lunes, 1 de diciembre de 2008

Polvo de alas

A las seis de la tarde salgo del trabajo entorpecido por el (polvo de alas) peso de todas las personas con las que he hablado a lo largo del día: hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños traductores para sus padres extranjeros. Tantas palabras brotando de mi boca hasta quedarme ronco, tantos (compasivos, indiferentes, enternecidos, cínicos, indignados, lujuriosos, melancólicos) pensamientos. A las seis de la tarde salgo de la oficina y ya es de noche. Entro en mi coche, introduzco la llave bajo al volante, arranco el motor y se iluminan los instrumentos de color verde. Nunca deja de sorprenderme la (inevitable) sólida consistencia del vínculo que existe entre todos nosotros, (navegantes) seres humanos. Un vehículo me envía un destello de luces desde atrás, con un gesto de la mano su ocupante me pregunta si voy a dejar libre la plaza de aparcamiento, le digo que sí, pongo en marcha el intermitente, maniobro para salir, (vuelvo a mi casa) me voy.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Expedición

La expedición se detuvo lenta, imperceptiblemente: aquí un explorador de avanzada se demoró más de lo necesario ante el reflejo del atardecer en las nubes, allí un porteador escuchó por vez primera el sonido que producían sus pies en la nieve, ahí las dunas del desierto engulleron clanes enteros, allá otros se perdieron en bosques de bambú.

martes, 25 de noviembre de 2008

Noviembre

Mañana fría de noviembre. ¿Es posible que ya estemos en la última semana? Mientras en el microondas se calienta la leche en la radio advierten de la llegada de una ola de temperaturas glaciales, con nevadas a partir de quinientos metros de altitud. La luz es gris en la calle, gris sobre los tejados de las casas, sobre los coches aparcados junto a la acera. El microondas hace clink.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El sueño del erizo

El erizo se envuelve en su nido,
los patos vuelan matemáticamente
hacia el sur en el cielo
y en los tendidos eléctricos
en medio del campo,
como notas musicales y absurdas,
descansan pequeños pájaros negros
cuyo nombre desconozco.

Desde lejos viene la lluvia, desde lejos,
todo el mundo lo sabe.


Mas lo que nadie sabe es
con qué sueña el erizo
que duerme en su nido,
ni cómo es el sur en el cielo,
ni cual el dolor o el gozo
de tantas hojas rojas
sobre la tierra.

Desde lejos viene la lluvia, desde lejos,
y luego vendrá la nieve, tan blanca.

martes, 18 de noviembre de 2008

Que ahí viene

Hace mucho que la noche dio fin a las tareas de las grandes máquinas naranjas y amarillas, que con la llegada de la oscuridad dejaron de desbrozar las rectas franjas de terreno que dentro de algunos meses se convertirán en la autovía que recorreré cada día. A estas horas los trabajadores de chalecos reflectantes descansan en sus casas con sus familias. En la torre de la iglesia de San Pedro dormitan las cigüeñas que decidieron soportar aquí el invierno que ahí viene.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Después del ensayo

Ni la poesía
ni el dibujo
ni la fotografía
ni el cine
ni la gastronomía
ni el sexo
ni la religión
ni la investigación
ni el estudio
ni la medicina
ni la arquitectura
ni la paleontología
ni la novela
ni las playas
ni los prados
ni los caminos del campo,

sólo la música,
ella lo consigue.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Veinte

Por la tarde, a eso de las cuatro, me tumbo en la cama cubierto con una manta. Al cabo de lo que parecen veinte o treinta segundos una voz femenina se abre paso en la oscuridad: Jesús, Jesús, ¿sabes qué hora es? ¡Son casi las siete! Ya voy, ya voy, digo como un niño pequeño, y me doy la vuelta. En mi cerebro es por la mañana, en otro sitio, en otro momento. Vuelvo a caer en un pozo y en seguida, de nuevo: ¡Jesús, son las siete y media! ¿Hasta qué hora vas a dormir la siesta? Abro los ojos. Ella da la luz. La bombilla de uno de los tres brazos de la lámpara del techo está fundida desde hace meses, mañana la sustituiré. La calle está oscura como boca de lobo. Suena el teléfono. Ella desaparece en el pasillo. Escucho su voz que dice: "Soy su mujer, ¿qué desea?", y a continuación: "Verá, es que ya tenemos todos esos seguros, ahora mismo no necesitamos ninguno más. No. No. Se lo agradezco pero no, gracias". Cuelga. ¿Seguro que no es por la mañana? Entonces, ¿cómo se explica esta tremenda erección matutina? ¿Será su voz diciendo: "Soy su mujer, qué desea"? Oh, sí, me excita escucharle decir eso. Poco a poco vuelvo a la realidad y caigo en la cuenta de que Paula está en casa de una amiga y Carlos ha ido a un cumpleaños. Campo libre. En plena trempera matinera a las siete y media de la tarde la llamo por su nombre y le pido que venga. Anteayer cumplimos veinte años de matrimonio. Conozco cada centímetro de su piel. Sé cómo ir despacio y cómo ir deprisa. Es mi mujer. Yo sé lo que deseo ahora.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Compras de ciudad

El sábado por la tarde, cerca de las ocho, sucede: en un centro comercial repleto de miles de congéneres mi sistema límbico se derrumba después de unas cuantas horas de intensa actividad adaptativa: de pronto todos los seres humanos que me rodean me parecen deformes, tarados, escoria de sus moldes, repugnantes monstruos ajenos a su fealdad. Me apoyo en un pilar de falso mármol travertino e intento recuperar la cordura. Mi familia se da cuenta de que no camino entre ellos y regresa a buscarme. Mi mujer me dice que tengo mal aspecto, ¿te encuentras bien? No pasa nada, le digo, me agobia tanta gente, no lo puedo evitar. Mi hija me dice que parezco un paranoico, que siempre me pasa lo mismo en esos sitios (cuando lo que está queriendo y consiguiendo decir es lo siguiente: me estás fastidiando mi día de compras, papá, por favor, compórtate como cualquier otro padre generoso y aguanta). Mi hijo también está harto, lo sé, pero calla con aparente indiferencia porque va detrás de una pieza mayor (que finalmente conseguirá). Vete a casa, me dice mi mujer, tienes mal aspecto, vete a casa y descansa, cuando terminemos te llamamos y vienes a buscarnos, ¿te parece bien? Oh, me parece maravilloso, casi me dan ganas de arrodillarme y besarle los pies. Me alejo de allí lo más rápidamente posible sin que parezca que me persigue la policía. Cuando salgo del aparcamiento subterráneo pulso el botón que baja la ventanilla del coche y dejo que el frescor de la noche de Zaragoza despeje poco a poco mi mente.