Cuando caí enfermo de gripe, algo relativamente previsible teniendo en cuenta mi trabajo, decidí ponerme en cuarentena y mudarme al dormitorio de invitados de la buhardilla. Allí he pasado los tres últimos días, calenturiento y pasivo espectador del funcionamiento autónomo de mi organismo. Siempre me ha fascinado la distancia que existe entre nuestro pensamiento y nuestro cuerpo: mientras yo bebía litros de agua, dormitaba de día y leía de noche, mi sistema inmune, imperturbable y ajeno a los sentimientos, combatía con éxito contra el virus que se había infiltrado en mis células.
El verano no termina de acabar, sigue haciendo calor, las plantas florecen una y otra vez, los insectos van de aquí para allá sin saber a qué atenerse, quienes se precipitaron a cambiar la ropa de los armarios han tenido que volver a sacar las camisetas de manga corta. Yo no le digo nada a nadie, pero en mi interior siento un poco de miedo.
viernes, 9 de octubre de 2009
Cuarentena
miércoles, 7 de octubre de 2009
Que mi cuerpo luche
Dos días postrado en la cama con gripe. No recordaba lo mal que se pasa. Escalofríos, dolor de huesos, de cabeza, de garganta, debilidad, mareos. Duermo, me despierto y vuelvo a dormir. El tiempo adquiere otra densidad. Me ducho y a los pocos minutos ya estoy sudando otra vez. No puedo hacer nada salvo dejar que mi cuerpo luche.
domingo, 4 de octubre de 2009
sábado, 26 de septiembre de 2009
Opulencia
Los agujeros de mi vieja, suave, preferida camiseta azul de algodón. Media calabaza del huerto de un amigo asándose en el horno con aceite, sal y pimienta. La palmada de mi mujer en el culo al pasar detrás de mí. El enérgico comienzo del tercer concierto de Brandemburgo. Un whisky con hielo, ni el más caro ni el más barato. Esta inesperada y absurda sensación, clara, sencilla, de que el tiempo me pertenece.
lunes, 21 de septiembre de 2009
sábado, 19 de septiembre de 2009
La salamanquesa
Me has sorprendido aquí, entre el hibisco y la madreselva. Yo, guiada por un instinto millones de años más antiguo que el tuyo, me he quedado quieta, inmóvil, confiando en pasar inadvertida. Tú te has acercado lentamente hasta detenerte a una distancia prudencial, te has puesto en cuclillas para observarme mejor e, ignorando que soy un animal, has dicho: «Hola, pequeña». ¿Estás loco? ¿Acaso piensas que puedo comprenderte?
Después del ensayo
Después del ensayo con el coro vamos a tomar una copa en el Chanti. La terraza del bar está desierta y en su interior sólo hay seis o siete parroquianos. El frío que a mí me hace feliz espanta a la mayoría de la clientela.
Anotado por Jesús Miramón a las 01:30 | Después del ensayo
viernes, 18 de septiembre de 2009
Matinal
Las noticias en la radio de la cocina. El murmullo de las cañerías cuando se abren las duchas. El secador de cabello de Paula. El ruido del papel de aluminio al rasgarlo sobre el borde dentado de su caja de cartón. El clink del microondas. Anoche, por primera vez en dos meses, llovió durante varias horas. La luz ha cambiado.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Fuegos artificiales
Mientras escribo suenan los fuegos artificiales. Las explosiones retumban entre los edificios: ¡PUN-KA-PUM! (punkapum, punkapum, punkapum). Las hay secas y rotundas como obuses: ¡BOUM! (boum, boum, boum), y están también esos cohetes que se elevan con un silbido: FIIIIIIIIiiiiiiiiiiiiuuuuuuuu, hasta romper y abrirse silenciosamente en la oscuridad. Permanezco sentado delante de mi mesa. Los he visto muchas veces. Sin necesidad de cerrar los ojos puedo contemplar los fuegos artificiales en el interior de mi cerebro. Esto es algo que, incomprensiblemente, a todos los seres humanos nos parece natural. Cuando escucho la traca final pienso: «Ahora sonarán los aplausos», y suenan remotos, entusiasmados.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Una vida normal
Huyendo del ruido me he mudado temporalmente a la buhardilla, al dormitorio de invitados. Aunque mañana sea fiesta en Binéfar yo trabajo en Barbastro y tengo que madrugar. La cama está bajo una claraboya, y como en la planta de arriba se acumula mucho calor la tengo abierta para que se cree algo de corriente con la puerta de la terraza. El resultado es que los sonidos de las ferietas, todos esos bocinazos, micrófonos chillones y música machacona, se cuelan convertidos en un eco amorfo, indiferenciado, falsamente lejano.
Vuelvo a pensar en alguien que atendí por la mañana, una mujer que vive escondida en un pueblo del Pirineo, traumatizada y temerosa de ser encontrada por un ex marido que a punto estuvo de asesinarla. Los pequeños ojos me interpelan desde su desolación, gritan: ¿cómo ha podido pasarme algo así? ¿acaso no merezco una vida normal?
Anotado por Jesús Miramón a las 00:26 | Diario , Vida laboral