Los vencejos de mi casa se fueron de improviso, asomándose a la entrada de sus nidos colgantes y dejándose caer. Debió de ser hace varios días, cuando empezaban a escasear los insectos de los que se alimentan. ¿Cómo no me di cuenta de su desaparición en el cielo de las calles, la ausencia de sus vuelos acrobáticos girando y regirando entre los edificios, escandalosos y chillones? ¿Habrán alcanzado ya el estrecho de Gibraltar?
Puedo imaginarlos a estas horas, integrados en una gran bandada, sobrevolando a cientos e incluso miles de metros de altura las luces nocturnas de las ciudades y carreteras; ante ellos, al otro lado del mar, se extiende una oscuridad intacta, no contaminada por la electricidad ni el desarrollo aunque sí por la pobreza y el dolor. Los grandes corazones envían sangre a las alas de guadaña. Cuando atraviesan nubes de plancton aéreo, compuesto de millones de diminutos insectos arrastrados por corrientes cálidas, abren la boca y se alimentan. No se detendrán, volarán valientemente noche y día hasta llegar a su lejano destino, más allá de la invisible línea del ecuador africano.
Ocho o nueve meses después volverán a ponerse en marcha, cruzarán el estrecho, atravesarán casi toda la península ibérica y regresarán a esta calle, justamente a esta y no a otra, para ocupar los nidos donde vivían hasta hace pocos días. Quién seré yo entonces no lo sé. Si estaré vivo, si estaré muerto, si seré mejor o peor que ahora, si habré conseguido volver a adelgazar, si habré descubierto algo, olvidado algo, recuperado algo, no lo sé. Sí sé que estas migraciones, como las olas golpeando en la playa, son el tictac del reloj del mundo.
lunes, 8 de septiembre de 2008
Tictac
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2 comentarios:
Jesus, yo ya ni comento...cada entrada me admira más que la anterior. Me dejas impresionada, qué capacidad para sentir, imaginar y escribir! Me quito el sombrero
Caray, muchas gracias, anónima con sombrero.
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