Escribo esto en voz muy baja. Maite habla por teléfono con nuestra hija Paula en el salón. Puedo oír parte de su conversación. El río fluye cada día -cada día, cada noche, interminablemente- hacia el mar, pero sólo puedo escucharlo si abro la ventana, que ahora está cerrada.
Oigo risas de Maite, lo cual significa que todo va bien. Yo estoy aquí, en mi pequeño rincón junto a la cama, escribiendo en voz baja, asombrado de mi vida y de la vida de quienes me rodean e incluso de quienes viven al otro lado del planeta. Asombrado de la Luna y las nubes y la noche; asombrado de que mi corazón palpite como el motor de un coche sin la más mínima vacilación, preciso, sin errores; asombrado de haber nacido y amar y sentir esperanza sabiendo que moriré cualquier día de estos.
Escribo esto en voz muy baja. Realmente no comprendo nada y me doy cuenta de que escribo por eso. En mi viaje breve me acompañan los testimonios de otros que ya no existen, la maravillosa música de otros; las pinturas, sobre todo los retratos, de personas que ya no existen; las siluetas de manos en cuevas de hace miles y miles y miles de años.
Maite y nuestra hija han terminado de hablar y reír. Mi compañera pronto asomará en esta habitación para contarme lo que han hablado. Seguro que tendrá algo que ver con el amor. Regreso al mundo. Corto y cierro.
miércoles, 21 de marzo de 2018
En voz muy baja
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6 comentarios:
La maravilla de los movimientos caseros que describes. Lo que hay en la casa de noche, detrás de una luz de lámpara en la ventana... ese es el milagro. Gracias por hacernos recordar.
Gracias a ti, Raúl. Un abrazo.
qué real y qué sencillo es el amor a veces. y qué bien lo cuentas. gracias por compartir
(nuria)
Gracias a ti por leerme, Nuria. Y sí, el amor es casi siempre sencillo, cotidiano, sin aspavientos.
De los aspavientos siempre hay que desconfiar, ¿verdad?
¡Qué bien escribes, Jesús!
Un beso
Siempre, Elvira! Cuantos más aspavientos peor.
Gracias y un beso.
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