Despierto de la siesta cuando la luz comienza a menguar en la claraboya del techo. Para no pensar en niños y adultos atrapados desde hace días bajo los escombros, pobres almas agonizando de sus heridas, de hambre y de sed, decido encender la chimenea. La madera está húmeda y a las ramas y piñas debo añadir una pastilla blanca que huele a petróleo. La leña humea, sisea, se resiste, pero finalmente acaba crepitando y consumiéndose. Me sirvo un Jack Daniel's y me abandono al hipnótico mensaje del fuego que baila y dice: «soy ajeno a ti». Como el mar. Como la lluvia.
sábado, 16 de enero de 2010
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4 comentarios:
Es que cada vez que pensamos en ello se nos encoge el corazón. También es bueno abandonarse a la contemplación del fuego, que además de fascinante e hipnótico nos reconforta.
Catástrofes como la del terremoto de Haití nos recuerdan la fragilidad de nuestra existencia como especie. El planeta es mucho más fuerte que nosotros y nuestros hormigueros gigantes.
Qué duda cabe.
Tampoco cabe duda de que lo que importa para nuestra especie es una organización que sea justa. Porque el desastre de Haití no lo es de la Naturaleza, sino de la pobreza creada, con inteligencia y voluntad, por el Sistema.
Y menos todavía de que una persona buena y cabal puede hacer lo que tiene que hacer y, además, encender la chimenea y ver el fuego.
La persona buena y cabal vive la vida de todos y también la propia. Y distingue perfectamente entre una y otra. Sabe que para salir a la calle, con frío, hay que abrigarse. Y que al volver a casa, con calor, hay que aligerarse de ropa. La persona buena y cabal e(re)s así de sencilla.
Uf, no soy tan bueno ni tan cabal como crees, Nán, pero gracias de todos modos.
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