martes, 10 de septiembre de 2019

Diez de septiembre

Llovió muchísimo durante poco tiempo, hubo truenos, el cielo se oscureció y después, poco a poco, la lluvia se alejó a otro lugar. Me gusta la lluvia, y el olor de después. Volví a casa con mis sandalias intentando no mojarme los pies. Reventado otra vez. Me cuesta tragar las cosas. Mañana iré a mi médica a que me eche un vistazo. Espero que sea una laringitis y ya está.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Nueve de septiembre

Hoy el día ha comenzado muy bien aunque he dormido poco porque anoche me quedé a ver el partido de Nadal en el Open de Nueva York, y eso que cuando me fui a la cama, cerca de las dos, todavía no había terminado, pero me tenía que levantar a las siete y media. Las vacaciones terminaron y vuelven los horarios y el orden, más o menos.

Hacia las once u once y media de la mañana sentí la aparición del amago de un momento complicado, pero pude salir adelante sin recurrir a nada, centrándome en las personas que tenía sentadas al otro lado de la mesa, aunque al llegar a casa estaba reventado.

El día acaba bien. Bendita siesta. Carlos trabaja de once de la noche a siete de la mañana en la bodega de Viñas del Vero mientras dure la vendimia. Se llevará para recenar arroz que ha sobrado de hoy. Cuando llega a casa su madre y yo nos estamos preparando para ir a trabajar y él se acuesta. Es raro. Una vida al revés.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Ocho de septiembre

Hoy, felizmente, han finalizado las fiestas patronales de Barbastro. Las noches volverán a ser silenciosas y los petardos, en su sentido literal, desaparecerán del escenario sonoro. O eso espero. Esta mañana el caudal del canal junto al cual solemos ir a pasear los fines de semana había descendido mucho. Sé que es la Confederación Hidrográfica del Ebro la que decide esas cosas. Hemos comido algunas moras maduras. En el cielo no había una sola nube, todo era azul. Le he dicho a Maite que los primeros habitantes de Marte, si nacieron en nuestro planeta, echarían muchísimo de menos el azul puro y maravilloso del cielo terráqueo, por no hablar del verde de árboles, arbustos y campos agrícolas. Este cielo azul de tierra adentro, que no tiene nada que ver con el de la costa o el de Bergen, en Noruega, parece más alta, más inmenso, más maravilloso, y sé que si yo fuese uno de esos primeros astronautas sería lo primero que echaría en falta, por muy bonito que sea el cielo de color melocotón marciano. Luego echaría en falta las plantas, el zumbido de los insectos, el vuelo de los pájaros. Pero debemos explorar otros mundos y aprender a vivir en ellos. La nave se hunde lentamente, muy lentamente, pero tenemos que buscar nuevos horizontes, algo que, por otra parte, siempre hemos hecho como especie; algo que llevamos impreso en nuestro ADN. No sé muy bien cómo he comenzado alegrándome del fin de las fiestas patronales de Barbastro para terminar escribiendo sobre la exploración espacial, pero qué importa. Este es mi diario. Larga vida y prosperidad 🖖.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Siete de septiembre

Voces en la calle que me impiden dormir. Bocinas de coches. Petardos. ¡Estamos en fiestas! ¡Viva! Cuanto más viejo me hago más las odio. Tanta convención social, esa obligación de hacer ruido y pasarlo bien haciendo ruido y jodiéndome a mí el sueño. Pero no puedo hacer nada. Cerraré los ojos y rezaré para que se cansen. Fiestas patronales... Yo las prohibiría todas. Soy un malo de James Bond. Todas. Y también la Navidad. A tomar por el culo la Navidad, las fiestas patronales y la madre que las parió a todas. Soy la alegría de la huerta.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Seis de septiembre

Hace horas que los pájaros que viven cerca del río, en la maleza y árboles del otro lado, se han retirado. Duermen. Cuando mañana amanezca cantarán como si se hubiesen vuelto locos, aunque lo único que estarán haciendo es lo que deberíamos hacer nosotros: dar gracias por un día más en este planeta, dar gracias por seguir vivos y capaces de cantar y bailar y besar y ser besados.

Con los pájaros, como con las flores y plantas, me sucede que los que más me gustan son los silvestres y sencillos: gorriones, lavanderas, tórtolas turcas, palomas comunes, verderoles, cardelinas o aviones comunes. Prefiero un pequeño gorrión comiendo los restos de un bocadillo en un parque que un pomposo flamenco o un águila imperial. Y sé que es absurdo, porque ni el flamenco es pomposo ni el águila imperial, pero me permito estas inocentes tonterías que no van a ninguna parte.

