martes, 10 de abril de 2018

Un legionario romano después de la batalla

Nunca pensé que escribiría esto, pero la humanidad me agota y comienza a vencerme como el viento vence a las formaciones de roca arenisca del territorio que habito. Como todas las personas, como todos los seres humanos que se suceden ante mí durante mis horas de trabajo. Al final de la jornada regreso a casa caminando por la calle empapado en sangre como un legionario romano después de la batalla. Sólo las tórtolas turcas de collar oscuro y ojos rojos se apartan a mi paso.

7 comentarios:

andandos dijo...

A menudo vivir conscientemente pide de nosotros un esfuerzo enorme, que sobrellevamos como podemos. Hay días gloriosos y días en los que el hundimiento es total. Días que no suelen ser, afortunadamente, consecutivos.

Nuestras ideas, convicciones, son prácticamente absolutas. Pero volvemos al principio, a aquella idea en la que todo es posible. La edad cansa, lo noto cada día. En fin.

Un abrazo

Marisa dijo...

Jesús, es que tu trabajo es muy duro, y aún así lo llevas con una gran humanidad, empatía y entereza. Pero, ¡cómo no va a llegar el día en que tanta carga te doblegue! Lo que pasa que cuando tu trabajo te gusta, te recuperas, la energía vuelve por otro lado y te recarga las pilas. Eso seguro. Otra cosa es que no te gustara, como le pasa a tantos profesionales que tienen que trabajar con personas: eso es una desgracia para todos, se dañan ellos mismos y dañan a los demás.

Ánimo y un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Querido José Luis, hoy estoy mejor (y eso que los martes también atendemos al público por la tarde). Ayer, tal vez por regresar de una semana de vacaciones, y también porque los lunes suelen ser terribles en cuanto a afluencia de personas, salí como si hubiese participado en una batalla.

Y es verdad, la edad cansa, yo también lo noto cada día. Pero esta aventura es así, tiene estas reglas.

Un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Marisa, mi trabajo me encanta casi tanto como me agota física pero sobre todo mentalmente. Pero sí, luego vuelvo a casa y cargo la batería. Una de las mejores suertes que tengo es que duermo muy bien. Y coincido contigo en que para trabajar con personas tiene que gustarte, tienes que tener empatía y cariño y lo que yo llamo cierto sentimiento de comunión. Yo lo he sentido cuando he estado ingresado en un hospital, y es lo que procuro ofrecer aunque me derrote.

Os voy a contar un caso que he tenido hoy mismo. Una adolescente de dieciséis años de origen rumano. En 2005 murió su padre y ella y su hermano y su madre pasaron a cobrar pensiones de orfandad y viudedad. En 2015 su madre muere de cáncer y se queda sola con su hermano, que se suicida tirándose a un río a los pocos meses. Ella, B., una joven delgada, sonriente, rubia y muy inteligente, se queda sola. No tiene familiares en España ni tan siquiera en Rumanía, y además se le retira la pensión de orfandad porque al ser menor sólo puede percibirla a través de un tutor. Hablamos de que entonces tenía trece años. Vivía en Málaga. Los servicios sociales se hacen cargo de ella hasta que aparece alguien de Graus, ignoro de qué modo y manera, que se ofrece a hacer cargo de ella y cuidarla. Es una familia de españoles de origen sudamericano que ya tienen dos hijos menores que B., a la que abren su casa y de la que, finalmente, durante los dos años que le faltan para ser mayor de edad, se hacen tutores para que al menos pueda cobrar la orfandad y otra prestación familiar por hijo a cargo. Es un acto de amor. Han venido las dos, B. y su madre de acogida. Una rubia y de ojos azules, la tutora morena y de rasgos indígenas.

A mí estas cosas me alcanzan el corazón. Me conmueven hasta el tuétano. Y forman parte de mi trabajo. Ahora la adolescente rumana que se quedó sola en Málaga va a un instituto de Graus y tiene amigos, una pandilla, un futuro, una habitación en una casa de quienes considera su familia después de haber pasado por diversas instituciones que nunca, a pesar de todos los esfuerzos, de ningún modo pueden sustituirla.

La he mirado a los ojos y sé que saldrá adelante. B. es valiente. Ha sufrido muchísimo pero ahora, aquí en el alto Aragón, con una familia que la trata como una hija y durante mucho tiempo se ha ocupado de ella, saldrá adelante. Su madre-tutora me ha dicho que es muy buena estudiante, comentario ante el que la chica se ha puesto colorada. Quién sabe, pero yo le auguro un futuro mejor que su desgraciado pasado. Perdió a su familia pero ha descubierto que tenía otra esperándole.

Esto es mi trabajo, Marisa. Engancha mucho, aunque a veces vuelvas a casa dolorido.

Un beso.

Elvira dijo...

Jesús, me conmueve profundamente lo que cuentas en el anterior comentario. Muchas gracias, de verdad. Y totalmente de acuerdo con Marisa.

Un abrazo, amigo!

andandos dijo...

Hoy llueve, y piensa seguir haciéndolo. Mirando cómo llueve he pensado en que sería capaz de estar mirando cómo llueve, y dejando ir mis pensamientos durante tres o cuatro horas, toda la mañana. Muchos de vosotros también.

Ampliando este pensamiento he llegado a pensar en que hubo un tiempo, o lo habrá, en que contemplemos mucho más y hagamos mucho menos. Ideas utópicas, sólo como deseo.

En fin, miércoles y lloviendo, nada anormal.

Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Querida Elvira y querido José Luis, hoy he atendido otro caso de esos que me tocan profundo. Una mujer joven dio a luz a una niña y poco después, meses después, falleció de cáncer a los treinta años. El padre, con quien las cosas ya no andaban bien antes de caer enferma, se desentiende de todo: de la enfermedad mortal de ella y también, y esto es lo que más me cuesta comprender, de la pequeña bebé.

Es el hermano de la mamá muerta quien se hace cargo de la niña, y la integra en su familia. El padre acaba firmando que acepta que esa familia la tutele y, a todos los efectos, sean sus padres. No quiere saber nada de su hijita.

Ahora ellos, sus tíos, son sus padres, y sus dos primos sus hermanos, pero la Ley no les permite adoptarla mientras exista un progenitor vivo (podría cambiar de opinión y utilizar su condición de tal en el futuro).

El hecho es que sus tíos son sus tutores y, en fin, Daniela, de dos años y medio de edad, llama a su tía mamá y a su tío papá. Con la sentencia judicial sobre la mesa la he dado de baja de beneficiaria en la tarjeta sanitaria de un padre que nunca ha querido saber nada de ella, para darla de alta como beneficiaria del hermano de su mamá que la ha acogido como una hija y así la criará siempre, hasta el final.

Casi todas las posibilidades de la vida pasan frente a mí, pero, ¿sabéis? después de tantos y tantos años he aprendido que sí, que de verdad, que en serio, que casi siempre gana el amor. Aunque todavía descubra situaciones que me cueste comprender.

Besos y abrazos a los dos.

P.D. El rio Vero fluye delante de mi casa crecido y de color chocolate con leche como si fuese un río de esos de verdad, con troncos y ramas precipitándose hacia el mar del mejor poeta español que ha existido en este mundo. Ese morir.

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(He corregido el comentario porque había muchos errores de redacción. Perdonadme pero no lo puedo evitar)