viernes, 20 de septiembre de 2019

Veinte de septiembre

Hay algo un poco ridículo en esta idea mía de escribir un diario. Y tan ridículo como antiguo, porque los escribo desde que era adolescente: tengo una caja llena de cuadernos que, probablemente, nadie leerá nunca. O tal vez sí, mis hijos, antes de vender la casa, como en las películas. No sé.

A un amigo músico y fotógrafo a quien hace mucho tiempo que no veo, pero eso tiene solución, siempre le decía que lo que más temía de esta experiencia de escribir con lectores eran dos cosas: no caer en la cursilería y, sobre todo, resultar pertinente. Escribir cada día algo pertinente es, como mínimo, tan difícil como hacer cada día una fotografía pertinente. Y por pertinente, en ambos casos, me refiero a que signifiquen algo, que tengan cierto sentido y, sobre todo en lo escrito, cierta claridad y elegancia.

No voy a engañarte: no me siento orgulloso de todo de lo que he escrito a lo largo de mi vida, pero sí de muchos textos, sí de mi oficio, sí de una voluntad que existe desde que cumplí doce años. A estas alturas ya sé que nunca seré un escritor profesional, pero por suerte no lo necesito y, un defecto a añadir a muchos otros, carezco de ambición.

Todo está bien. Mis cuadernos y libretas que abarcan desde mis dieciséis años hasta que nacieron los blogs sobrevivirán más que estos últimos. Están guardadas en alguna parte, en alguna caja. Incluso durante el servicio militar, que cumplí con dieciocho años, escribía un diario en mis ratos libres. Este blog desaparecerá el día que colapsen los satélites y toda la tecnología que no existía entonces sufra un apagón.

Y cuando pienso en esa posibilidad caigo en la cuenta de que importa bien poco. Leí hace años que en un vertedero del Egipto antiguo se había encontrado la carta enviada a su madre y su hermana por un legionario egipcio desde las fronteras de Germania. Les reprochaba que no le hubiesen escrito y no se hubieran preocupado de si estaba bien o si había muerto. Recuerdo que al leerlo pensé en el viaje que esa carta había hecho desde Germania hasta Egipto, y en cuántas no podremos leer jamás. Cartas, diarios, poemas.  El tiempo es largo y un parpadeo al mismo tiempo. Si escribo cada día lo hago para cumplir mi propósito de este año dos mil diecinueve y te aseguro que no es fácil, sobre todo cuando tu mayor temor es que tus palabras sean no pertinentes, no significantes, inútiles y cursis.  Pero navegar es esto: seguir adelante a pesar de todo.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Diecinueve de septiembre

Que el cambio climático es una evidencia científica creo que nadie, salvo el actual presidente de Estados Unidos, lo duda. Los últimos glaciares del Pirineo desaparecen a una velocidad galopante y los fenómenos meteorológicos desastrosos son cada vez más frecuentes. Los agricultores y apicultores que atiendo en mi trabajo lo confirman.

Pero hay algo en el relato de lo que está sucediendo que siempre rechina en mis oídos. Es esa alusión a la acción del ser humano como si nosotros fuésemos algo ajeno al planeta. El cambio climático es producto de la tierra. Concretamente de la proliferación desmesurada de una de las millones de especies que han existido en ella: nosotros. No somos alienígenas. Somos compañeros de viaje y evolución de absolutamente todas las especies que existen en la tierra, desde las anémonas más antiguas y primitivas hasta los chimpancés, pasando por insectos, peces, hongos y líquenes. No será (o sería) la primera vez que el éxito se traduce en destrucción. Ha pasado muchas veces. La tierra, nuestro pequeño planeta azul, sobrevivirá hasta ser engullida por el sol.

Pero no nos dejemos llevar por el vértigo. Hagamos lo posible para ralentizar lo inevitable o, si tenemos lo que hay que tener, colonicemos otros mundos. No existe otra posibilidad si queremos sobrevivir. Como cada ser humano individual, cuando nacemos comienza a correr la cuenta atrás. Si queremos que esto no sea así como especie deberemos alejarnos de nuestro hogar y buscar otros. La cuenta ya ha comenzado a correr y creo que nada podrá detenerla.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Dieciocho de septiembre

Son las ocho y media y ya empieza a hacerse de noche. Me he arreglado un poco la barba, da más trabajo que afeitarse pero lo hago una vez al mes o cada dos meses, cuando la gente comienza a darme monedas por la calle y pedirme que baile a cambio de un tetrabik de vino. Si no fuese por mi compañera sería un desastre total. Una mañana se plantó y me dijo que no podía ir a atender al público con un vaquero viejo con agujeros en la zona de los huevos -vale: testículos.

Yo siempre le hago caso. Bueno: casi siempre. Es muchísimo más inteligente que yo. Aunque a veces me ha tirado camisetas a la basura porque tenían agujeros minúsculos, tan pequeños que casi no se veían. Yo me aferro a las cuatro cosas que me gustan, y lo hago como una lapa, como un koala. Soy animista y creo que todo tiene un alma, sobre todo los tejanos y las camisetas viejas, y también las sartenes, los cuchillos, el calzado que se cae a trozos. No lo puedo evitar. Soy un fanático del animismo, un talibán del aprecio a las pequeñas cosas que me gustan sin límite de tiempo, porque lo que me gusta me gusta para siempre. Voy por el tercer par de botas Panama Jack clásicas, iguales que las primeras que adquirí hace veinte o treinta años. Agradezco que las sigan fabricando. Me gustaban entonces y me gustan igual ahora. A eso me refiero.

