viernes, 2 de marzo de 2018

Manrique

A veces me parece escuchar
el llanto de un bebé
o los maullidos de un gato,
ladridos de perros todos los días
a las seis de la mañana,
el agua de otras duchas,
la orina de otras personas,
las televisiones de otras personas.

El río Vero, después de la nieve
del miércoles y la lluvia del jueves,
ha crecido tres metros
y se precipita hacia el lejano mar
convertido en chocolate que
arrastra ramas, troncos, objetos
flotantes.  Tú y yo
compartimos ese viaje.

6 comentarios:

Epolenep dijo...

Allá vamos!

Jesús Miramón dijo...

Y a toda velocidad! Nos espera el mar.

andandos dijo...

Cierto, eso hacemos, ser.

Un abrazo

Beauséant dijo...

el viaje es peligroso y lleno de mierda, cierto, pero al final del mismo espera el mar... no parece mala recompensa, ¿verdad?

Jesús Miramón dijo...

Y sin ninguna otra posibilidad, José Luis. Eso es algo en lo que no siempre caemos en cuenta. Vivir es nuestra única oportunidad en un, no sé, me lo voy a inventar, un noventa y cinco por ciento de las situaciones. Confieso que ignoro los porcentajes de suicidios de nuestro entorno.

Lo que quiero decir es: esto es lo que hay cada día, cada mañana al despertar, cada noche al acostarnos. A mi me parece algo asombroso.

Un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Y al final nos espera el mar. Un mar de átomos, de carbono, de energía, de disolución en algo más grande pero igualmente sometido a las leyes de la física. No es mala recompensa, es verdad. Un abrazo, Beauséant.