Dejo jugar a mis pensamientos y mis dedos sobre el teclado. A menudo no hay nada mejor que dejarse llevar por el agua, por el viento, por el tiempo, sin oponer ninguna resistencia. Se parece a rendirse a la música.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Cinco de septiembre

Después de treinta y cinco días de vacaciones hoy he vuelto al trabajo. A los diez minutos mis sensaciones han sido las de alguien que nunca se hubiera ido. Y, lo que es más preocupante pensando en mi todavía lejana jubilación: me he sentido estupendamente. Focalizar tu mente en los demás la desvía de ti mismo. ¿Qué pasará entonces cuando deje de trabajar si no me he muerto antes, algo que no descarto en absoluto? Que tendré un arduo trabajo por delante. Más arduo de lo que pensaba. Hoy me he dado cuenta de que echaba de menos el contacto con personas desconocidas que buscan información. Lo mismo estoy un poco loco (já, un poco), pero recuperar ese contacto me ha hecho mucho bien a todos los niveles.

Me doy cuenta de que lo que hago permanentemente es ordenar el caos y lo impredecible. Saber que mañana tendré que madrugar, ducharme y abrir nuestro pequeño puesto de información comarcal me tranquiliza, me ancla al suelo más fuertemente que la gravedad. Me doy cuenta, tengo la sensación, de que en cualquier momento podría salir volando, flotando hacia la estratosfera hsta terminar helado y muerto por asfixia girando alrededor de mi casa redonda y preciosa y azul, los ojos convertidos en cristal.

Ordenar el caos. Escribir una palabra detrás de otra con la ridícula ambición de expresar algo pertinente. Dar testimonio de la navegación como los antiguos capitanes.

La noche llegó y, como llegó, se irá para dar paso a la aurora de delicados dedos sonrosados. Porque el planeta gira y palpitan nuestros corazones, y recordamos, y olvidamos, y amamos; porque en lo más profundo de nuestro ser, en ese lugar que los poetas se empeñan en desvelar, no sé por qué, sabemos que ya estamos muriendo. Que ya estamos muertos. Que el caos no existe, y menos todavía lo impredecible. Que lo único que existe es aquella única certeza.

Por eso es necesario dar testimonio. Sé que todo lo que me rodea, lo que amo, lo que odio, lo que me es indiferente, desaparecerá, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? Estoy vivo ahora mismo. Contemplo el mundo con un asombro infinito.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cuatro de septiembre

Esta mañana, cuando hemos vuelto de caminar junto al canal, hemos visto frente a la puerta de nuestro piso una barquilla llena de tomates, berenjenas, pepinos y pimientos. Enseguida hemos sabido, porque no era la primera vez, que aquello era un regalo de Ángela, nuestra vecina del piso de arriba. Para nosotros no puede haber una sorpresa mejor: ni dulces ni diamantes ni nada: productos de su huerto recolectados y agrupados para nosotros.

Yo conozco a Ángela, debido a mi trabajo de atención al público y porque Barbastro al final es un pueblo, desde hace años. Está jubilada desde hace tiempo y sus regalos: calabazas una vez, un montón de puerros en otra ocasión, el de hoy, son totalmente generosos. Le digo: "Pero, Ángela, ¿cómo podemos devolverte estos regalos?", y ella dice: "No hace falta, es que el huerto es así, cuando da lo da todo a la vez". Yo pienso: "Sí, es verdad, los huertos lo dan todo a la vez, pero podrías dejar que lo que no fueses a consumir se pudriera en el suelo y lo fertilizase, en vez de agacharte para recogerlo y regalárselo a tus vecinos de abajo".

No hay nada más maravilloso que la generosidad gratuita, aquella que consiste en dar sin esperar recibir nada a cambio salvo, acaso, un "gracias" dicho desde el corazón. Eso, por nuestra parte, lo tiene garantizado.

Qué bonito es tener vecinos así, buenos sin que ellos sean plenamente conscientes de que lo son, naturales sin tonterías. Ángela conduce uno de esos vehículos que no requieren carnet de conducir, una especie de cápsula que hace mucho ruido en el garaje. No cuida su aspecto, no se maquilla, es mujer de muy pocas palabras, es el tipo de gente que me gusta, y no por sus regalos del huerto, que también, sino por su potente y anónima personalidad.

