Muchas semanas sin escribir tras sobrevivir al cabo de Hornos. Semanas pacíficas y silenciosas, expectantes, en un océano vacío.
Hoy quedé a comer en Binéfar con mis amigas y compañeras de la coral más queridas. Mientras conducía de regreso a Barbastro recorriendo los kilómetros que devoré tantas y tantas veces caí en la cuenta de que, como les había sucedido a otros navegantes antes que a mí, finalmente las tormentas del fin del mundo se habían limitado a empujarme con furia al puerto de partida.
Así es como más viejo, más ignorante, más gordo, más escéptico y al mismo tiempo más grotescamente emotivo, pongo de nuevo el pie en el muelle de Las cinco estaciones. Mis botas pisan tierra firme. En lo más profundo de la noche las hojas rojas de las viñas alfombran los pasillos cuidadosamente diseñados para el paso de las vendimiadoras mecánicas y los jabalíes recorren los maizales ya cosechados en busca de las mazorcas supervivientes. Tras el edificio donde vivo el río Vero se precipita hacia el remoto Mediterráneo como si le fuera la vida en ello.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
La vida en ello
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8 comentarios:
Qué alegrón, Jesús, que vuelvas a la carga!!! Y que día mas bonito has elegido para "resucitar".
Abrazote
Vuelvo a la carga... En eso también me parezco a los jabalíes. Gracias, Fco. Javier.
¡Bienvenido a tu vieja casa de nuevo! Me alegra leerte. Un abrazo
Un abrazo, y gracias por volver.
Maria F.
La de cinco estaciones es tierra fructífera y me alegro pisar (caminar) de nuevo en ella a mano de ti, iluminado y guiado por tus imágenes. Y como siempre me gusta tu última frase.
Un abrazo
Elvira, María, Giovanni, un abrazo y muchas gracias por el recibimiento.
Encantada de volver a leerte.
Y yo a ti, Mayte.
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