martes, 21 de marzo de 2017

No soy un astronauta de verdad

Escribo en el silencio. Como viajero este dato debería significar que me he alejado demasiado para mantener una línea de contacto, pero no estoy seguro de que sea esa la razón. Diga lo que diga no soy un astronauta de verdad.

Hubo épocas en las que deseaba precisamente este silencio, y esta noche que jamás volverá a suceder no es muy distinta de aquellas. No rechazo el contacto con mis congéneres, de hecho siempre procuro contestar a mis lectores por agradecimiento a su interés y por puro respeto al gesto que en su momento hicieron al comentar en este diario -algo que no sucede en otros sitios, en mi opinión por una muy mala educación.

El pasado se aleja poco a poco. La vida continúa, mi vida continúa en silencio a partir de las tres de la tarde. Por la mañana es una montaña rusa de trabajo, sentimientos, éxitos, fracasos, un balcón a la naturaleza humana: algo que, mientras me hiere, amo sin armadura a mi alcance.

lunes, 20 de marzo de 2017

Una bola de nieve

Mañana trabajo y hace rato que debería estar durmiendo pero, aunque sea un oxímoron, me da pereza ir a dormir. Siempre he padecido este problema entre tantos otros. Una cosa curiosa que tienen mis pequeños problemas es que alimentan a todos los demás con absoluta naturalidad. Soy una bola de nieve rodando ladera abajo recogiéndolo todo.

sábado, 18 de marzo de 2017

Asombroso

Recuerdo los claustros de un antiguo monasterio que había junto a la diminuta casa de mi abuela paterna, la yaya Jovita. Recuerdo la vez en la que el encargado de proyectar las películas del único cine del pueblo nos coló en su cabina. Recuerdo los veranos en los que pescábamos cangrejos con reteles a los que atábamos como cebo asaduras que nos regalaban en las carnicerías. Recuerdo salir de una película de vaqueros y querer desear, necesitar urgentemente montar en un caballo inexistente con mis botas vaqueras inexistentes para galopar a través de un territorio inexistente hacia una puesta de sol inexistente. Recuerdo las miles de pajas que me hice cuando era adolescente y todavía no existía internet. Recuerdo una comida familiar en un soto en medio del campo a la que había acudido mi tío materno de Francia con la tía Ninú y mis primos franceses. Recuerdo unas vacaciones de verano en las que al llegar al apartamento frente a la playa llovía a mares. Los aparentemente sólidos floretes de plástico que vendían en los puestos de las ferias durante las fiestas del pueblo y se quebraban en el primer combate. Los cigarrillos que podíamos ganar, no importaba la edad, disparando a un palillo con una escopeta de perdigones trucada.

Avanzo hacia un tiempo que no puedo ni imaginar. Un tiempo del que acaso no podré dar testimonio alguno. Al otro lado del río la pequeña selva urbana que el verano pasado alojaba a una nutrida colonia de aves ha comenzado a reverdecer. Las tórtolas turcas ya se cortejan. Antes de que tú y yo nos demos cuenta los nidos estarán llenos de pequeños huevos de todos los tamaños y colores. ¿No te parece asombroso?

viernes, 17 de marzo de 2017

Ay, Irlanda

Hacía más de un mes que no me recortaba la barba. Lo único que me faltaba para ser igual que Robinson Crusoe era un gorro de piel de cabra y un compañero llamado Viernes.

El caso es que esta tarde me he puesto frente al espejo, he colocado la maquinilla barbera en la posición tres y, bueno, ha sido como esquilar una oveja de lana gris, rubia e incluso pelirroja en algunas zonas. Cuando he terminado de limpiarlo todo, lo que me ha hecho recordar por qué no lo hago más a menudo, y me he mirado en el espejo... Bueno, me había quitado cinco años de encima. Tal vez diez.

Obviamente tengo la edad que tengo y esa es una realidad verdaderamente inevitable. Además de mis averías de serie, que no son pocas, ya empiezan a aparecer pequeños achaques propios del paso del tiempo. Pero me ha sorprendido mucho el simple hecho de que recortarme (mucho) la barba haya cambiado tanto el aspecto que ofrezco al mundo.

Como me conozco sé que estaré otro mes o dos meses dejando que la barba de mi rostro de cromañón crezca a su antojo, aunque me haga parecer más viejo. Olvidaré la ilusión de hoy al contemplarme más joven. Regresaré a la comodidad de no tener que afeitarme cada día como lo hice hasta dos mil diez.

Porque sé exactamente cuándo dejé crecer mi barba: sucedió durante nuestras maravillosas vacaciones en Irlanda en agosto de dos mil diez. Dentro de pocos meses habrán pasado siete años.

Ay, Irlanda.

jueves, 16 de marzo de 2017

Poca vergüenza

Un día absolutamente anodino. Trabajé bien, sin problemas, disfrutando de conocer temporalmente a otras personas. Para comer hice una pizza de tomate frito, mozarella, pimientos, cebolla y atún. Por la tarde M. tenía reunión de evaluación en el instituto. Cuando se fue yo dormía la siesta en el sofá. En ningún momento de la jornada tuve un momento de ansiedad, incluso mi tinnitus ha dejado de ser permanente salvo cuando, como en este mismo instante, lo he recordado.

Pero ¿de qué puedo quejarme yo? ¿Cómo puedo ser tan egoísta y banal? Tal vez ahora mismo familias enteras están cruzando el mediterráneo sobre una lancha neumática huyendo de la guerra, por no hablar de las que una vez aquí, hayan nacido en España o en el extranjero, no tienen recursos económicos y dependen de Cáritas, los servicios sociales o los bancos de alimentos. ¿De qué cojones puedo quejarme yo?

