Llovió durante casi toda la mañana, hasta las doce o doce media más o menos. Abrí la ventana que hay junto a mi mesa de trabajo para poder oler ese aroma maravilloso, mezcla de la humedad de la tierra del jardín de los castaños y el hormigón y el asfalto de la acera y la calle. Amo ese olor.
Después dejó de llover. A las dos y media salí de la agencia y caminé hacia mi casa, que está a cuatro minutos de distancia. El cielo se había abierto y asomaba tímidamente el sol. Mientras ponía un pie delante del otro volví a pensar, como tantas veces, en lo extraño que es vivir.
viernes, 24 de mayo de 2019
Veinticuatro de mayo
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2 comentarios:
Extraño y, por ello, agradable. Siempre nos ronda lo inesperado.
Nosotros somos lo inesperado. Y nuestros hijos también.
Un abrazo, Nán.
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