Hacía más de un mes que no me recortaba la barba. Lo único que me faltaba para ser igual que Robinson Crusoe era un gorro de piel de cabra y un compañero llamado Viernes.
El caso es que esta tarde me he puesto frente al espejo, he colocado la maquinilla barbera en la posición tres y, bueno, ha sido como esquilar una oveja de lana gris, rubia e incluso pelirroja en algunas zonas. Cuando he terminado de limpiarlo todo, lo que me ha hecho recordar por qué no lo hago más a menudo, y me he mirado en el espejo... Bueno, me había quitado cinco años de encima. Tal vez diez.
Obviamente tengo la edad que tengo y esa es una realidad verdaderamente inevitable. Además de mis averías de serie, que no son pocas, ya empiezan a aparecer pequeños achaques propios del paso del tiempo. Pero me ha sorprendido mucho el simple hecho de que recortarme (mucho) la barba haya cambiado tanto el aspecto que ofrezco al mundo.
Como me conozco sé que estaré otro mes o dos meses dejando que la barba de mi rostro de cromañón crezca a su antojo, aunque me haga parecer más viejo. Olvidaré la ilusión de hoy al contemplarme más joven. Regresaré a la comodidad de no tener que afeitarme cada día como lo hice hasta dos mil diez.
Porque sé exactamente cuándo dejé crecer mi barba: sucedió durante nuestras maravillosas vacaciones en Irlanda en agosto de dos mil diez. Dentro de pocos meses habrán pasado siete años.
Ay, Irlanda.
viernes, 17 de marzo de 2017
Ay, Irlanda
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2 comentarios:
Lo recuerdo. Lo leí, supongo que otros también lo leyeron, con fruición, y creo que volveré a hacerlo. Siete años ya, qué rápido pasa todo a esta edad.
Un abrazo
Fue uno de los mejores viajes de mi vida, y hoy por hoy sigo sintiéndome contento de su diario.
Un abrazo.
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