sábado, 30 de abril de 2011

120

Un pajarico se posa en una de las delgadas ramas del hibisco que veo desde aquí, en el interior de mi casa, al otro lado de la puerta de la terraza, mis ojos humanos ocultos en la oscuridad. Su corazón envuelto en suaves plumas canta confiado. Pienso que si tuviera en mis manos una escopeta de perdigones podría acabar con él en un instante. Levanto los brazos y dibujo en el aire el escorzo de lo que acabo de imaginar. Apunto a su cuerpo más pequeño que una pelota de tenis. El dedo índice de mi mano izquierda es mayor que él. Disparo. El pájaro canta todavía durante un rato, mira a la izquierda, mira a la derecha, y con un golpe de alas sale de mi campo de visión. No he cambiado la postura: mi brazo izquierdo recto, el derecho en posición de apretar el gatillo. El vello de mis antebrazos, a contraluz, parece hecho de hilos de oro.

viernes, 29 de abril de 2011

119

De todos los días que viviremos, ¿cuántos habrán merecido realmente la pena? De todo lo que dijimos, lo que diremos, ¿qué fue verdaderamente importante? ¿Tan difícil es aceptar que nuestra existencia, por lo demás extraordinaria, incomprensible, se nutre de sucesos banales, de fragilidad, de olvido, de polvo?

jueves, 28 de abril de 2011

118

En el lado izquierdo de mi cabeza el cabello crece un poco más débil que en el resto, es algo apenas perceptible que los peluqueros ven todos los días. Esto sucede por el peso de nuestra cabeza sobre la almohada al dormir de costado, el peso de nuestra cabeza soñando durante cientos, durante miles de noches.

miércoles, 27 de abril de 2011

117

Los chillidos de los niños en el parque se mezclan con el zureo de las tórtolas turcas. Una mosca se cuela en la casa zumbando como un pequeño bombardero que se hubiera perdido. La luz del sol se refleja en el suelo y me ciega, obligándome a dejar de escribir y levantarme para correr la cortina. Algunas de las fresas de las macetas han comenzado a madurar. Además de los aviones comunes que vi el otro día han regresado también los primeros vencejos de verdad, más grandes y oscuros que aquellos y con los que al principio siempre los confundía a pesar de ser tan distintos; es un espectáculo contemplar sus alas de guadaña ejecutando quiebros acrobáticos sobre los tejados y las antenas de televisión. Me pregunto si ya habrá despertado la salamanquesa que vive en mi terraza. Los días de invierno comienzan a ser algo remoto, lejano, casi legendario.

martes, 26 de abril de 2011

116

Detenido frente a un semáforo de Lérida observo las semillas de chopo flotando alrededor del coche. Mi hijo dice: ¡Parecen copos de nieve! Es verdad, le digo, son como copos de nieve. Cada año lo mismo, pienso, y cada año me sorprende.

lunes, 25 de abril de 2011

115

Yuri Gagarin subió a su esfera de acero, dijo "Allá vamos" y fue disparado hacia el espacio exterior. Era el primer ser humano en hacerlo e ignoraba si su cerebro se convertiría en fosfatina dentro de su cráneo o la nave estallaría en mil pedazos, pero lo que sucedió fue que subió y subió dejando atrás el planeta y, tras atravesar la delgada linea que divide la atmósfera del cosmos, se encontró de pronto flotando en medio de un extraño silencio. En el ojo de buey la tierra allá abajo parecía una canica de vidrio de colores donde predominaba el azul, más hermosa de lo que nunca hubiera imaginado. Fue entonces cuando sonrió por primera vez desde el comienzo de la misión, algo que no dejó de hacer durante los ciento nueve minutos que duró el vuelo. De regreso a casa la cápsula se desvió unos cuantos kilómetros del lugar previsto para el aterrizaje y Yuri Gagarin, tras salir despedido de la nave, descendió lentamente con su paracaídas sobre el campo de patatas de Anna Tajtárova, quien al observar su traje de color naranja y el casco blanco le preguntó: «¿Vienes del espacio?». «Sí», contestó él sacándose la escafandra, «pero no se preocupe, soy soviético». Una gran sonrisa iluminaba el rostro del hombre más valiente del mundo.

domingo, 24 de abril de 2011

114

El chaparrón ha venido y se ha ido como si tal cosa, refrescando el aire y empapando brevemente los tejados y las calles. Seguirá su camino hasta vaciarse.

sábado, 23 de abril de 2011

113

Espárragos naturales de Tudela simplemente pelados y cocidos (sin aceite, sin mayonesa, sin nada); alcachofas de Tudela cocidas, rebozadas y fritas; pimientos rojos asados con leña; costillas de cordero, panceta de cerdo y chistorra a la brasa de sarmientos... Cada vez que voy a comer al huerto de mis padres recupero mi oxidado patriotismo.

viernes, 22 de abril de 2011

112

Fuimos de tapeo con mis hermanos. La noche estaba fresca pero se podía comer y beber en las pequeñas barras de la calle. Alrededor del Tubo, una de las zonas con más tabernas y bares de tapas de Zaragoza, desfilaban pasos de semana santa, capirotes y bombos y tambores. Cuando volvíamos a casa nos cruzamos con una procesión en el Paseo de la Independencia y nos quedamos un rato. Grabé el sonido y al escucharlo esta mañana comprendí por qué las procesiones me daban tanto miedo de pequeño.

jueves, 21 de abril de 2011

111

Corroboro que mis vínculos con Zaragoza, más allá del hecho de que aquí viven dos de mis hermanos, han desaparecido con el paso del tiempo. Poco a poco, a medida que voy cumpliendo estaciones, aprendo que, a pesar de la importancia que nos podamos conceder, no dejamos rastro en los escenarios de nuestra vida, pues así como nuestras huellas ocultan las de quienes pasaron por allí antes que nosotros, en cuanto nos hemos ido otras huellas nuevas rompen y difuminan las nuestras. Hace algunos años, durante una de nuestras visitas a esta ciudad, quise pasear por el barrio donde vivimos y pude constatarlo una vez más: allí estaba la parada de autobuses urbano a cuyo tráfico y sonido de apertura y cierre de puertas neumáticas llegamos a acostumbrarnos, allí estaba la bodega donde compraba vino y whisky, allí la tienda de chuches, los árboles del paseo Fernando el Católico que veíamos desde nuestras ventanas, la plaza de San Francisco donde tomábamos el vermú cada fin de semana; los lugares permanecían, sí, pero no quedaba nada de nosotros en ellos, y esto era algo que yo podía sentir, con cierta tristeza, en el tuétano de mi imaginación.