Cada día de cualquier peatón de un país occidental podría convertirse en una película de Eric Rohmer. Lo que vemos de esa persona: cuando se dirige al trabajo, cuando toma un café en un bar, cuando sube al coche y se aleja calle arriba; y también lo que no vemos: cuando abre la puerta de su casa y la cierra tras de sí, cuando habla con su marido o su amante sentada a la mesa de la cena, cuando despierta en medio de la noche, poco antes del amanecer. A mí me interesan esas cosas, me interesa mucho ese concepto artístico cuyo único propósito es mostrar sin estridencias el misterio que late en la experiencia cotidiana de nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros vecinos. Por eso me gustaban y me gustan mucho las películas de Rohmer, que murió ayer. Ellas, junto a tantas otras de propuestas y estilos muy diferentes, forman parte de mi educación sentimental. Quién sabe, tal vez su serie titulada «Cuentos de las cuatro estaciones» (mi preferido es el de invierno) contribuyó de algún modo, inconscientemente, al título de este cuaderno. Debo tanto a tantos, a decenas, a centenares de tantos vivos y muertos, habitantes de siglos cercanos y de siglos remotos, conocidos y anónimos... A medida que trazo mi camino más agradecimiento siento hacia todos ellos, hacia su talento, hacia su inteligencia, hacia el fruto de sus exploraciones. Son mi discreta compañía.
martes, 12 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
8 comentarios:
Me ha gustado tu homenaje. Y yo te doy las gracias a ti por tus escritos. Un abrazo
Gracias a ti, Elvira. Un abrazo.
Casi siempre salía de las películas de Rohmer pensando que la calle era como la que él filmaba, pero que la gente no estaba tan loca por la vida pequeña como sus personajes.
Eso, y mucho más, le debo.
He vuelto a ver algunas películas de Rohmer -El rayo verde, Pauline en la playa, Cuento de invierno, Cuento de otoño- y he descubierto que se conservan intactas, que me alcanzan del mismo modo que cuando las vi por primera vez. También he vuelto a recordar lo hermosas que salen las actrices en sus películas: Marie Rivière, Amanda Langlet, Charlotte Véry, Françoise Fabian, todas ellas. Entre unas cosas y otras casi diría que soy un poco francófilo.
Descanse en paz.
Yo lo descubrí de jovencita, en las salas del cine Verdi de BCN, con su ciclo de las cuatro estaciones, y me encantó. Me recordaba de algún modo a otro grande: el cineasta Kieślowski, con su ciclo de películas de colores esta vez.
Yo también lo lamento.
Un abrazo gordo
¡Kieslowsky! ¡Me encanta! Y sí, es cierto, él y Rohmer comparten muchas cosas, entre ellas el amor a las mujeres y una misma mirada sobre la experiencia humana. Un abrazo.
Cuando en algunas ocasión te he dicho que este blog, o tu manera de escribir en él, me resultaba enormemente cinematográfico, estaba pensando en Rohmer. Y seguramente es ese gusto estético por lo microscópico lo que nos fascina de él.
Nunca hubieras imaginado un halago mayor para mí, Luis, te lo agradezco aunque no lo merezca.
Publicar un comentario