Salgo de esta habitación atravesando el techo y descubriendo el perro de mil razas que ladra cada mañana, la pareja de ancianos que cuida una dulce chica ecuatoriana, el ático de una trabajadora del supermercado al que suelo ir a comprar y finalmente el cielo abierto. Me elevo a través del aire transparente y fresco hacia la cúpula nocturna tan semejante al espacio estelar de las naves espaciales, la pequeña ciudad convirtiéndose tras de mí en un diminuto punto de luz en la oscuridad de mi planeta y no puedo detenerme. No puedo detenerme. Nunca me detendré.
jueves, 9 de marzo de 2017
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2 comentarios:
Acabarás, acabaremos, lloviendo sobre los demás. Pero ellos no se darán cuenta. Como no nos la damos nosotros.
Tienes toda la razón, querido Nán: cuando llueve llueven todos lo que vivieron antes, animales o plantas. Lo que empapa nuestras cabezas son los fluidos de animales que ya no existen. El sudor de Cleopatra. Las lágrimas de Ulises.
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