Hace años escribí aquí mismo que la vida era como una cerilla que se apaga. Un lector a quien le he perdido la pista, un hombre maravilloso, Luis Rivera, me contestó y me dijo: "No, la vida no es una cerilla que se apaga; la vida es una antorcha que pasa de generación en generación, de mano en mano". Nunca lo olvidé.
Mientras escribo escucho el Agnus Dei de Mozart. Mi hijo estuvo en Viena hace algunas semanas y me envió unas imágenes de la casa donde vivió uno de mis músicos preferidos. Todo se entreteje. La luz viaja de mano en mano. El caos es sólo una apariencia: basta con visualizar las imágenes de nuestro planeta desde la Estación Espacial para saber que, en realidad, a esa distancia, no existe.
Pronto cumpliré cincuenta y seis años. Soy como un cohete alejándose lentamente del principio, impulsado por el combustible no infinito de mi curiosidad.
jueves, 9 de mayo de 2019
Nueve de mayo
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1 comentario:
Es muy bonita, la imagen de la antorcha.
E incluso consuela ligeramente.
Un abrazo.
F.
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