Me gustan los talleres. No los literarios, desde luego, y todavía menos los poéticos (un momento: me retiro a vomitar); no, me refiero a los de verdad: carpinterías, fábricas, obras en construcción, garajes mecánicos, etcétera.
Lo pensaba esta tarde mientras esperaba a que alinearan la dirección de mi vieja y leal Picasso. Los mecánicos del taller de Citroen en Barbastro, donde me conocen desde hace once años, me permiten deambular de aquí para allá echando un vistazo mientras no moleste demasiado. Uno llama mi atención y pregunta: «¿Llegaré a cobrar la jubilación? La cosa está jodida, jefe. ¿Sabes qué haría yo? ¡Colgar a todos los políticos de las farolas de la calle!». Desde que le conozco, bastante antes de la actual crisis económica, siempre habla en esos términos. Como suele decir, él lo veía venir.
Admiro profundamente a las personas que saben fabricar y arreglar cosas. Yo, aunque parezca mentira, provengo de su estirpe: mi padre posee la sabiduría necesaria para levantar un edificio entero desde los cimientos hasta los cuartos de motores de los ascensores: albañilería, estructura, fontanería, electricidad, todo; y cuando digo todo quiero decir absolutamente todo. Recién llegados a Marte no me cabe la menor duda de que él sería infinitamente más necesario que yo.
Observo cómo el mecánico conduce mi coche fuera de la elevadora y se lo lleva a hacer una prueba. Siempre me llama la atención lo bien que suena su motor cuando ellos lo aceleran, es casi como si ella disfrutara más en sus manos que en las mías, ¡en sus manos mercenarias que pronto pasarán a otro vehículo sin recordarla nunca más! Ah, las eternas e injustas reglas sentimentales del mundo.
lunes, 15 de diciembre de 2014
De talleres y mercenarios
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12 comentarios:
¡oh! Has vuelto a escribir y yo no lo sabía.
Jajajajajaja, me retiro a vomitar!!! Tienes tanta razón... mi padre sabía hacer de todo, todo lo que pudiera hacer con sus manos le interesaba. Y yo siempre digo que si no hubiera sido por la desesperación de los años 80-90 por la universidad, hubiera podido ser una gran artesana, feliz y con menos palabras confusas en la cabeza... a mi me encanta mirar obras! abrazos, Jesús.
Me gustó enórmemente este relato! Y los anteriores me gustaron también, hasta el poema no hecho en un taller sino en tu cabeza, sobre caminar lento y sentarse y mirar. Comparto tu fascinación por el trabajo con las manos y las máquinas. Un abrazo.
PD: Veo que en tu blog, igual que en el mío, debo demostrar que no soy un robot... NáN me sugirió como quitarlo pero no logré.
Me gusta especialmente lo que cuentas de tu padre y cómo lo cuentas.
Un beso
Hola, Nán, pues sí, vencí al cabo de Hornos y al continuar descubrí que volvía al punto de partida.
Un abrazo.
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(Y perdón por mi visceralidad hacia los talleres literarios y poéticos, pero no la puedo evitar)
Es que saber hacer pan o construir una silla o un trombón o un avión, un garaje, un barco, saber arreglar las cosas que se han roto... No puede haber nada mejor.
Un abrazo, risueña Eponelep.
Gracias, Giovanni, lo de demostrar que no somos un robot se me instaló por su cuenta en el blog. Ahora iré a investigar cómo eliminarlo, porque a veces hay que demostrar que no eres un robot ¡y tienes una vista juvenil y prodigiosa! Un abrazo.
Hola, Elvira. Mi padre es un referente ético y moral para mí, le admiro muchísimo. Un beso.
Bueno, eso de los talleres lo comparto en general contigo. Es imposible que te enseñen a escribir. Un buen taller te enseña a leer a los otros. O cómo han escrito cada uno de los que forman la Historia de los libros.
Conociendo el oficio de los anteriores (y algunos actuales), además de disfrutarlos leyéndolos... ya si eso, encuentras tu manera de escribir (que es como encontrar tu manera de pensar).
Soy un poco raro, Nán, un poco cascarrabias y un poco maniático lleno de prejuicios y también, lo acepto, un poco idiota, probablemente.
Dicho lo cual: creo que las escuelas de escritores son un timo a la altura de la homeopatía (aunque si, como ella, hace feliz a alguien, pues nada: aleluya). Claro que si son de poesía ya no perdono, rompo todos los muebles como el increíble Hulk y después me voy a vomitar.
No todo puede tenerse. No todo puede saberse. Ni siquiera todo puede aprenderse.
No se puede aprender a afinar una nota musical. No se puede aprender a dibujar con naturalidad y viveza un primer escorzo a mano alzada de cualquier cosa: un venado, un jarrón de flores, una ventana, una joven que bebe una copa de vino. No se puede aprender a arreglar cualquier cosa que caiga en nuestras manos si careces de ese talento. No se puede aprender a escribir algo que sea mínimamente único, propio, malo, extravagante, ordinario, etcétera, porque, sencillamente, el acto de aprenderlo de modo tutelado destruye automáticamente el fruto.
Dicho esto, querido Nán, reconozco que soy un gruñón y un mastuerzo, y por tanto digo: la única manera de encontrar de verdad tu estilo es persistir desde la soledad.
Leer es otro rollo (más solitario aún). ¡Que nadie os convenza de lo contrario: somos náufragos, y es lo más divertido que se puede ser!
Un abrazo.
Me gusta cómo eres, así que no te voy a cambiar por nadie. Y menos en un asunto tan de cada uno.
Como regalo navideño, este párrafo de Zaddie Smith sobre la pasión de la escritura:
"“Hacia la mitad de una novela se produce una especie de pensamiento mágico. Aclaremos antes que la mitad de la novela puede no hallarse en el centro geográfico real de la novela. Al decir ‘la mitad de la novela’, me refiero a cuando vas por esa página en la que dejas de formar parte de la casa y la familia y la pareja y de dedicarte a tus hijos y la compra del supermercado y la comida del perro y la lectura del correo; o sea, cuando no hay nada en el mundo salvo tu libro. Aun cuando tu mujer te diga que está acostándose con tu hermano, su cara es un enorme punto y coma, sus brazos son paréntesis, y tú te preguntas si ‘hurgar’ es un verbo mejor que ‘escarbar’. Ese punto en mitad de la novela es un estado de ánimo. Ocurren cosas extrañas. El tiempo se viene abajo”."
Gracias por el regalo. Lo que escribe Zaddie Smith a mí me ha sucedido en textos de una sola frase. He llegado a escribir temblando físicamente, como si estuviese poseído o alcanzando el orgasmo. Sí que es verdad que ocurren cosas extrañas...
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