Fui cantante y presidente de la Coral de Binéfar durante muchos años. Hoy en mi pequeña y querida agencia comarcal de Barbastro ha entrado la única persona que durante todo ese tiempo expulsé del coro. Lo utilizaba para sus propios fines y era algo que yo no podía consentir. Nadie se opuso e incluso me lo agradecieron. Era un tumor en el grupo, por mucho que su tesitura vocal de tenor fuese una de las mejores que habían pasado por la coral.
El hecho es que hoy ha entrado en la oficina y le ha atendido una compañera. Yo no lo había visto y ha sido al final de su consulta cuando se ha acercado y nos hemos saludado fríamente, con la mínima cortesía de dos personas civilizadas. Seguía produciéndome tanta grima como entonces. En el fondo me ha dado lástima, no debe de ser agradable no ser agradable para los demás, pero ese sentimiento ha durado poco rato. He recordado las pequeñas cosas que hizo durante el tiempo que permaneció entre nosotros y, con una patada mental, lo he enviado a Plutón.
En cualquier caso nunca me he arrepentido de haberle dejado fuera de la coral en la que ya no estoy. Nos utilizaba para lograr contactar y tratar de dirigir a otros coros de adultos o de niños de los pueblos que visitábamos; incluso en algún momento brevísimo puso en duda la capacidad de nuestra fundadora y directora como si quisiera sustituirla: en fin, era un problema muy grave. Me siento orgulloso de haber estado a la altura de aquella situación.
No le he saludado con afecto, no he sido hipócrita; he sido frío, casi maleducado. ¡Lo expulsé de la coral! Me he dado cuenta de que fue una de las decisiones más afortunadas que tomé durante aquella época, porque esta mañana, durante el poco tiempo en el que hemos podido conversar, me ha producido las mismas malas sensaciones que hace diez años. Me he alegrado cuando ha salido por la puerta rumbo a Monzón y ha desaparecido.
Navegar siempre significa tomar decisiones. Elegir entre dos ramales de un río. Dejar de ser amigo de alguien o intentar serlo de otra persona que te atrae como una farola nocturna a las polillas. Vivir siempre significa acoger y discriminar, es una verdad inevitable de la que, no deberíamos olvidarlo, también nosotros somos víctimas. Siempre ha sido así.
Durante mi infancia leí muchas novelas de Historias-Selección de la editorial Bruguera, aquellos libros donde cada pocas páginas aparecía una con dibujos que mostraban el argumento, y fue entonces cuando desarrollé un arraigado y anticuado sentimiento de la justicia y el valor y la defensa de los desfavorecidos. Son sentimientos que mantengo con aquel mismo orgullo infantil, casi diría que todavía con más fuerza ahora, a punto de cumplir cincuenta y cuatro años.
Lo primigenio tiene la pureza del desconocimiento del futuro. Mantenerla es un esfuerzo diario a partir de cierta edad, pero tiene una recompensa diaria o, lo que es lo mismo, infinita.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Decisiones
lunes, 8 de mayo de 2017
A cual más bella
Lo más increíble de todo es que este día que termina, como todos los anteriores y los que acaso lleguen a partir de mañana, es mi vida, la vida de Jesús Miramón, no otra.
Me pregunto si será tan vibrante y sólida como la de las cuarenta o cincuenta personas que hoy pasaron ante mí al otro lado de mi mesa de trabajo, a cual más hermosa, a cual más interesante, a cual más misteriosa, a cual más carnal y bella en su fragilidad.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:08 | Diario , Vida laboral
domingo, 7 de mayo de 2017
A través del campo
Quiero caminar a través del campo. Quiero cocinar comida sabrosa y buena. Quiero dormir la siesta en la butaca mirando una película malísima. Quiero despertar y confirmar que mi vida es un privilegio con el que nunca hubiera soñado. Quiero besar en la boca a mi compañera de tantos años, y aquí debo detenerme.
Compasión
Hubo un tiempo en el que a estas horas, en vez de terminar, comenzaba la noche. Era joven y escribía como si mis palabras fuesen nuevas en este mundo; joven como si dijesen algo que jamás se hubiese dicho antes.
Observo desde la distancia a aquel hombre y siento ternura. Me pregunto si cuando en el futuro observe al señor mayor que soy ahora, cuando sea un anciano, sentiré esta misma mezcla de sorpresa, amor y compasión.
jueves, 4 de mayo de 2017
Ida y vuelta
Por la tarde viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza para una visita de Maite al dentista. Mientras ella se sometía a la amabilidad de los profesionales, yo daba un paseo por los alrededores de la clínica. Paseo de la Constitución, calle de León XIII, Plaza de los Sitios. Territorio de gente guapa, camisas largas y americanas a pesar del calor, mujeres hermosas y de perfumes flotantes y tal vez demasiado persistentes.
Me sentía como un granjero analfabeto entre las pequeñas tiendas de comida centroeuropea con su aroma a chucrut, boutiques de ropa a precios muy alejados de los de Decathlon y terrazas llenas de clientes bajo un cielo nublado y veintiocho grados de temperatura sin un atisbo de cierzo. De acuerdo, sé que a todos nosotros nos ha sucedido alguna vez y volverá a sucedernos, pero me sentía exactamente igual que un marciano disfrazado para pasar desapercibido.