Pero lo importante es que me he arreglado la barba frente al espejo y ahora podría incluso participar en una tertulia política en televisión. Después de lo que ha sucedido para desembocar en nuevas elecciones saldrían dos gorilas y me harían desaparecer del plató. Estoy tan enfadado que no tengo palabras. Pero si quiero ser honesto de verdad diré lo siguiente: dije que en el caso de que esto sucediese no iría a votar, pero sí votaré. Nos jugamos demasiado. Y volverá a pasar lo mismo. Qué mierda. Me voy a preparar la cena, salmón al horno con patatas y vino del Somontano. Que le den por el culo a todo. Pero no.

martes, 17 de septiembre de 2019

Diecisiete de septiembre

A mí, trabajando, me sucede que casi todo el mundo me parece interesante y hermoso, independientemente de su género o su edad. Mi manera de demostrárselo es atenderles con profesionalidad y un poco de cariño y empatía. Fuera de la agencia comarcal no me ocurre, sólo me pasa allí. No sé si mi mente, después de tantos años atendiendo ciudadanos, ha generado esa capacidad para hacerme más fácil satisfacer sus necesidades de información o porque soy sencillamente así. Sí, sé exactamente a qué suena lo que he escrito. ¿Alguien lo dudó alguna vez?

lunes, 16 de septiembre de 2019

Dieciséis de septiembre

Con ligeras variaciones, días frescos y días todavía cálidos, el verano va quedando atrás. Yo me alegro porque lo odio, pero comprendo que es una de las cinco estaciones y debe suceder para que todo tenga sentido. ¿A quién quiero mentir? Lo digo por decir: si pudiésemos pasar directamente de la primavera al otoño sería feliz.

Soy infantil, lo sé. Soy mortal, lo sé. No me gustaría morir en verano, sudando; ojalá muera en invierno, al aire libre, y mi último suspiro deje una diminuta nube visible flotando en el espacio y desapareciendo frente a mi boca entreabierta. Morir dos veces.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Quince de septiembre

Como tantas otras veces, me he despertado de la siesta pensando que era por la mañana y no por la tarde. Todavía queda un poco de domingo. He dado gracias a los pequeños dioses inventados.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Catorce de septiembre

Para escribir durante unos minutos hacen falta muchas horas de no escribir. Soy un radar mental. Escudriño mi exterior y mi interior constantemente, soy así desde que era apenas un niño, no es algo que provenga siempre de mi voluntad. Veo unos patos en el escaso caudal del río. Ropa tendida. Alfombras tendidas. Veo la matrícula de un coche: 5000 y a continuación la marca de un conocido whisky español. Veo en el escaparate del gran bazar chino del otro extremo de mi edificio los objetos tan absurdos y enormemente feos que venden. Cosas hechas con cartuchos de bala. Budas de todos los tamaños.

También para hacer una fotografía que dura un segundo se necesitan muchas horas de no hacer ninguna. Es un poco lo mismo. Tal vez algún día fotografíe el escaparate del bazar chino, o tal vez no. Porque detrás de todo ese tiempo de no escribir nada y no hacer ninguna fotografía, detrás de todo ese tiempo de no crear absolutamente nada, está el momento del sí, ahora sí. Sea porque se está haciendo tarde y el día termina, sea porque sabes en tu fuero interno que así ha de ser.

Aunque lo que hoy quiero consignar en este cuaderno de bitácora es lo siguiente: para transformar la vida cotidiana en un instante pertinente, significativo de algún modo, hace falta mucho aburrimiento aparente. Y digo aparente porque todos sabemos que el aburrimiento real no existe. Hay demasiadas cosas, demasiados ruidos, demasiada realidad a nuestro alrededor para que podamos aburrirnos de verdad. Yo, como todo el mundo, escucho y contemplo. Los colores me ciegan, los sonidos fuertes me aturden. Me asomo a la ventana de la cocina. Todavía hay nubes de insectos rodeando hipnotizados la luz de la farola de la acera. El frío se acerca. Desaparecerán.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Trece de septiembre

Ninguna felicidad, por
poco que dure, aunque
sea un leve soplo que
te despeina por sorpresa
durante unos segundos,
sobra.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Doce de septiembre

Todo se desarrolla con un orden que constantemente vibra, desconfía, duda antes de seguir adelante. Las decisiones más básicas como, por ejemplo, poner un pie delante del otro para caminar, y las más difíciles también. Llevo toda mi vida conviviendo con esa sensación. Todo vibra y existe en su temblor esencial, como los átomos. De acuerdo, seguramente no sé ni de qué estoy hablando, pero aspiro a hacerme entender por gente tan tonta como yo (que ya es difícil que existan).

Nada está quieto, ni lo feliz ni lo desgraciado. La parálisis real no existe salvo en algunos peces de la Antártida, que permiten que su sangre se congele sin daños para su resurrección. No es mi caso. Yo nací muerto y, sin embargo, desde entonces, la vida no ha hecho sino existir y vibrar a mi alrededor y dentro de mí sin más objeto que sobrevivir un poco más.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Once de septiembre

A estas horas en algún sitio mis parientes más cercanos hacen sus nidos en la copa de los árboles y se disponen a dormir. El agua de los arroyos del bosque es ligeramente roja. Los senderos de los elefantes quedan desiertos. El leopardo sale de caza. Las lejanas nubes que esta noche ocultan las estrellas confirman que no existe nada más.