sábado, 6 de enero de 2018

De la necesidad del frío

De vez en cuando contemplo el exterior de nuestra nave para saber si está nevando, o lloviendo o algo. Es una mierda que nunca acierten con el Somontano, lo digo en serio. En época de vendimia la culpa se la llevan las bodegas, que si rompen las tormenta con tiras de cobre que si no sé qué, pero ¿ahora? ¡Si anunciaban en las televisiones el apocalipsis antártico!

A eso de las doce y media hemos ido a dar nuestro habitual paseo junto al canal, hoy vacío y con aguas tan estancadas que en algunos tramos olía mal, y la temperatura era de ¡trece grados! ¡Un seis de enero!

Rezo al espagueti volador y a supermán porque de verdad tengamos una temporada medianamente larga de frío de verdad, ¿es mucho pedir dos semanas, tal vez tres? ¿Cuatro? Es que si no cuando quiera darme cuenta me veo otra vez en bermudas y sandalias y todavía no las he olvidado, ni tiempo a eso me ha dado.

Frío. Necesito frío. Frío de verdad aquí en Barbastro, en el barranqué, al pie de las tentadoras cordilleras blancas de nieve.

viernes, 5 de enero de 2018

De reyes

De los reyes magos no sé qué me gusta más: si que afortunadamente hayan desaparecido de nuestras vidas y su importante impacto en nuestras mermadas cuentas bancarias, o que se reúnan en el cumpleaños del rey abuelo sin hablarse la mitad de la familia con la otra mitad. Quién sabe si de este modo, por disolución y enfrentamientos pedestres, desaparezcan de nuestra sagrada constitución. Ojalá.

Por otra parte disfrutamos tanto en su momento: galletas mordidas junto a la taza de leche, con migas en el suelo y todo; colocar cuidadosamente los juguetes; contemplar enternecidos su asombro inocente.

Cada edad tiene su afán. Tal vez si algún día tengo nietos recupere aquella ilusión multiplicada, según me cuentan, por cien.

jueves, 4 de enero de 2018

Palacios

Por la mañana, antes de levantar la persiana de mi negocio, miro a través de la ventana. Todo está en sombra menos las zonas más altas iluminadas por el sol reciente. Su luz nueva convierte el edificio más feo en un palacio.


miércoles, 3 de enero de 2018

Avatar

Despierto bruscamente de un sueño que no puedo recordar y compruebo que son las seis y cuarto. "Todavía puedo dormir un poco más", me digo, hasta que me doy cuenta de que estoy vestido sobre la cama sin deshacer y es por la tarde. Entonces recuerdo: me acosté a las cinco y he dormido una siesta intempestiva. Fuera todo está oscuro y la casa está en silencio. Maite corrige trabajos en el salón. Salgo al pasillo del submarino (todos los pasillos de todas las casas donde he vivido me recuerdan a submarinos), entro en la sala donde ella trabaja y todo, durante esos segundos o minutos, me parece extraño, insólito, como si hubiese despertado en el cuerpo de una persona distinta a mí, como si fuese el avatar de alguien. Tengo cincuenta y cuatro años y aún no comprendo casi nada de todo esto.

martes, 2 de enero de 2018

Pureza

Vuelvo al trabajo después de una semana de vacaciones. A las ocho de la mañana hay unos sorprendentes siete u ocho grados de temperatura. El río Vero se precipita hacia el mar con un caudal más bien escaso. Sorteo dos o tres cagadas de perro en la acera. El cielo, como siempre, es lo más puro del paisaje urbano, aparentemente ajeno a quienes vamos de aquí para allá como las hormigas de un hormiguero.

Hoy he jubilado a cuatro personas. También tramité una pensión de viudedad. Tarjetas sanitarias europeas. Información sobre el futuro. Consuelo sobre situaciones sin salidas administrativas posibles.

En alguna parte leí no hace mucho tiempo lo siguiente: "Lo mejor que puedes regalarle a alguien es tu atención". Puedo asegurar, después de muchos años de profesión, que es una verdad absoluta. Otra verdad es lo que puedes aprender de todas esas personas anónimas que se sientan frente a ti y, más a menudo de lo que creeríais, acaban contándote anécdotas de su vida sorprendentemente íntimas. Saben que mi profesionalidad les protege.

El día termina y el nuevo año comienza a caminar. Los rechonchos gorriones comen nuestras migas en las calles de Barbastro con la alegría propia de los seres puros, puros como el cielo.

lunes, 1 de enero de 2018

El límite del horizonte

El horizonte -no el mío, no el tuyo, no el de los que creen o no creen en fechas importantes, no el de quienes ni siquiera piensan en ello- es hoy. Hoy es el límite del horizonte de toda la humanidad.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

El ojo de la aguja

Dos mil diecisiete se precipita hacia el ojo de la aguja como todos sus hermanos anteriores. Yo escribo frente al espejo del cristal del ventanal del salón abierto al exterior oscuro de Zaragoza.

