martes, 4 de junio de 2019

Cuatro de junio

Nunca sé lo que voy a escribir en este diario. Me dejo llevar por el momento. A veces hay algo y a veces debo aguantar la respiración y bucear en el día, en el mes, en mi vida.

En la dureza de este proyecto está su pureza. Todo lo sedentario que pueda ser o no ser -vale, lo soy- a nivel físico dejo de serlo a nivel mental. Cuando se aproxima la hora mágica me arriesgo lo que sea necesario. A escribir algo sin interés alguno o descubrir una pequeña cosa bonita, uno de esos cristales de botella pulidos que el mar arroja a la playa como una joya barata y que a mí tanto me gustan. Siempre lo hago en el momento, nunca lo preparo, es una de mis obsesiones: ahora es ahora. Y si escribo una mierda me da igual porque sé, conozco demasiado bien, lo que nos espera a todos.

Mientras tanto disfruto de esta inquietud, a veces de esta premura, estos retos absurdos que me pongo sin ninguna necesidad. Bebo mis últimos sorbos de whisky y me despido de este día que nunca jamás volverá a existir. Jamás. No pasa nada. Hace poco cumplí cincuenta y seis años. Sólo me interesa la experiencia diaria de aprender y explorar y también, no puedo negarlo, el placer físico. Siquiera dure un instante. Siquiera sea imaginado.

Reconozco que esta noche he tirado de oficio. Y, si no habéis encontrado nada digno de ser leído, nada que os haya interpelado mínimamente, ruego que me perdonéis. Yo, por mi parte, me voy a dormir con el cuerpo y el cerebro infinitamente cansados. Buenas noches.

lunes, 3 de junio de 2019

Tres de junio

No volveré a ponerme pantalones largos ni zapatillas o zapatos hasta octubre. El infierno ha comenzado. Camisetas, pantalones cortos y sandalias. Y en casa sin camiseta, medio desnudo. Y por la noche desnudo del todo con las puertas y ventanas abiertas. Como un animal en el desierto del Kalahari. Porque el calor me convierte en un animal, quienes me conocéis desde hace tiempo lo sabéis. Nunca podría vivir en un país tropical, pero sería feliz en el círculo polar ártico. El calor es primitivo, simple, nos hace sudar, sufrir, no posee ni provoca inteligencia alguna. El frío nos obliga a pensar, nos reta a vencerlo y crear ropa, estructuras, nos ayuda a correr y caminar y movernos sin maldecir cada minuto. El infierno ha comenzado un año más. El ventilador de mi rincón ya gira como la hélice del biplano de un explorador del siglo XIX. Esta mañana en el trabajo pusimos en marcha el aire acondicionado por primera vez y las personas que entraban lo agradecían mucho. Lo único que me consuela es que, como mi propia existencia, también esto pasará y, con suerte, el frío volverá. Dentro de mucho, mucho tiempo.

domingo, 2 de junio de 2019

Dos de junio

El domingo desfallece de media hora en media hora aunque no me disgusta. Tengo un trabajo que amo y con un horario flexible -salvo de nueve a dos: ese espacio sagrado, el dedicado a las personas.

A pesar de todo, en aquel desfallecimiento existe cierta melancolía que nada tiene que ver con el trabajo, que nada tiene que ver con la terrorífica cercanía del verano, que nada que tiene que ver con los mosquitos o las noches tropicales que se acercan durmiendo frente al ventilador. Es otra cosa. De media hora en media hora desfallece también el tiempo que me fue dado para vivir y, si quisiera, como quiero, dar testimonio de él.

Todos, uno tras otro, flanquearemos la puerta, atravesaremos el río. Anochece. Canta un mirlo que también lo hace durante la noche cerrada.

La vida me envuelve. Yo soy la vida y quien teclea en este portátil porque estoy aquí. No siempre será así. Recuérdalo. No lo olvides nunca. Este ahora mismo es un regalo poco probable en la soledad del inmenso universo que existe, y tiene la misma solidez que tú y que yo. Carne, sangre, semen, deseo, culpa, memoria, sentimientos, instinto.

