sábado, 26 de mayo de 2018

El vuelo es distinto

La casualidad ha querido que hoy, el mismo día, vinieran a casa mi hija desde Noruega y mi hijo desde Italia. Mi proverbial capacidad para perderme y despistarme ha hecho que hayamos equivocado la terminal de ella en el aeropuerto de Barcelona, pero al final se ha reunido con nosotros. El vuelo de mi hijo desde Roma ha llegado con hora y media de retraso, pero al fin, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos reunido toda la familia (y Claudia, la encantadora compañera de la beca Erasmus de Carlos).

Debo decirlo: odio los aeropuertos. Sus múltiples accesos, sus terminales, sus ascensores, sus escaleras mecánicas, sus compañías aéreas. Yo iría en mi vieja Picasso a todas partes. A Roma. A Bergen. A la antártida. Lo que más odio de los aeropuertos es el tiempo que se pierde, los precios abusivos de las cafeterías y restaurantes, que los horarios previstos carezcan de importancia, la aglomeración de personas como nosotros esperando frente a la puerta de llegada, minuto a minuto, cada vez más impacientes.

Los odio y por eso lo digo: odio ese laberinto de señales luminosas, flechas, horarios en paneles electrónicos. Eso sí: el vuelo es distinto, viaja a través de miles de kilómetros en poco tiempo y te deposita en lugares lejanos. Pero los aeropuertos no, los aeropuertos no me gustan nada. Aunque estoy dándome cuenta de que las estaciones de autobuses tampoco, ni los andenes de las estaciones del tren.

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Por primera vez en muchos meses toda mi pequeña familia está reunida. Es bonito, insólito e improbable (aterrizaban hoy, el mismo día, de pura casualidad, no estaba planificado). Soy feliz.

5 comentarios:

Epolenep dijo...

Pues fíjate... a mi los aeropuertos, igual que las estaciones de tren, sí me gustan. Me gusta ver reencuentros y despedidas, cansancio, emoción, ese estado de excepción que dan los viajes. Lo que no me gusta y cada vez menos son los aviones, la irrealidad de los tiempos cambiados, la velocidad imposible, el abismo de un medio que no nos corresponde. Yo también iría en coche (o en tren!) a cualquier sitio. Pero me callo; las familias reunidas son lo mejor que hay. Que disfrutéis!

Jesús Miramón dijo...

Para mí lo ideal es subirme a un coche, encender el motor y emprender el viaje. O, imagino, porque nunca lo he vivido, caminar sobre el muelle de madera, subir a un barco, extender las velas y partir.

Para mí lo ideal es acudir a un andén y que el tren llegue cinco minutos después y el pasajero que esperas descienda del vagón. O acudir a una pista de aterrizaje y, acaso quince minutos después, un avión aterrice y la persona a la que esperas descienda por la escalera y acuda hacia ti con los brazos abiertos.

Nada de eso ocurre en el aeropuerto de Barcelona. Allí lo que suceden son horas vacías, largas horas vacías hasta que pasa lo que esperabas que pasara. Es agotador.

Pero es verdad, ¡los cuatro juntos! ¡Desde Navidad no sucedía! Esta mañana hemos dado nuestro habitual paseo junto al canal con Paula (mi hijo dormía la fiesta de reencuentro con sus amigos anoche). Lo ha disfrutado mucho. El paisaje de Noruega es bonito pero monótono. Echaba mucho de menos el paisaje de su infancia: los almendros, los olivos, los campos de cereal ahora rodeados de amapolas, las encinas y enebros, el romero, la aliaga, el tomillo, las margaritas, esta pequeña Toscana que es el Somontano de Huesca.

Un beso.

andandos dijo...

Ahora mismo mi hijo me escribe desde Barajas camino de Toulouse. A mí tampoco me gustan los aeropuertos. Hace unos años fuimos a la Toscana en coche desde aquí, ya sabes. Y creo que al año siguiente a Suiza, también en coche. A mí me gustó ir así, la verdad. No es como pasear en coche pero al menos tú decides muchas cosas, y el cómo hacerlas. Nos perdimos, bueno, me perdí yo sólo, entre Florencia y Siena, que por lo visto es difícil que suceda. Pero yo lo hice, ir de un lugar al otro por pequeñas carreteras y pueblos, como en alguna película de esas bucólicas. En fin, a ver si llueve otra vez.

Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Aquí ha llovido mucho. Con truenos terribles y luego más calladamente. A mí me pasa lo mismo: siempre me pierdo. Pero es distinto perderse en carreteras, con todo el tiempo por delante, que en un aeropuerto.

Si por mí fuese iría a todas partes en mi vieja y leal Picasso y sus trescientos veinte mil kilómetros.

Un abrazo, amigo.

Elvira dijo...

¡Qué alegría! Mi hija viene dentro de dos domingos.

Un beso y disfruta de ellos y con ellos!