lunes, 26 de mayo de 2008

Chuang Tzu

CINCO VARIACIONES SOBRE LAS VIRTUDES DE CHUANG TZU


Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo no estaba empezado. “Necesito otros cinco años”, dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.

Cuento chino citado por Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, y vuelto a citar por Enrique Vila-Matas en su libro El viajero más lento.

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PRIMERA VARIACIÓN

Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en la escritura. El rey le pidió que escribiera un poema que desvelase el misterio de la existencia humana. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa junto al mar. Pasaron los cinco años y Chuang Tzu aún no había escrito nada, pues se sentía muy solo. “Necesito otros cinco años”, dijo Chuang Tzu, “y la prostituta más sabia y hermosa del país”. El rey le concedió otros cinco años y le envió a Wei Ran, la cortesana más bella de toda la nación. Los cinco años siguientes transcurrieron deprisa, pues Chuang y Wei se enamoraron y dedicaron todo ese tiempo a conocerse y saciar su hambre y su sed. Cuando el rey regresó, Chuang Tzu le pidió cinco años más. El rey se los concedió. Durante el último invierno Wei Ran contrajo fiebres y murió. Chuang Tzu se hundió en la desesperación y él mismo estuvo a punto de morir de tristeza. Cuando el rey regresó a la casa junto al mar encontró al poeta en la playa, caminante solitario donde las olas abandonaban perezosas la orilla. Le llamó y Chuang Tzu, al verlo, recogió un palo del suelo y delante de su señor escribió siete palabras sobre la arena húmeda. Antes de que las olas las borrasen suavemente, el rey leyó el poema, y era el poema más hermoso y clarividente que jamás se había escrito. Tras regalarle a Chuang Tzu la casa, el rey se marchó y nunca más volvió por allí.

SEGUNDA VARIACIÓN

Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el arte del laúd. El rey le pidió que compusiese para él la música más hermosa, una canción que hablase de la espuma de las olas, de los cerezos en flor, del sonido de la vida crepitando en las hojas de hierba. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. El rey le dio una casa con doce servidores y Chuang Tzu se dedicó a la buena vida durante cuatro años y trescientos sesenta y cuatro días, pues a lo largo de toda su existencia no había conocido otra cosa que pobreza y privaciones. Cuando, al cabo de ese tiempo, el rey se presentó para escuchar la canción, Chuang Tzu había engordado quince kilos y sus dedos eran tan gruesos que apenas podían asir el mástil del laúd. Como quiera que Chuang Tzu no había compuesto una sola nota en esos cinco años, le pidió al rey cinco años más, pero éste se los negó enfadado por el comportamiento de tan orondo artista. Ordenó que lo azotasen y abandonaran en medio del desierto occidental. Allí, al poco de que los guerreros hubieron desaparecido en el horizonte, Chuang Tzu fue atacado y devorado por un grupo de leones, quienes, a pesar de no haber comido nada en una semana, todavía dejaron abundante carroña para hienas, buitres y chacales.

TERCERA VARIACIÓN

Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el arte del amor. Tanta fama tenía entre todas las mujeres que la reina, ya casi una anciana, le pidió que le hiciese el amor pues el rey hacía mucho tiempo que no dormía con ella. Chuang Tzu le solicitó que, en el caso de que la reina quedara satisfecha, ésta le regalase el caballo más noble y veloz de las cuadras reales, a lo que la reina accedió. Una tarde de primavera Chuang Tzu se presentó en la puerta convenida, que era secreta y oculta. Allí un guerrero le condujo al dormitorio de la reina. La anciana dama yacía desnuda sobre la sábana de seda, el rostro cubierto de blanca harina de arroz y los labios arrugados pintados de rojo intenso como los de una novia. Chuang Tzu se instaló de pie frente a ella y lentamente se quitó el kimono dejando al descubierto su joven y torneado cuerpo. Después, mientras la reina respiraba agitadamente, se tumbó junto a ella. Ora la pellizcaba con los dientes ora le deslizaba lentamente la punta de la lengua sobre la piel mientras sus manos recorrían aquel cuerpo viejo y delgado que comenzaba a resucitar. Chuang Tzu merecía la fama que le precedía e hizo gozar a la reina cinco veces, cada una de ellas de modo diferente. Tras el último estremecimiento de la mujer Chuang Tzu, agotado, se quedó dormido. Cuando despertó ya era de noche. La reina yacía inmóvil junto a él, todavía con la boca entreabierta y la pintura roja movida alrededor de los labios. Chuang Tzu se dio cuenta de que estaba muerta y, temblando de pánico, se vistió y salió corriendo al patio. Allí el guerrero que le había recibido le esperaba llevando de las riendas el caballo más espléndido que Chuang Tzu hubiera visto jamás. Saltó a la silla y salió al galope de allí, sorteando jardín tras jardín hasta alcanzar la calle, pues todas las puertas se abrían a su paso. A toda velocidad abandonó la ciudad y se perdió en las llanuras. Nunca más volvió a saberse de él.