Ha cambiado la luz. Los sensores de las farolas de las aceras las encendieron. Yo sigo aquí sentado, buscando en mi cerebro las palabras que necesito para expresar lo que, a menudo, ni siquiera sé qué es exactamente. Soy un perro que huele aquí y allá, concentrado y al mismo tiempo dispuesto a seguir sin pensárselo dos veces una mariposa. Una muy pequeña y muy bonita, más ligera y más lista que yo, una que nunca alcanzaré.

sábado, 1 de junio de 2019

Uno de junio

Hoy me desperté espontáneamente a las siete, no sé por qué. Ya era de día. Fui al baño a hacer pis. Sabía que era Sábado. Volví a acostarme y me dormí de nuevo. Desperté a las diez y media de la mañana, fresco y radiante como un ababol.

Por eso, entre otras cosas, adoro los días festivos.

viernes, 31 de mayo de 2019

Treinta y uno de mayo

En mi trabajo informo y tramito maternidades, paternidades, altas en la Seguridad Social cuando los jóvenes comienzan a trabajar, la tarjeta sanitaria europea cuando viajan de vacaciones, jubilaciones y viudedades: la vida entera. Hay un documento que en España, no sé si en otros países sucede lo mismo, es como el Santo Grial: el Libro de familia. Los antiguos venían acompañados de fotografías en blanco y negro del matrimonio, y cuando voy a la fotocopiadora y las contemplo siempre me emocionan. Todas y todos parecen actores de Hollywood, jóvenes y con los peinados de entonces, hace tantos años. Y da igual si eran de los valles más remotos del Pirineo o del pueblo más cercano a Barbastro.

He observado también, comparando aquellas imágenes de juventud con las de los carnés de identidad actuales, que, de algún modo, siempre somos los mismos. Ellos, nosotros, los hombres, acaso nos deterioramos más, pero ellas siguen pareciéndose mucho a cómo eran hace sesenta o setenta años. Me conmueve profundamente.

Las solicitantes de las pensiones de viudedad suelen venir acompañadas de alguna hija o algún hijo, y cuando son muy mayores, ochenta, noventa años, aceptan las cosas como son. La gente de la montaña es dura. Si no fuese por la confidencialidad a la que me debo como funcionario público hace años que hubiese hecho una colección de esas pequeñas fotografías de los Libros de familia más antiguos. Esos bigotes a lo Clark Gable, los peinados inverosímiles de ellas. "De profesión: sus labores", pone en casi todos. Un trabajo documental que yo no puedo hacer pero que acaso algún joven cineasta sí podría desarrollar. Cómo hasta lugares como Plan o Cerler ya llegaban en los cincuenta y los sesenta los modelos de belleza de las películas norteamericanas. Eran ganaderos, agricultores, panaderos, albañiles, ellas siempre o casi siempre "amas de casa".

Intento atender a estas personas mayores con todo mi cariño y respeto, y cuando se levantan acompañadas de sus hijos y salen de mi edificio a veces vuelvo a mirar las fotografías del antiguo libro de familia y comprendo, y aprendo, y amo mi trabajo.

jueves, 30 de mayo de 2019

Treinta de mayo

Me empeño en tener esperanza. Me empeño en tener esperanza con la misma fuerza que en ser feliz. Uno no tiene esperanza o es feliz porque sí. Debe existir una voluntad, a veces innata y a veces aprendida. Y es una voluntad que debe ser alimentada a diario, como si fuese una mascota. Y hay que sacarla a pasear, darle lo que necesita, acariciarla. La esperanza y la felicidad jamás crecen por su cuenta. Nos necesitan.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Veintinueve de mayo

Caen, se precipitan, a veces se hacen esperar sensualmente, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses. Los años.

Hay algo bello en la indiferencia del tiempo, la libertad que nos concede para interpretarlo como queramos mientras hace su trabajo. Ningún verso ni sentimiento ni gran causa política o social impedirá que te acerque a tu definitiva desaparición del escenario.

