Último día de febrero, que es como decir último día de algo que no se sabe bien si es el último o no. Fue gris. Fui feliz -el año de pandemia mundial ha rebajado ampliamente los requisitos para cumplir esa definición. No he salido de casa desde el viernes ni me he duchado, me miro en el espejo y veo a algo parecido a un vagabundo de primera clase. Hoy cociné mucho: lomo a la aragonesa, pastel de brócoli con patatas y migas de bacalao al horno, lentejas, salmón al horno, empanadillas caseras. Ahora es de noche y me voy a acostar. Leeré un rato (El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, está bien pero no para echar cohetes). Me debo amor a mí mismo, porque lo merezco. No el amor de los demás, que lo tengo en abundancia y me hace muy feliz, sino el mío propio. Este siempre lo he echado de menos. No me quiero como debería. Quiero quererme pero es complicado: conozco todos mis pecados, todos mis errores, todas mi adicciones. Si yo fuera otro me querría como quiero a mis amigos de quienes también conozco todas esas cosas, pero soy yo. Qué injusto. Cerraré los ojos. Hoy quiero soñar con caballos.
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5 comentarios:
¡Oh, qué bien, has vuelto!
Me alegro un montón. Un abrazo.
Un abrazo. Yo soy el caballo y tú me espoleaste. Como te lo cuento. Siempre he sido un caballo.
Fantástico. Orgulloso de mis espuelas, entonces 😊
Siempre..
Con la cordillera, a la derecha, que nos separaba de lo inexplorado, en el coche del papa saltando huertos, casas, y todo lo que hubiera por el camino a Cascante…
Un abrazo hermano
Madre mía, entro tan poco en este sitio, este diario mío desde 2004, que no había leído este comentario de mi hermano. Sí, apoyábamos la cabeza en el cristal de la ventana del viejo Renault 8 e imaginábamos que paralelamente a nosotros cabalgábamos un caballo que galopaba saltando granjas, casas, canales de agua y todo lo que hiciera falta. Yo todavía estoy allí.
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