el futuro al margen de mi voluntad. Sé que así ha de ser. Floto mirando el cielo de día y también de noche. Soy, como tú, un viajero del tiempo. Todos somos astronautas.
jueves, 20 de enero de 2022
Algunas de las estrellas
Un nuevo día termina y, en un instante, se ha convertido en pasado, casi nada queda de él. Navegamos sobre aguas veloces. Los acontecimientos suceden y tomamos decisiones a cada momento. Vivir es así. No nos guía el destino sino el instinto, por eso al cruzar una calle miramos a iquierda y derecha antes de dar el siguiente paso. La inteligencia sabe manifestarse de muchos modos. Algunas de las estrellas que contemplo en el cielo nocturno murieron hace millones de años. Es importante saberlo.
miércoles, 19 de enero de 2022
Tortilla de chorizo
Estoy agotado. Los martes atendemos a los ciudadanos por la tarde. Sé que para mucha gente la atención e información de una pequeña oficina comarcal de la Seguridad Social es un trabajo que no requiere gran esfuerzo. Y no, no requiere esfuerzo físico, pero sí mental. Cada persona que se sienta al otro lado de la mesa, cada persona a la que llamas por teléfono, es distinta de la anterior, y sus consultas y problemas son también diferentes. Los martes, atendiendo por la mañana y por la tarde hasta las siete, son abrumadores. Como comentamos los compañeros medio en broma, al acabar no sabemos ni cómo nos llamamos. Los ciudadanos quieren, y así lo merecen, un trato humano de calidad, empático, educado, amable y eficaz. Yo llevo muchos años haciendo este trabajo y creo que he aprendido a desarrollarlo de ese modo, pero para ello he de poner todo mi corazón y mi improbable inteligencia en escuchar y saber qué debo hacer, cómo he de hablar, hasta dónde puedo llegar. Y se da la paradoja de que justamente todo esto que me agota es lo que me engancha de mi trabajo. He aprendido mucho de la vida de otras personas; he asistido a tragedias, a alegrías, me han contado cosas íntimas, a mí, a un desconocido, sabiendo que, como los sacerdotes, mi profesión me impediría dar datos personales, como de hecho así es. A las siete, cuando hemos salido de la agencia, ya era de noche. Exactamente parecían las once o las doce de la noche, y hacía mucho frío. He comprado cuatro cosas y he ido a casa, donde Maite preparaba sus clases en la mesa del salón, rodeada de papeles, el portátil abierto. Me he cambiado de ropa. Para cenar he cocinado tortilla de chorizo. Hemos cenado en la mesa pequeña delante de la televisión con una botella de vino tinto. La tortilla estaba buenísima. He dicho: "Si abriera en Londres un sitio donde sólo hiciera tortillas de chorizo me iba a forrar". La vida también está hecha de decir tonterías. Sí, estoy agotado y al mismo tiempo me siento bien. Es una agradable sensación semejante a la dulzura de las enfermedades leves, ese dejarse llevar por el abandono, flotando sobre el agua del río boca arriba viendo pasar las ramas de los árboles bajo un cielo azul de color azul. Todo está bien. Mi vida actual está llena de preocupaciones banales y otras importantes, pero todo está bien. La diferencia entre la vejez y decadencia de quienes fueron tus jóvenes padres y la erupción de un volcán o las lluvias torrenciales que lo arrastran todo a su paso no existe: son lo mismo. Me voy a acostar y leeré exactamente tres párrafos de la novela que tengo entre manos desde hace unas semanas antes de caer dormido y despertar en otro mundo fresco y nuevo, descansado como si la vida de este lado no existiera. Me gusta jugar a imaginar esas cosas. La vida también está hecha de imaginar tonterías.
