sábado, 6 de octubre de 2012

Después del ensayo

Después del ensayo acudimos al garaje de Aurora, donde desde hacía horas amigos y familiares celebraban su última noche de soltera. Aurora es compañera del coro y mañana cantaremos en su boda, lo mismo que hicimos el año pasado para su hermana Nuria, también soprano de la coral. Me gusta mucho cantar en este tipo de celebraciones donde la música es un regalo.

Pero la música siempre es un regalo. Durante el ensayo mi mente se recuperó de un día terrible: a media mañana sufrí una crisis que me expulsó del trabajo cuando más personas estaban esperando. Temblor, vértigo, palpitaciones, los síntomas ya conocidos. Nunca pensé que mi mente, es decir, yo mismo, podría hacerme daño, y esto es algo que me está costando aceptar.

Pero la música siempre es un regalo, es cierto. Durante el ensayo, concentrado en las partituras, en mi directora, en mis compañeros, la ansiedad fue desapareciendo poco a poco, vencida temporalmente por el placer, la alegría y las emociones positivas.  La música es un regalo y un bálsamo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Irrepetible

Las ocho de la mañana. Recuerda que nunca existió ni existirá un día como el de hoy. Todo es irrepetible.

sábado, 29 de septiembre de 2012

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Heridas de guerra

Es un hombre flaco de cabello rizado, rasgos suaves y ojos tan expresivos que parecen maquillados. Desde primera hora de la mañana deambula por Barbastro hablando solo, siempre solo. A veces se asoma a nuestra agencia, se encoge de hombros, agita los brazos, masculla algunas palabras incomprensibles y se va. El otro día un compatriota suyo que le conocía me dijo que se trataba de una persona muy enferma, me contó que a veces entraba en la mezquita y gritaba que todos los hombres son malos, unos asesinos. «Él fue soldado en la guerra y vio cosas feas, cosas que nadie debería ver, cosas que le volvieron loco», me contó.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Ya nos conocíamos

Fue toda una experiencia ver a Giovanni esperando en la puerta del Chanti el sábado por la tarde. Giovanni y Aafke y José Luis e Isabel. Me aproximé a ellos absolutamente emocionado, conmovido, nervioso, y unos segundos más tarde fue como si aquellos amigos holandeses y yo nos conociésemos de toda la vida. Así es este territorio mágico de la red. Se lo dije a Giovanni mientras nos sentábamos ante una de las mesas donde repongo fuerzas cada viernes después del ensayo: "Ya nos conocíamos".

viernes, 21 de septiembre de 2012

La inminencia

El verano se resiste inútilmente con estos días cálidos. ¿No sientes en el aire un temblor, cierta inquietud anhelante donde se mezclan la nostalgia y la esperanza? Es la inminencia, la frontera, la curva de la carretera tras la cual aparecerá el mar. Yo siempre me sentí cómodo allí.

martes, 18 de septiembre de 2012

Tan tonto

Los dos pequeños murciélagos vuelan juntos de un extremo a otro de la calle iluminada por las farolas. Más arriba no se ve una sola estrella en el cielo cubierto de nubes oscuras. Respiro. No siento pena ni alegría, sólo respiro. Por la mañana los feriantes ya habían desmontado sus instalaciones y emprendido camino rumbo a las fiestas de Monzón, a diez kilómetros de distancia. Respiro y siento que casi todo es tan tonto, tan banal, tan absurdo. Todavía no ha llegado el frío de verdad, el frío que me convertirá en una persona. Busco a la salamanquesa en la terraza pero esta noche no se deja ver. Ella también respira, también consume su oportunidad. La plaza junto a la Residencia de día está desierta, ya no se escuchan grupos de jóvenes haciendo botellón y fumando porros. El verano ha terminado.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cataluña

Llegué a Cataluña una mañana de diciembre de mil novecientos ochenta y siete tras viajar durante toda la noche en uno de aquellos trenes expresos que atravesaban la península ibérica de punta a punta. La estación de Gerona estaba situada en un paso elevado sobre la ciudad. Recuerdo que salí del vagón y tras descender unas escaleras me encontré en una plaza ajardinada. Era tan temprano que la cafetería del parque todavía no había abierto. Recuerdo que me detuve allí en medio con mi maleta a los pies sin saber qué dirección tomar. Nunca olvidaré aquella sensación de libertad, aquella gozosa incertidumbre. Había tanto que aprender.