Es la indiferencia de la naturaleza, de la lluvia, de los preciosos gorriones que buscan migas en el parque y morirán antes que yo. O no. Es bueno saberlo.

martes, 28 de mayo de 2019

Veintiocho de mayo

Hoy he cumplido cincuenta y seis años. Es algo que me fascina, porque mi frontera imaginaria durante mi juventud era el paso de un siglo a otro. Más allá era terra incógnita y aquí estamos, diecinueve años después.

Hasta antes de ayer no me gustaba celebrar mi cumpleaños. Ya sabéis que soy un tipo duro, de piel de elefante e hígado de cachalote, un hombre sin sentimientos, sin pasado ni futuro, un forastero entrando a caballo en un pueblo olvidado de Dios. Pero sutilmente poco a poco ha ido desapareciendo el pueblo, el caballo, mi hígado de cachalote y mi piel de elefante. Estoy en esa fase humana en la que me alegra cumplir un año más por una sola razón: podré seguir explorando, conociendo, escribiendo, haciendo fotografías, atendiendo a personas de todo pelaje y condición; podré seguir conduciendo mi vieja Picasso, podré viajar, podré oler el aire de la pequeña ciudad después de una furiosa tormenta de lluvia y granizo.

La vida es estar. La muerte es no estar después de haber estado. Hoy cumplo años porque estoy. Y recuerdo a usuarios y usuarias mías de mi trabajo que ya no están. Seres humanos de cuyas familias conocía y a quienes tuve que atender cuando partieron, a veces dejando niños pequeños sin madre o sin padre. La vida es estar y la muerte es no estar.

Ya sabes que los martes trabajamos por la tarde y mientras regresaba de la agencia me fijé en la cantidad de plantas que crecen en las aceras, en cualquier resquicio, en cualquier oportunidad. Después llegué a mi calle y me fijé en la luz del sol sobre la hierba junto al río Vero canalizado que cruza Barbastro, un río que sólo parece tal cosa cuando en las montañas llueve mucho o comienza el deshielo. El sol iluminaba las buenas hierbas como si fuesen diosas griegas y yo, desde la acera, las contemplaba consciente de estar allí en vez de no estar.

lunes, 27 de mayo de 2019

Veintisiete de mayo

Han sonado truenos lejanos durante unos minutos, parecía que íbamos a tener una épica tormenta de las que me gustan a mí, pero ha llovido un rato, apenas diez minutos, y nada más. Lo truenos han dejado de oírse. El ruido de una vieja furgoneta bajando por la calle y nada más. Así son las cosas por aquí.

domingo, 26 de mayo de 2019

Veintiséis de mayo

Lo que votamos en las elecciones señala el salario mínimo que empezarán a cobrar nuestros hijos cuando trabajen por primera vez a tiempo completo, la subida anual de las pensiones de nuestros padres o abuelos, la cantidad del presupuesto nacional que se invierte en becas, en investigación o en seguridad.

No comprendo que existan personas que no votan por pereza, por desidia o porque piensan que da igual. Las asignaturas obligatorias de sus hijos o la dotación del personal sanitario de los hospitales lo deciden los partidos y las personas a las que votamos. No hay nada más que podamos hacer. Votar. Yo, que nací mañana en 1963, voy a votar con un orgullo y una sensación íntima, personal, difícil de explicar.

Lo que votamos afecta directamente a nuestras vidas diarias. Y lo dice alguien que informa cada día a los ciudadanos de los cambios legislativos y los requisitos para acceder a las prestaciones de la Seguridad Social, en mi caso. Yo sé lo importante que es votar. Yo sé cómo las decisiones legislativas pueden cambiar la vida diaria de la gente.

Ahora, quiero decir: a estas horas, ya no hago proselitismo. Los colegios electorales cerraron hace tiempo. Sólo espero que nuestro país, como Portugal, emprenda un camino socialdemócrata que dé la espalda a las políticas neoliberales que nos condenan prácticamente a la esclavitud.

Me sorprende y me conmueve a la vez darme cuenta de que no soy tan distinto a la persona que era cuando tenía diecisiete años.