Había también pequeñas y encantadoras tiendas de antigüedades, y coctelerías con inmensas pantallas de plasma en su interior abierto a la acera por un mostrador que invitaba a pedir lo más caro que tuvieran. Me he dado cuenta de cuánto había cambiado Zaragoza desde que me fui. Ha sonado mi teléfono móvil. Era ella, que ya había terminado. He ido a buscarla, hemos subido a la Picasso y hemos vuelto a Barbastro.
Los campos todavía están verdes, pero cada vez menos día a día, variando lentamente hacia el dorado que mostrarán cuando estén en sazón. Será otra belleza: no, algo más significativo aún, una metáfora sin fin: una belleza nacida de esta.
martes, 2 de mayo de 2017
Últimas migas
Siempre quedan unas últimas migas después del cansancio, cuando todo tu cuerpo te ruega que lo conduzcas en dirección a la cama, cuando tu cerebro te pide dormir y mezclarlo todo en los confusos sueños que lo limpiarán de lo innecesario. Siempre queda algo, y es esto: fui, soy. Nada más.
lunes, 1 de mayo de 2017
Pequeños divorcios
Llevo treinta y cinco o treinta seis años con Maite. Últimamente me cuesta escribir "mi mujer" porque no lo es, no es mía, nunca lo será, y a veces, como anteayer, escribo "mi pareja", algo que al mismo tiempo me parece impostado, una tontería. No sé. Escribo muchas tonterías, y una más supongo que no tiene demasiada importancia.
Estuvimos a punto de separarnos meses después de que naciera Carlos, nuestro hijo de veinte años. Vivíamos en Zaragoza, en un piso antiguo que habíamos reformado. Recuerdo que incluso comenté con mis padres aquella crisis, les dije que me iba a divorciar. Fue una época difícil. Finalmente tuvimos una conversación a corazón abierto, lloramos, supimos que nos amábamos, y seguimos adelante con un cambio, desde mi orilla, muy importante: ella dejó de querer cambiarme, comenzó a aceptarme con mis defectos. Porque yo no quería ni podía cambiar. Yo necesitaba y necesito mi espacio, mis noches sin horarios, mis whiskys, mi independencia. Desde entonces, y a pesar de todas las vicisitudes, hemos sido muy felices juntos, y aunque nunca pueda nadie estar seguro de nada, creo que ella y yo acabaremos caminando de la mano junto a una playa del Norte cuando seamos muy mayores.
Luego están los pequeños divorcios que sí se alejan definitivamente de uno. Amigos, amigas, conocidos. Duelen menos pero también dejan su huella. En este a menudo proceloso mundo de la red he tenido muchos. Y también a este otro lado de la pantalla, en este mundo de aire respirable en el que estoy sentado frente al portátil. Apostaría a que la mayor parte de las veces sucedió por mi culpa, pero cumplir años ayuda a hacer frente a ello. Soy lo que soy. Si alguna vez causé dolor juro que nunca fue mi intención. Sé que tengo muchos prejuicios y defectos, catalogo a las personas, soy un poco misántropo, un poco gilipollas, un poco náufrago en una isla desierta que me invento cada día con sus palmeras, sus cabras salvajes, su cueva protegida por una empalizada y un silencio que nunca conoceré.
domingo, 30 de abril de 2017
Confirmación
No cayó ningún meteorito gigantesco; no implosionó nuestro planeta convirtiéndose en un agujero negro, tampoco explotó por un colapso de su núcleo rotatorio enviando al espacio miles de millones de moléculas de todo lo que alguna vez existió sobre su superficie, incluyéndonos a ti y a mí.
El Ossobuco a la milanesa que cociné ayer, hoy estaba riquísimo acompañado de unas patatas fritas caseras. Mi optimismo fue holgadamente satisfecho.
Ahora bebo un whisky con hielo y escribo estas palabras mientras llueve poco, muy poco, en el exterior del camarote.
sábado, 29 de abril de 2017
Optimismo
Mi pareja ha ido a la peluquería mientras yo dormía la siesta. Cuando ha vuelto le he dicho que estaba muy guapa. Yo cocinaba Ossobuco a la milanesa para comer mañana. Hay muchas recetas que están más ricas de un día para otro, lo cual, y acabo de darme cuenta ahora, al escribirlo, supone creer con absoluta naturalidad que verdaderamente existirá un mañana.
martes, 25 de abril de 2017
Congo
He salido del trabajo a las siete de la tarde y Barbastro olía como el Irún de mis veranos de infancia, como aquellas vacaciones en Asturias, como Irlanda. Era el olor que deja la lluvia al entrar en contacto con las superficies de alquitrán y hormigón de calles y aceras, pero, sobre todo, era el aroma del despertar de la hierba de parques, pequeños parterres y las orillas del río; era el perfume de tanta vegetación salvaje e improbable. Caminando hacia casa me sentí tan extrañamente feliz como un viejo explorador del Congo.