Tres días más tarde había alquilado un pequeño apartamento en la calle Mare de Déu de la Salut. Era tan caro que pagarlo me impedía salir de copas por la noche como hacían algunos de mis compañeros de trabajo, algo que me daba igual porque deseaba fervientemente vivir solo.

Todo era nuevo para mí. ¡El idioma para empezar, nadie me había advertido de que en Gerona todo el mundo hablaba catalán! Sé que ahora resulta ridículo decir algo así, pero confieso que no esperaba aterrizar en un país tan diferente. Aquellos primeros días de diciembre, fríos y lluviosos, dejaron en mí una poderosa impronta. Tanto como la patente y cotidiana realidad de su lengua ignoraba la belleza de las callejuelas y rincones del Barri Vell, el Call, los puentes sobre el río Oñar. Gerona, mi primer destino como trabajador de la Seguridad Social, había resultado ser un lugar mucho más insólito y hermoso de lo que hubiera podido imaginar.

Aquel mismo año M. aprobó sus propias oposiciones obteniendo una plaza de profesora en un pueblo muy cerca de Tarragona. Algunos fines de semana ella venía a mi pequeño piso y otros iba yo al suyo, un apartamento diminuto que se asomaba al puerto industrial de la ciudad. Todavía guardo en mi memoria las luces de los petroleros flotando como naves espaciales en la oscuridad de la noche. Teníamos veinticuatro años y, además de follar sin parar, queríamos explorar juntos todo lo que la vida quisiera traernos. Aquellos fueron algunos de los años más felices de mi vida.

Ya no vivo allí pero amo a Cataluña. La amo y, como suele suceder en el amor, la admiro. Hablo su idioma, una lengua que me encanta practicar a la mínima ocasión. Me gusta su especial sentido del humor, su sentido común, su manera de ser, su modo de enfocar los problemas. Dos de las amigas con las que me reúno cada noche de viernes en el Chanti son catalanas, mi mejor amigo es catalán y cuando digo mi mejor amigo estoy queriendo decir mi cuarto hermano, una de las personas a las que más quiero en el mundo. En realidad yo mismo me siento un poco catalán como me siento un poco irlandés y un poco aragonés y un poco navarro. Lo digo y lo diré donde sea menester: amo a Cataluña.

No sé qué sucederá en el futuro. El otro día miles y miles de personas salieron a la calle pidiendo la independencia. Hay una parte de la población de Cataluña que no quiere seguir siendo española y puedo comprenderlo, ¿cómo gobernar los sentimientos? En cualquier caso ellos decidirán qué quieren ser y ése es su derecho. Yo, como amigo, lo respetaré sea cual sea el resultado.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Mocos y todo eso

El ataque me sobrevino en el pasillo de los lácteos del supermercado. Estaba a punto de colocar una botella de leche en el carro cuando de pronto mi cuerpo entero entró en caída libre: sudor frío, náuseas, un peso en el pecho, ahogo, un pitido agudo en los oídos que, sin embargo, no me impedía escuchar los latidos de mi corazón desbocado; vértigo, irrealidad, la inminencia de la muerte. Recuerdo que miré a mi alrededor y vi a una señora que observaba los yogures. Pensé: «Ella será la primera en asistirme cuando caiga al suelo». Pensé: «Llevo la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y sabrán quién soy». Pensé: «Pobre M., se quedará sola». Luego, no sé por qué, recordé lo que personas queridas me habían contado sobre sus crisis de pánico y tuve la certeza de que eso era lo que me estaba pasando a mí, así que me apoyé en una columna e intenté respirar como hacemos antes de los ensayos del coro, lenta y profundamente. Funcionó. Poco a poco sentí cómo mi mente se alejaba a regañadientes del abismo, enfadada al no haberse salido con la suya. No me resultó fácil acabar la compra y conducir hasta Binéfar pero, por extraño que parezca, estaba empeñado en hacerlo y lo hice.

Al día siguiente Ana, mi doctora, me confirmó lo que yo había sospechado. Me dijo que mi ataque de ansiedad había sido de manual. Yo, todavía desconcertado y blando, lloré un poco. No mucho, sólo un poco, lo que no pude impedir a pesar de todos mis esfuerzos. Llorar de verdad, llorar con lágrimas, mocos y todo eso, siempre se me ha dado fatal.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Amanecer

Abro los ojos al amanecer. En el rectángulo pálido de la claraboya un avión traza lentamente su estela a pocos centímetros de la luna.