lunes, 15 de diciembre de 2014

De talleres y mercenarios

Me gustan los talleres. No los literarios, desde luego, y todavía menos los poéticos (un momento: me retiro a vomitar); no, me refiero a los de verdad: carpinterías, fábricas, obras en construcción, garajes mecánicos, etcétera.

Lo pensaba esta tarde mientras esperaba a que alinearan la dirección de mi vieja y leal Picasso. Los mecánicos del taller de Citroen en Barbastro, donde me conocen desde hace once años, me permiten deambular de aquí para allá echando un vistazo mientras no moleste demasiado. Uno llama mi atención y pregunta: «¿Llegaré a cobrar la jubilación? La cosa está jodida, jefe. ¿Sabes qué haría yo? ¡Colgar a todos los políticos de las farolas de la calle!». Desde que le conozco, bastante antes de la actual crisis económica, siempre habla en esos términos. Como suele decir, él lo veía venir.

Admiro profundamente a las personas que saben fabricar y arreglar cosas. Yo, aunque parezca mentira, provengo de su estirpe: mi padre posee la sabiduría necesaria para levantar un edificio entero desde los cimientos hasta los cuartos de motores de los ascensores: albañilería, estructura, fontanería, electricidad, todo; y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo. Recién llegados a Marte no me cabe la menor duda de que él sería infinitamente más necesario que yo.

Observo cómo el mecánico conduce mi coche fuera de la elevadora y se lo lleva a hacer una prueba. Siempre me llama la atención lo bien que suena su motor cuando ellos lo aceleran, es casi como si ella disfrutara más en sus manos que en las mías, ¡en sus manos mercenarias que pronto pasarán a otro vehículo sin recordarla nunca más! Ah, las eternas e injustas reglas sentimentales del mundo.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Algo así

Maite y Carlos se han ido -la primera a Zaragoza, el segundo a Huesca- y un domingo más me he quedado solo. No me asusta la soledad: me gusta la soledad. De algún modo. Hasta cierto punto. Algo así.

Salgo a la galería a poner una lavadora y me asomo un momento a la calle donde brillan los adornos luminosos de navidad. No odio la navidad: sólo me aburre soberana e indeciblemente; no odio la navidad, lo que sucede es que me produce una melancolía vergonzante, indebida y culpable.

Pero hay en ella algo que a mí, ateo discreto y sin pretensiones, aún me emociona como cuando era un niño: la imagen del hijo de un dios todopoderoso naciendo furtivamente en un establo en lo más crudo del invierno.  La reflexión y la poesía que semejante relato expresa nunca dejó de conmoverme. Todavía lo hace.

jueves, 11 de diciembre de 2014

El señor Spock

Es un hombre pálido y de cabello blanco y escaso que se ayuda de un bastón; viste pantalones de tergal, jersey sobre camisa blanca y abrigo de paño de color gris.  Se acerca a mi mesa, le doy los buenos días, le pregunto en qué puedo ayudarle y se presenta formalmente antes de sentarse en una de las dos sillas amarillas: «Soy R. C. y tenía cita previa a las once y veinte».

Viene con dos propósitos, el primero informarse del importe y demás características de la probable pensión de invalidez que el tribunal médico va a valorarle próximamente, y el segundo darse de alta en el nuevo servicio de usuario y contraseña que la Seguridad Social española ha habilitado en su página de internet para que los ciudadanos puedan efectuar todo tipo de trámites desde su casa sin necesidad de acudir a nuestras agencias.

Me informa de que fue diagnosticado de leucemia y ahora se encuentra en pleno proceso de recuperación tras un autotransplante de médula.  Le pregunto cómo se hace eso y me explica con todo lujo de detalles técnicos el proceso: la extracción de su propia sangre, el tratamiento y cribado de sus células, su congelación a -160 grados, el duro tratamiento de quimioterapia y la posterior reintroducción de la médula sana con la esperanza de que sustituya a la enferma .  Me cuenta que por ahora todo parece ir bien pero no se atreve a adelantar resultados concluyentes o, como él mismo expresa: «Ni siquiera me atrevo a imaginar el oso».

Para darle de alta en la oficina virtual de las administraciones públicas le pido un número de teléfono móvil y su dirección de correo electrónico, que resulta ser spock(...@.......).es.  Aparto la mirada de la pantalla y le miro con gesto de curiosidad, gesto al que mi cliente responde sonriendo con los ojos pero no con el resto de su rostro de sesenta años sobre el del ser humano de cincuenta que es en realidad.  «Esta noche emiten Stark Trek en Antena3», dice, «es la versión de 2009 de J. J. Abrams con los actores nuevos».  «La he visto», le digo, «me gustó mucho. Claro que, como sucedía en la versión original, Spock se come con patatas al capitán Kirk».  «Estoy de acuerdo con usted», dice él, y sonríe con todo su rostro por primera vez.

