En mi trabajo informo y tramito maternidades, paternidades, altas en la Seguridad Social cuando los jóvenes comienzan a trabajar, la tarjeta sanitaria europea cuando viajan de vacaciones, jubilaciones y viudedades: la vida entera. Hay un documento que en España, no sé si en otros países sucede lo mismo, es como el Santo Grial: el Libro de familia. Los antiguos venían acompañados de fotografías en blanco y negro del matrimonio, y cuando voy a la fotocopiadora y las contemplo siempre me emocionan. Todas y todos parecen actores de Hollywood, jóvenes y con los peinados de entonces, hace tantos años. Y da igual si eran de los valles más remotos del Pirineo o del pueblo más cercano a Barbastro.
He observado también, comparando aquellas imágenes de juventud con las de los carnés de identidad actuales, que, de algún modo, siempre somos los mismos. Ellos, nosotros, los hombres, acaso nos deterioramos más, pero ellas siguen pareciéndose mucho a cómo eran hace sesenta o setenta años. Me conmueve profundamente.
Las solicitantes de las pensiones de viudedad suelen venir acompañadas de alguna hija o algún hijo, y cuando son muy mayores, ochenta, noventa años, aceptan las cosas como son. La gente de la montaña es dura. Si no fuese por la confidencialidad a la que me debo como funcionario público hace años que hubiese hecho una colección de esas pequeñas fotografías de los Libros de familia más antiguos. Esos bigotes a lo Clark Gable, los peinados inverosímiles de ellas. "De profesión: sus labores", pone en casi todos. Un trabajo documental que yo no puedo hacer pero que acaso algún joven cineasta sí podría desarrollar. Cómo hasta lugares como Plan o Cerler ya llegaban en los cincuenta y los sesenta los modelos de belleza de las películas norteamericanas. Eran ganaderos, agricultores, panaderos, albañiles, ellas siempre o casi siempre "amas de casa".
Intento atender a estas personas mayores con todo mi cariño y respeto, y cuando se levantan acompañadas de sus hijos y salen de mi edificio a veces vuelvo a mirar las fotografías del antiguo libro de familia y comprendo, y aprendo, y amo mi trabajo.
viernes, 31 de mayo de 2019
Treinta y uno de mayo
Anotado por Jesús Miramón a las 22:30 | 2019 , Nombres propios , Vida laboral
jueves, 30 de mayo de 2019
Treinta de mayo
Me empeño en tener esperanza. Me empeño en tener esperanza con la misma fuerza que en ser feliz. Uno no tiene esperanza o es feliz porque sí. Debe existir una voluntad, a veces innata y a veces aprendida. Y es una voluntad que debe ser alimentada a diario, como si fuese una mascota. Y hay que sacarla a pasear, darle lo que necesita, acariciarla. La esperanza y la felicidad jamás crecen por su cuenta. Nos necesitan.
miércoles, 29 de mayo de 2019
Veintinueve de mayo
Caen, se precipitan, a veces se hacen esperar sensualmente, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses. Los años.
Hay algo bello en la indiferencia del tiempo, la libertad que nos concede para interpretarlo como queramos mientras hace su trabajo. Ningún verso ni sentimiento ni gran causa política o social impedirá que te acerque a tu definitiva desaparición del escenario.
Es la indiferencia de la naturaleza, de la lluvia, de los preciosos gorriones que buscan migas en el parque y morirán antes que yo. O no. Es bueno saberlo.
martes, 28 de mayo de 2019
Veintiocho de mayo
Hoy he cumplido cincuenta y seis años. Es algo que me fascina, porque mi frontera imaginaria durante mi juventud era el paso de un siglo a otro. Más allá era terra incógnita y aquí estamos, diecinueve años después.
Hasta antes de ayer no me gustaba celebrar mi cumpleaños. Ya sabéis que soy un tipo duro, de piel de elefante e hígado de cachalote, un hombre sin sentimientos, sin pasado ni futuro, un forastero entrando a caballo en un pueblo olvidado de Dios. Pero sutilmente poco a poco ha ido desapareciendo el pueblo, el caballo, mi hígado de cachalote y mi piel de elefante. Estoy en esa fase humana en la que me alegra cumplir un año más por una sola razón: podré seguir explorando, conociendo, escribiendo, haciendo fotografías, atendiendo a personas de todo pelaje y condición; podré seguir conduciendo mi vieja Picasso, podré viajar, podré oler el aire de la pequeña ciudad después de una furiosa tormenta de lluvia y granizo.
La vida es estar. La muerte es no estar después de haber estado. Hoy cumplo años porque estoy. Y recuerdo a usuarios y usuarias mías de mi trabajo que ya no están. Seres humanos de cuyas familias conocía y a quienes tuve que atender cuando partieron, a veces dejando niños pequeños sin madre o sin padre. La vida es estar y la muerte es no estar.
