miércoles, 20 de octubre de 2010

Vigésimo día

MI MUERTE

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.

Raymond Carver,
de Todos nosotros, 4ª edición, septiembre de 2007.

martes, 19 de octubre de 2010

Decimonoveno día

Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.

lunes, 18 de octubre de 2010

Decimoctavo día

Este granjero de terneros se parece muchísimo a Sidney Pollack. La joven de la gestoría es el vivo retrato de Anaïs Nin. Tengo un amigo en Binéfar que es clavado a Harrison Ford. En un planeta con una población de casi siete mil millones de seres humanos resulta imposible que cada uno de nosotros no tenga más de un sosias. Alguien idéntico a ti sale ahora de su casa en las antípodas, sube a una bicicleta y se aleja pedaleando sobre el asfalto mojado.

domingo, 17 de octubre de 2010

Decimoséptimo día

Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.

sábado, 16 de octubre de 2010

Decimosexto día

Hace quince días una señora de Barbastro me regaló una bolsa de almendras de su campo. Esta tarde las he cascado con un martillo, las he escaldado en agua hirviendo con sal para que la piel se suelte fácilmente al comerlas, y después de secarlas con un trapo las he tostado en la bandeja del horno. Todavía calientes estaban buenísimas. La señora en cuestión suele pasar con cierta frecuencia por mi lugar de trabajo, si vuelvo a verla ojalá recuerde decirle que no hubiese cambiado sus almendras recién tostadas por todas las trufas y todo el caviar del mundo. Se pondrá contenta y además es verdad.

viernes, 15 de octubre de 2010

Decimoquinto día

Alertado por el ruido, Carlos me pregunta si me estoy afeitando y yo le contesto que no, que sólo me estoy depilando el vello de las orejas. Mi hijo, intrigado, entra en el cuarto de baño. Sí, le digo, observa esta pequeña máquina, no parece gran cosa, ¿verdad? Pues de eso nada, aquí donde la ves se trata de una máquina tan inteligente que su mera utilización genera y asegura su propio porvenir. ¿Qué quieres decir, papá? Quiero decir, hijo mío, que una vez que has empezado a depilarte el vello de los oídos con una depiladora eléctrica deberás seguir haciéndolo hasta el final de tus días, porque los pelos crecerán cada vez más fuertes y visibles, ¿es o no es inteligencia artificial? Ah, y también sirve para eliminar los de la nariz... Eh, pero, ¿por qué te alejas haciendo muecas de asco? ¡No huyas, cobarde! ¡Algún día también tú te someterás a su poder! ¡Algún día!

jueves, 14 de octubre de 2010

Decimocuarto día

Conduzco de regreso de Lérida con el sol retirándose a la izquierda, su luz definitivamente otoñal iluminando los maizales, un campo de golf, las viñas de Raimat. No he puesto música en el equipo del coche y sólo se escucha el aire deslizándose sobre la carrocería, el ronroneo del motor diesel, mi respiración.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Decimotercer día

Observo conmovido el rescate de los mineros atrapados en Chile, las emocionantes escenas de su llegada al mundo exterior tras más de dos meses sepultados, y también las entrecortadas imágenes tomadas desde el interior del refugio que muestran a la cápsula de salvamento asomando milagrosamente en el techo de roca, esa estrecha cabina que, con un hombre en su interior, recorrerá seiscientos veintidós metros atravesando la tierra rumbo a la superficie, a la luz, al aire fresco y los seres queridos; esa cápsula que se llama Fénix e inmediatamente me hace pensar en Julio Verne.

martes, 12 de octubre de 2010

Duodécimo día

Llegué al retrete con el tiempo justo para arrodillarme y empezar a vomitar violentamente. Expulsé durante un rato lo que mi cuerpo rechazaba sin contemplaciones, me lavé los dientes y me tumbé en la cama hasta que tuve que correr de nuevo, algo que sucedió varias veces durante la noche, al principio para purgarme por arriba y después por abajo. Maite entró a consultar en internet y llegamos a la conclusión de que se trataba de una gastroenteritis viral, lo que por aquí se conoce vulgarmente como «una pasa», nada grave, dos días de adelgazamiento forzoso y curado, espero. Respecto a los vómitos y la diarrea: nunca deja de asombrarme que nuestro organismo pueda adoptar decisiones tan radicales al margen de nuestra voluntad.