Cuando se levanta para irse y me ofrece la mano pienso en lo afortunado que soy de trabajar en un lugar que me permite conocer fugazmente a tantas personas distintas, únicas e irrepetibles.  He de reprimir la tentación del saludo vulcano tras sentir su mano fría en la mía, siempre tan caliente.  «Mucha suerte, señor Spock, espero que volvamos a vernos», pronuncio sólo para mí mientras otra persona se levanta de la sala de espera y se acerca a mi mesa.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cuentas

La primera noticia hablaba del cambio climático en nuestro planeta y lo escenificaba con la emisión imaginaria de unas previsiones meteorológicas en televisión datadas el 10 de agosto de 2050.  En ellas Mónica López, la actual mujer del tiempo del telediario, predecía temperaturas de 45 grados y aún más elevadas en gran parte del territorio español: un infierno en la tierra.

La segunda noticia informaba del lanzamiento de la nave Orión, la primera diseñada para emprender largos viajes interplanetarios desde la época de la exploración lunar allá por los años 60 y 70 del siglo pasado.  Al fin, tras tanto tiempo de pasividad y cobardía, volverá a ser posible dejar atrás la estación espacial e ir más allá, explorar nuestro sistema solar, aterrizar en otros planetas, tal vez en Marte en 2030 si se cumple el calendario de la NASA.

2030, 2050...  Hice cuentas.  Me sentiría muy feliz, absolutamente conmovido y emocionado, si pudiera asistir a la llegada del ser humano a Marte a mis futuros 67 años de edad, algo que no encuentro imposible del todo, quién sabe.  En cuanto a la terrible predicción meteorológica de un futuro sahariano en este rincón de Europa, tendría ya 87, una longevidad que ahora mismo considero muy difícil de alcanzar.

Tengo 51 años y comienzo a sentir que el futuro ya no me pertenece a mí sino a mis hijos y a los posibles hijos de mis hijos, lo cual no me hace menos responsable.  Sí, sé que suena ridículo e incluso melodramático, pero en realidad es un sentimiento tan pedestre como cualquier otro.  Mi deber, mi único y gran deber, es hacer todo lo que esté en mi mano para ralentizar en lo posible el calentamiento global de nuestro mundo y, al mismo tiempo, defender con uñas y dientes la ciencia y la investigación y el afán explorador que siempre definió a lo mejor de nuestra especie; empujar en la medida de mis fuerzas para que ellos echen a andar mientras nosotros nos desvanecemos.


sábado, 6 de diciembre de 2014

Corre, insensato

Corre, insensato, corre
y no mires atrás.

Pero no, escucha, no,
mejor camina, sí,
mejor camina despacio
así, eso es, sin
llamar la atención.

Y ahora detente y
siéntate en ese banco
junto a la acacia, sí,
justamente ahí, como
quien no quiere la cosa, y

contempla las nubes
en el cielo, los peatones
que van de aquí para allá
inmersos en sus pensamientos.

Los coches. Las palomas.
Mira cómo pasan de largo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La vida en ello

Muchas semanas sin escribir tras sobrevivir al cabo de Hornos. Semanas pacíficas y silenciosas, expectantes, en un océano vacío.

Hoy quedé a comer en Binéfar con mis amigas y compañeras de la coral más queridas. Mientras conducía de regreso a Barbastro recorriendo los kilómetros que devoré tantas y tantas veces caí en la cuenta de que, como les había sucedido a otros navegantes antes que a mí, finalmente las tormentas del fin del mundo se habían limitado a empujarme con furia al puerto de partida.

Así es como más viejo, más ignorante, más gordo, más escéptico y al mismo tiempo más grotescamente emotivo, pongo de nuevo el pie en el muelle de Las cinco estaciones. Mis botas pisan tierra firme. En lo más profundo de la noche las hojas rojas de las viñas alfombran los pasillos cuidadosamente diseñados para el paso de las vendimiadoras mecánicas y los jabalíes recorren los maizales ya cosechados en busca de las mazorcas supervivientes. Tras el edificio donde vivo el río Vero se precipita hacia el remoto Mediterráneo como si le fuera la vida en ello.

sábado, 6 de abril de 2013

jueves, 27 de diciembre de 2012

Aguja

Dos mil doce
se precipita
hacia el ojo
de la aguja.

martes, 25 de diciembre de 2012

Nochebuena

Dejo a mis padres en el portal del piso donde crecí y después continúo conduciendo a través de una Zaragoza aparentemente despoblada.  Me gustan mucho las ciudades a estas horas, sus semáforos iluminando inútil e intermitentemente las avenidas vacías.  Sé, por supuesto, que miles y miles de personas duermen en los edificios silenciosos que me rodean aunque, quién sabe, acaso no se han acostado todavía y cantan villancicos que yo no puedo escuchar.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Capas de cebolla

En el trabajo un agricultor me dijo que este invierno nevaría mucho porque las cebollas habían crecido con muchas capas y las avispas habían estado muy activas y picajosas en verano.

En el trabajo escuché muchas otras cosas que no quiero repetir porque cada día aparecen, sin nombre ni apellidos, en las noticias de la televisión y la radio.

En el trabajo aquel mismo agricultor añadió que este invierno nevaría mucho porque cuando nieva en la luna nueva de octubre siempre vuelve a nevar durante las siguientes nueve lunas nuevas.