Ya sabes que los martes trabajamos por la tarde y mientras regresaba de la agencia me fijé en la cantidad de plantas que crecen en las aceras, en cualquier resquicio, en cualquier oportunidad. Después llegué a mi calle y me fijé en la luz del sol sobre la hierba junto al río Vero canalizado que cruza Barbastro, un río que sólo parece tal cosa cuando en las montañas llueve mucho o comienza el deshielo. El sol iluminaba las buenas hierbas como si fuesen diosas griegas y yo, desde la acera, las contemplaba consciente de estar allí en vez de no estar.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:15 | 2019 , Diario , Fotografías
lunes, 27 de mayo de 2019
Veintisiete de mayo
Han sonado truenos lejanos durante unos minutos, parecía que íbamos a tener una épica tormenta de las que me gustan a mí, pero ha llovido un rato, apenas diez minutos, y nada más. Lo truenos han dejado de oírse. El ruido de una vieja furgoneta bajando por la calle y nada más. Así son las cosas por aquí.
domingo, 26 de mayo de 2019
Veintiséis de mayo
Lo que votamos en las elecciones señala el salario mínimo que empezarán a cobrar nuestros hijos cuando trabajen por primera vez a tiempo completo, la subida anual de las pensiones de nuestros padres o abuelos, la cantidad del presupuesto nacional que se invierte en becas, en investigación o en seguridad.
No comprendo que existan personas que no votan por pereza, por desidia o porque piensan que da igual. Las asignaturas obligatorias de sus hijos o la dotación del personal sanitario de los hospitales lo deciden los partidos y las personas a las que votamos. No hay nada más que podamos hacer. Votar. Yo, que nací mañana en 1963, voy a votar con un orgullo y una sensación íntima, personal, difícil de explicar.
Lo que votamos afecta directamente a nuestras vidas diarias. Y lo dice alguien que informa cada día a los ciudadanos de los cambios legislativos y los requisitos para acceder a las prestaciones de la Seguridad Social, en mi caso. Yo sé lo importante que es votar. Yo sé cómo las decisiones legislativas pueden cambiar la vida diaria de la gente.
Ahora, quiero decir: a estas horas, ya no hago proselitismo. Los colegios electorales cerraron hace tiempo. Sólo espero que nuestro país, como Portugal, emprenda un camino socialdemócrata que dé la espalda a las políticas neoliberales que nos condenan prácticamente a la esclavitud.
Me sorprende y me conmueve a la vez darme cuenta de que no soy tan distinto a la persona que era cuando tenía diecisiete años.
sábado, 25 de mayo de 2019
Veinticinco de mayo
Han regresado los vencejos. Los veo volar como sólo saben hacerlo ellos, dibujando cabriolas en el aire, girando varias veces en el cielo, y pienso que no hace mucho tiempo hacían lo mismo sobre manadas de cebras y ñus, sobre los grupos de leones que cazaban a esos mismos animales, sobre las familias de elefantes.
Y aquí están ahora, sobre un paisaje tan distinto. Contemplo su vuelo entre grúas y edificios y no puedo olvidar de dónde vienen.
viernes, 24 de mayo de 2019
Veinticuatro de mayo
Llovió durante casi toda la mañana, hasta las doce o doce media más o menos. Abrí la ventana que hay junto a mi mesa de trabajo para poder oler ese aroma maravilloso, mezcla de la humedad de la tierra del jardín de los castaños y el hormigón y el asfalto de la acera y la calle. Amo ese olor.
Después dejó de llover. A las dos y media salí de la agencia y caminé hacia mi casa, que está a cuatro minutos de distancia. El cielo se había abierto y asomaba tímidamente el sol. Mientras ponía un pie delante del otro volví a pensar, como tantas veces, en lo extraño que es vivir.
jueves, 23 de mayo de 2019
Veintitrés de mayo
Despierto de la siesta sin saber si es por la tarde, por la noche o por la mañana. Me asomo al gran ventanal de la nave y contemplo el nuevo planeta, sus junglas extrañamente uniformes y compuestas de un pequeño número de especies de plantas u organismos parecidos a los antiguos helechos de la tierra. Más allá, bajo el cielo de color blanco, se adivinan altas cordilleras de pizarra que brillan a la luz de los dos soles. Todavía no hemos encontrado fauna, aunque durante la noche escuchamos gañidos en la selva, sonidos parecidos a los que hacen los cachorros humanos, maullidos de gato. Desconocemos qué animales o plantas los emiten. Todo es nuevo aquí, como en los planetas anteriores. Ya no recuerdo cuándo tuve por última vez un bebé entre mis brazos.
miércoles, 22 de mayo de 2019
Veintidós de mayo
La tarde se desliza suavemente
como si durante un momento
nada pudiera desaparecer.