En el horizonte nocturno refulgen los relámpagos, pura fanfarria pues sólo han caído cuatro gotas de polvo durante unos minutos, tan poca cosa que ni siquiera oscureció el pavimento de la calle. Este bochorno me agobia, me transforma en un cónsul desterrado en los confines del imperio. ¿Qué gloria alcanzaré aquí? Ninguna. Los camellos de las caravanas berrean al otro lado de la muralla de adobe que protege la ciudad, inquietos por la tensión de la tormenta que se aleja. La luna es una pálida borra en el espacio estelar.
jueves, 18 de septiembre de 2008
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