Somos una especie gregaria, sociable; yo, con todo lo cascarrabias que soy, no puedo evitarlo: mañana, cuando levantemos la persiana de nuestra pequeña oficina comarcal del Instituto Nacional de la Seguridad social de Barbastro y comience a entrar la gente, toda mi energía física y mental se concentrará en ayudarles. En nada más. Tal vez, en algún momento, piense en Ángela y los regalos de su huerto, y el círculo quedará cerrado.

martes, 3 de septiembre de 2019

Tres de septiembre

Terminan los días de vacaciones. Pasado mañana me reincorporo a mi puesto de trabajo. Durante todos estos días ha habido de todo: días de felicidad, días de hermosa tranquilidad, y también días inexplicables de ansiedad y zozobra sin razón alguna. Quienes lo sufrimos sabemos.

Tal vez las vacaciones, para personas como yo, no son todo lo buenas que debieran, porque de algún modo mi mente necesita una rutina de obligaciones, sobre todo cuando, como en mi caso, se trata de atender a seres humanos y sus problemas y el reto de ayudarles. Tantos días sin ninguna obligación y con un calor que me impedía físicamente imponerme cualquiera, salvo cocinar, no han sido lo beneficiosos que yo imaginaba al principio. Pero todo está bien. A mis cincuenta y seis años siento que estoy aprendiendo lo que hubiera debido aprender a los treinta, y lo estoy aprendiendo tan bien que semejante sensación me da igual. Ahora es el momento.

Vuelvo al trabajo pasado mañana. Espero perder los dos kilos que he engordado, siquiera sea por el esfuerzo cerebral de empatizar y tratar de ayudar a los demás. Leí que el cerebro consumía muchas calorías. Qué tontería si al volver a casa lo primero que hacemos, mientras preparamos la comida, es siempre un vermú: cervezas frías, berberechos, boquerones caseros con ajo y perejil (hoy los he terminado, estarán listos mañana por la tarde o el miércoles).

Al final vivimos hasta morir, y da igual que montemos el mejor y más rápido corcel para escondernos en otra ciudad del país, como en el antiguo cuento. La muerte, allí donde estemos, nos alcanzará, ya no sin piedad sino sin un solo gesto. Está acostumbrada. Cada día siega miles y miles de existencias y no solamente de humanos, también de aves, insectos, árboles y líquenes. Para ella nosotros no somos más inteligentes que una hormiga recolectora del Amazonas. Somos vida que acabará en sus manos. Nada más.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Dos de septiembre

Hoy no ha habido verbena y el exterior de esta zona de Barbastro está tranquilo. Me asomo al pequeño balcón del salón y, a pesar de la contaminación lumínica, algunas estrellas lucen en el cielo oscuro. Me imagino asomado al puente de un barco. Me imagino asomado a un acantilado en el que rompen las olas del mar. Me imagino en el puesto de mando de una nave espacial. Me imagino a alguien asomado al pequeño balcón de su apartamento que vuelve al interior y viene al sitio donde escribe y teclea en el cuaderno de bitácora: "Hoy no ha habido verbena y el exterior de esta zona de Barbastro está tranquilo".

domingo, 1 de septiembre de 2019

Uno de septiembre

La pequeña orquesta suena frente al palacio de congresos, a veinte o treinta metros de mi apartamento. Está compuesta por dos personas, un chico y una chica, un teclado, luces y, claro, un sintetizador con todas las canciones grabadas.  La voz es en directo.  Unas cuantas parejas de personas mayores bailan. Tengo suerte de que en ese lugar se celebran las verbenas para personas mayores, porque eso significa que allá hacia las once ya habrá terminado todo. Ahora mismo la chica canta una famosa ranchera, antes fue "Quieres que bailemos un vals" de un cantante canario de cuyo nombre ahora no me acuerdo ni tengo ganas de buscar. Esto sí que es música clásica y no Mozart.

Odio las fiestas en general y las patronales en particular. Barbastro está en fiestas toda la semana. Esta mañana, junto al puente donde he tomado algunas fotografías de los edificios junto al río, estaban montando las ferias en la superficie de lo que durante el resto del año es un gran aparcamiento. Las ferietas: el último vínculo con la edad media y el timo consentido "porque son fiestas". Ahora se han arrancado con "No te vayas de Pamplona". Oh, misericordia.