A veces creo que escribir este diario durante tantos años ha acabado convirtiéndome en algo que no me gusta: un viejo adolescente y narcisista mirándose continuamente el ombligo. Sí, lo creo. Cada día veo algunos de los problemas reales que afectan a la gente y luego vengo aquí, me siento frente al ordenador acompañado de un vaso de whisky o de bourbon, y escribo sobre mí. Qué poca vergüenza.

martes, 14 de marzo de 2017

En otro sitio

Mi cuerpo se rinde al cansancio.
Me tumbaré en la cama,
cerraré los ojos y,
en ese mismo instante,
despertaré en otro sitio.

lunes, 13 de marzo de 2017

Todo lo que va a suceder sucederá

Soy un ser humano lleno de prejuicios. Prejuicios de clase, prejuicios que provienen de un remoto pasado anterior a mi existencia.

No me gustan, por ejemplo, las personas extremadamente ambiciosas. No creo que la ambición sea una virtud especialmente apreciable ni útil para la convivencia o la justicia, entre otros miles de horizontes, dejando a un lado lo sucia y fea que finalmente resulta ser, incluso en su triunfo.

Yo he tenido mis pequeñas y medianas victorias, y alguna vez a punto estuve de dejarme arrastrar por su seductora llamada como la polilla que vuela hacia la farola incandescente, pero afortunadamente tenía a mi lado a una persona que me anclaba a la tierra con el único argumento de su sorprendente amor hacia mí y, sobre todo, su sabiduría innata, propia de una hija de generaciones criadas en la dureza del desierto de Los Monegros.

Me ha costado comprenderlo, pero ahora comienzo a saber que no me equivoqué en hacerle caso. El futuro siempre está abierto, no hay que forzar las cosas: todo lo que va a suceder sucederá. El tiempo corre, mi cabello es cada vez más blanco; mis debilidades, como mis prejuicios, siguen siendo los mismos desde hace mucho tiempo. Sólo soy un hombre entre miles de millones.

domingo, 12 de marzo de 2017

Playa de domingo

La tarde de domingo
llega desde muy lejos,
empujada por
todas las anteriores y también
por el viento, las tormentas,
las calmas chichas, los tifones y
sobre todo
la inmensidad de los días normales.
centenares y miles de días
y tardes normales, pacíficas,
apenas con espuma.

La tarde de domingo
llega desde muy lejos
hasta aquí y rompe
suavemente contra mis pies
para regresar y en su retirada
hundir mis talones
en la arena mojada.

jueves, 9 de marzo de 2017

Nunca me detendré

Salgo de esta habitación atravesando el techo y descubriendo el perro de mil razas que ladra cada mañana, la pareja de ancianos que cuida una dulce chica ecuatoriana, el ático de una trabajadora del supermercado al que suelo ir a comprar y finalmente el cielo abierto. Me elevo a través del aire transparente y fresco hacia la cúpula nocturna tan semejante al espacio estelar de las naves espaciales, la pequeña ciudad convirtiéndose tras de mí en un diminuto punto de luz en la oscuridad de mi planeta y no puedo detenerme. No puedo detenerme. Nunca me detendré.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Testículos de tontolabas

Mi madre tiene setenta y seis años, mi compañera cincuenta y tres, mi hermana cuarenta y tres y mi hija veinticuatro. Mi padre, sin ser consciente de ello, siempre fue y es feminista; yo y mis hermanos lo aprendimos de él; mi cuñado, al que queremos todos con locura, también lo es. Lo que quiero decir sin demasiados filtros es que conozco a muchos hombres feministas.

Mi pareja cobra, afortunadamente para nuestra unidad familiar, un salario más alto que el mío, por lo cual tomé un año de excedencia por cada uno de mis dos hijos, en 1992 y en 1997, para hacerme cargo de ellos mientras su madre iba a trabajar. Una vecina en el ascensor me preguntó una mañana si estaba en el paro.

La jefa de la agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro donde trabajo es una mujer maravillosa que se llama Sofía. La quiero mucho, como a mis otras compañeras y ahora también a César, que vino hace un año, un tipo estupendo y tan friki o más que yo.

Dicho todo esto: sé que lo que acabo de escribir no es lo normal, y lo sé porque trabajo atendiendo a decenas de personas cada día. Maridos que delante de mí le dicen a su mujeres que se callen. Recuerdo el caso de una viudedad en la que la hija le dijo a su madre: "Al fin descansarás de ese hijo de puta, mamá". Eso ha sucedido delante de mí.

Odio "Los días de". Sobre todo el día de la poesía (sí, existe semejante gilipollez). Pero hoy es el día de la mujer, y estadísticamente cobran un salario un veintiocho por ciento menor que los hombres, y, también estadísticamente, se hacen cargo de todas las tareas de una casa y, sobre todo en algunos países musulmanes, no tienen derecho siquiera a conducir un coche.

Sé que existe esa realidad aunque no sea la que conozco en mi entorno, y por eso esta noche reivindico con todas mis fuerzas el elemental derecho de las mujeres a tener los mismos derechos y salarios que nosotros, los hombres. Será el único "día de" al que voy a prestar atención, porque ellas son lo mejor de este miserable mundo hecho a la medida de nuestros pequeños testículos de tontolabas.

Yo amo muy personalmente a las mujeres que mencioné en el primer párrafo de este texto; también, genéricamente, amo al conjunto de mujeres del mundo entero, aunque tal vez esto, me doy cuenta, pueda parecer una perversión. Pero no lo es.