Vivo, como tantas personas de este país, en un apartamento de tabiques escuálidos. Hará dos o tres meses que llegaron mis nuevos vecinos, una joven pareja con una niña pequeña y otra a punto de salir al mundo. Cuando semejante milagro sucedió yo les tramité las prestaciones de maternidad y paternidad. Les dije que éramos vecinos. Ellos me dijeron que venían de Zaragoza.
No les dije que ya les conocía por la voz alegre de su hija mayor, una niña feliz a todas luces. No les dije que escuchar involuntariamente sus gritos de gozo cuando jugaban con ella me llenaba de felicidad a mí también.
Ahora se filtra a veces el llanto de la pequeña recién llegada. La felicidad de la hermana repentinamente mayor no parece haber disminuido, su voz aguda continúa alegrando el silencio de mi casa de soltero.
¿Cómo podría explicárselo sin que pareciese una perversión? A veces, sin poder evitarlo por culpa del grosor de las paredes, escucho las canciones que la madre le canta al bebé recién nacido. Me hacen llorar. ¿Cómo podría explicárselo?
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Intimidad
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6 comentarios:
Gracias por contárnoslo a nosotros. Un beso
Qué cuento tan hermoso, Jesús.
Gracias a vosotros, Elvira, Avellana. Un abrazo.
¿Una perversión?
Es verdad que estamos cada vez más locos, pero me cuesta creer que esto que nos has contado pueda llegar a ser malinterpretado.
Un abrazo.
Qué bien escribes, Jesús. Me encanta que hayas escogido perversión y no otra palabra.
Al final escribir no es otra cosa que elegir palabras. Gracias por el comentario, Paola.
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