Maite y Paula, que vino de Bergen para pasar estos días con nosotros, se han ido de compras. A menudo suenan sirenas -no sé si de ambulancias o de policía o de bomberos- como si el mundo estuviese acabándose, aunque no es verdad. Son sonidos de las ciudades grandes a los que quienes vivimos en lugares pequeños no estamos acostumbrados (pero yo viví aquí durante toda mi juventud).

La navidad ya ha pasado. Cociné para veinte de las personas que más quiero en el mundo y todos disfrutamos de la comida, la bebida y, sobre todo, la compañía. Mis padres van siendo cada vez más mayores y estas reuniones tienen cada año un sentido más profundo. Nuestras vidas se enhebran.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Ni nuevo ni pertinente

Este año he decidido que no me gusta la Navidad. Me hace mucha ilusión cocinar para mi familia, para mis padres y hermanos y sobrinos, pero reconozco que me haría la misma ilusión hacerlo en septiembre o en febrero. Sé que no estoy diciendo nada original, pero la Navidad y toda su parafernalia, los adornos, las compras, etcétera, me ponen enfermo, e imagino que si no fuese ateo todavía me pondrían peor.

Y como no estoy escribiendo nada nuevo ni pertinente ni que aporte lo más mínimo a nadie, aquí termino. ¿Ya he dicho que no me gusta nada la Navidad?

domingo, 17 de diciembre de 2017

Respeto

Volviendo de sacar dinero de un cajero automático y comprar el pan he visto el cuerpo de un pájaro pequeño en la esquina de la calle. Se trataba de un gorrión que, como todo el mundo que me conoce sabe, es mi pájaro favorito. Su rígido cadáver había perdido la esponjosidad del plumaje de invierno, y lo que quedaba era su pequeño cuerpo delgado y la cabecita de lado, las membranas de sus ojos unidas en un gesto de frío, aceptación y abandono.

He sacado el móvil del bolsillo y he estado a punto de hacerle una fotografía, pero al ver su imagen en el teléfono he sentido pena, he dudado y finalmente, tras mirar a mi alrededor como si hubiese estado a punto de cometer un crimen, he desistido de ello.

Antes no me pasaba. Hacía fotografías a todo tipo de animales muertos. Mis blogs son testigos. Algo ha ido pasando en mí durante estos años para que ahora no quiera hacerlas o, mejor dicho, para que ahora sienta al principio, como siempre, el intenso deseo de fotografiar pero, en el momento de pulsar el botón, aquel algo me lo impida. No sé, no estoy seguro de qué es, pero creo que tiene que ver con el respeto.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Caudal

Escucho las voces alegres de los nuevos vecinos, bastante más jóvenes que nosotros, que han debido invitar a amigos a cenar. Después me pongo los cascos para escuchar música mientras navego y escribo. ¿Por qué los edificios modernos tienen las paredes tan delgadas?

El río Vero viaja hacia el lejano mar con muy poco caudal a pesar del frío de la semana pasada. Frío y agua no son sinónimos. Alguna mañana caminé al trabajo a tres grados bajo cero, todos los coches cubiertos de hielo, el cielo alto y puro, mi alma respirando a través de los pulmones dejando un rastro de humo.

El frío me hace feliz. Bajo el abrigo llevo las mismas camisetas de manga corta que utilizo todo el año. El otro día recogí con la mano nieve de un coche aparcado en la calle de alguien que había bajado de Cerler o vete tú a saber de dónde, y me la llevé a la nariz. No olía a nada. Ni siquiera a frío.

Los pequeños pájaros urbanos sobreviven a las heladas y buscan en los parques y los bancos de las aceras la comida que dejamos caer sin querer. Contemplar cómo van de aquí para allá con esa alegría tan ajena a mi inteligencia me hace sentir esperanza. Son tan pequeños y al mismo tan resistentes y hermosos.

Al llegar cada mañana a la pequeña Agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro donde trabajo abro mi ordenador y, por decirlo de algún modo, compruebo que mi ropa interior está limpia, que huelo bien, que estoy en orden, que las personas a las que voy a atender se irán tras una buena experiencia conmigo. Sé cómo suena lo que digo e insisto y añado: me gusta mucho. Yo les informo y les ayudo. Si supieran cuánto me regalan ellos a mí: las cosas que me cuentan, sus realidades, sus anhelos, sus frustraciones, sus alegrías, sus penas, su humanidad sin filtros. Si supieran todo lo que aprendo.

Los vecinos siguen de fiesta. Son una pareja joven como en su día lo fuimos Maite y yo. Espero no arruinarles la sobremesa de la cena con mis ronquidos.