A las seis de la mañana Carlos me despertó con un whatsapp pidiendo que fuese a buscarle a Binéfar, donde le había dejado la tarde anterior. Gruñí para mí mismo como el viejo cascarrabias que comienzo a ser, me puse cualquier cosa encima, bajé al garaje, subí al coche y salí al exterior. Me sorprendió no ver a nadie por la calle en una madrugada tan festiva como la del primer día del año, pero el hecho es que mi barrio de Barbastro aparecía absolutamente desierto. Al salir a la carretera el termómetro marcaba tres grados bajo cero. Conduciendo a través de las viñas me sentí perplejo ante la nitidez de la miríada de estrellas que cubrían el cielo nocturno.
Recogí a mi hijo y regresamos a casa. Durante el trayecto de treinta kilómetros apenas nos cruzamos con cuatro o cinco coches. Le pregunté qué tal se lo había pasado y me contestó que no había estado del todo mal, aunque -añadió- cada vez le gustaban menos las fiestas programadas. Por alguna razón pensé que todo estaba bien. El termómetro había descendido hasta los cinco grados bajo cero y, como si el frío tuviese el poder de la claridad, miles y miles de estrellas brillaban en el espacio exterior con una limpieza nunca vista, casi más propia de un planetario que de la pura naturaleza.
jueves, 1 de enero de 2015
Miles y miles
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2 comentarios:
Es como una llamada a pensar fríamente.
¿Pensar fríamente no es en cierto modo un oxímoron?
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