martes, 18 de enero de 2022
El jabalí
Hoy he pasado todo el día con mi mejor amigo desde hace treinta y tres años. Ha venido desde Girona a pasar tres días en la Sierra de Guara y esta mañana he ido a Adahuesca para estar con él todo el día. Hemos caminado por el campo, hemos reído, nos hemos puesto al día de nuestras familias y, en realidad, absolutamente, ha sido como si nos hubiésemos visto ayer. En las zonas de sombra el campo estaba cubierto de hielo blanco, pero lucía el sol en el cielo. El campo en invierno siempre me recuerda a Chéjov. Las fincas de cereal estaban húmedas y blandas, y las ramas desnudas de los árboles parecían desprender un fulgor dormido en el cielo azul. Hemos venido a Barbastro a comer y luego, más tarde, hemos recogido a Maite y hemos ido a pasear por una ruta junto al río Vero que hay en un pueblo cercano que se llama Castillazuelo. Ha sido un paseo agradable. En algunos tramos había tanto hielo que era casi como pisar nieve, algo que me gusta mucho. Más tarde hemos venido a casa a cenar algo, tras comprar cuatro cosas en un supermercado. Ha sido en ese momento cuando he visto en el móvil los mensajes de mi grupo familiar, hablando del bajón de mi madre, de la situación de mi padre como imposible cuidador con sus ochenta y cinco años, hablando de posibles soluciones que actualmente se resumen en una: ayuda domiciliaria. La última vez que recurrimos a ella tuvimos que cancelarla porque mi madre no la quería, pero ahora el Alzheimer ha avanzado y tal vez nos lo permita. En cualquier caso durante la cena he compartimentado mis sentimientos. Es algo que he aprendido a hacer: compartimentar realidades y sentimientos, no mezclarlo todo como si fuese joven. No soy joven, y he reído muchísimo mientras la tristeza esperaba su turno en la cola. Lo mejor de Carlos es que con mirarnos nos basta para saber y para reírnos de nuestra sombra; lo mejor de Carlos es que él me quiere como soy y yo también a él como es. El amor de la amistad, como el de la pareja, es querer al otro como es, sin más, sin querer cambiar nada sustancial del otro. Bueno, en la amistad sin querer cambiar absolutamente nada del otro (en eso gana por goleada al amor romántico). He dejado a mi amigo en Adahuesca y he regresado a Barbastro. No se ha cruzado delante del coche ningún animal. La luna llena brillaba en el cielo como una lámpara de papel gigante, y también las estrellas en la noche helada. Al volver a casa, cambiarme de ropa y venir a escribir a esta mesa diminuta, en la cola de mi mente absurda le ha tocado el turno a la tristeza. He escrito a mis hermanos y cuñadas y cuñado. Es paradójico que hoy haya podido reír y ser feliz mientras en Zaragoza la enfermedad de mi madre avanza inexorable y sin piedad. Menos mal que allí están mis hermanos Javier y Carlos (sí: mi hijo se llama Carlos porque mi hermano se llama Carlos y mi tercer hermano, mi amigo del alma, se llama también Carlos). Ellos están sobrellevando el día a día entresemana. Los fines de semana vamos nosotros y mi hermana Susana y su familia. Algo sé: será el amor lo que nos ayude a pasar este puente, el que nos tenemos entre nosotros y el que les tenemos, infinito, a nuestros padres. Cuando haya que reír, reiremos; cuando haya que llorar, lloraremos. Somos vida, somos luz, somos los frágiles y fuertes eslabones de una cadena cuyo comienzo no podemos ver salvo en los álbumes de fotografías, y aún allí sólo los últimos metros de la larga línea que se pierde en el pasado. Todo sucederá. Lo que realmente me obsesiona es impedir el sufrimiento de mi madre, el de mi padre, pero ¿qué puedo hacer? ¿Cómo podemos impedirlo? Lo único que nos queda, como siempre, es el amor. Amor, amor, amor, amor. Compañía, tomar una mano que tal vez algún día no sepa quién eres, llevar comida a mi padre como hace Javier para que no tenga que cocinar, pasar la tarde con ellos en su piso como hace mi hermano Carlos, hacerles saber que nunca estarán solos, que siempre estaremos a su lado, hasta el final, queriéndoles con todo nuestro corazón. Tras dejar a mi tercer hermano en Adahuesca, de vuelta a Barbastro, he llorado un poco. No mucho, sólo unos kilómetros. La carretera tenía muchas curvas y en cualquier momento podía aparecer un jabalí.