CUARTA VARIACIÓN

Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de la ser diestro con el hacha, el mejor y más rápido verdugo de todo el país. El rey le pidió que, si en alguna ocasión llegaba ese momento, fuese él quien pusiera veloz y limpio fin a su existencia. Chuang Tzu, sabedor de las disputas de los príncipes, le pidió una casa con doce servidores durante el tiempo en que el soberano siguiera siendo su señor. El rey accedió y, a su regreso a la corte, dejó escrito el nombre del afamado artesano. Al cabo de cinco años hubo una revuelta, la sangre tiñó los ríos antes azules, y ejércitos enteros desaparecieron en la hierba, pasto durante meses de los cuervos y los perros. Chuang Tzu fue llamado a la ciudad imperial. El príncipe menor le recibió en la sala de audiencias. “Has vivido durante cinco años en una magnífica casa”, le dijo, “porque mi padre te la cedió hasta hoy, y así está escrito. No seré yo quien le niegue al rey su última voluntad si tal fue su empeño y tu fama tiene motivo”. Chuang Tzu, quien durante cinco años había vivido en la abundancia y, por ello, sin necesidad de practicar su oficio, sintió urgentes deseos de huir de allí, mas no era posible y, además, el rey le esperaba. Escoltado por cuatro soldados fue conducido al patio principal, en medio del cual se alzaba un patíbulo de cedro. El rey le esperaba, altivo y sereno sobre el tablado, mirando con ojos eternos a la muchedumbre. Un chambelán puso en las manos de Chuang Tzu el hacha afilada y éste subió las escaleras. El rey se arrodilló y apartó con sus propias manos la larga coleta. Chuang Tzu levantó hasta su hombro derecho el filo de su oficio y, cerrando los ojos, descargó todo el arte heredado durante cuatro generaciones. Fue tan rápido, tan rotundo, que el gentío no tuvo siquiera tiempo de gritar.

QUINTA VARIACIÓN

Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la del anonimato, nada destacaba en su comportamiento o en sus actividades. Vivía una existencia de pescadores heredada de sus antepasados, y dejaba fluir los años intentando no hacer daño a nadie. A lo largo de su vida muchos príncipes y estirpes se sucedieron sin que él tuviese noticias de ellos, pues a la lejana isla donde había nacido sólo llegaban los recaudadores, y éstos, aún con diferentes rostros y estaturas, siempre parecían ser el mismo. A Chuang Tzu le habían sobrevivido siete hijos, cuatro de ellos varones, cuando, a la edad de ochenta y seis años, falleció víctima de un invierno especialmente riguroso. Su esposa le lloró desconsoladamente. Le sobrevivió durante cinco primaveras.

Zaragoza, 3 de mayo de 1996.

viernes, 23 de mayo de 2008

Lejanas fronteras

Ha cesado la lluvia y los pájaros han empezado a trinar como locos con su habitual alegría. A miles de kilómetros de aquí, en Nepal, el cuerpo de un montañero español cuelga para siempre de la helada pared sur del Annapurna (gloria eterna al alpinista suizo Ueli Steck, quien jugándose la vida acudió en su socorro e intentó ayudarle hasta el final). Más al norte, bajo los escombros de ciudades enteras, yacen miles de muertos, y, entre ellos, miles de niños en un país de niños únicos (futuros violinistas únicos, albañiles, agricultores, poetas, enfermeras, camareros, besadores, abrazadores, apicultores únicos).

Ha cesado la lluvia. El sol se asoma, el sol se esconde. Contemplo cómo poco a poco se seca el suelo de la terraza. Las nubes navegan sobre mi casa, ajenas a la existencia de mi especie. Lo sé: todo esto es muy extraño. Nuestro mundo y sus lejanas fronteras. Lo sé.

miércoles, 21 de mayo de 2008

En la cafetería

Al otro lado de la cafetería una pareja discute acaloradamente, o, para ser más preciso, ella discute con el rostro encendido mientras él, de espaldas a mí, escucha encogiendo los hombros a cada rato. La mujer es muy hermosa y su estado de agitación todavía la embellece más. Parece desgranar una larga lista de reproches levantando uno a uno los dedos de las manos, sin dejar de mirar a los ojos a su interlocutor. Qué difícil resulta concentrarme en el periódico, beber a sorbos el café recién hecho, no escuchar, no mirar furtivamente.

domingo, 18 de mayo de 2008

Una excursión

El sábado por la mañana quedamos en Lérida con unos amigos que viven en Reus. Hacía un tiempo magnífico y dimos un paseo por la calle mayor. También visitamos la catedral más antigua, la Seu Vella, situada en la cima del Puig del castell, el punto más alto de toda la ciudad. De la catedral me impresionó el claustro y sus grandes ventanales góticos. Siempre me han gustado mucho los claustros, la paz y el reposo que se respira en ellos. Un grupo de niños y niñas vestidos de primera comunión esperaban silenciosamente junto a la puerta de la iglesia el momento de salir al encuentro de los flashes de las cámaras fotográficas.

Al mediodía fuimos a comer a un restaurante situado en las huertas de árboles frutales que rodean la capital. Pedimos caracoles a la llauna, ensalada de setas, esqueixada de bacalao, jamón ibérico, parrillada de carne... comimos muy bien. Después de los cafés y los chupitos de orujo nos fuimos a caminar por los campos circundantes.

El sol brillaba en el cielo, no hacía demasiado calor, a nuestro alrededor todo era verde y los viejos amigos estábamos juntos. Una perra de color canela salió de una masía y decidió acompañarnos. Trotó mansamente a nuestro lado durante un buen rato.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Columna de humo

Muchas generaciones trabajaron sin desfallecer hasta terminar la máquina definitiva, y, cuando ésta estuvo preparada, la pareja sentimental compuesta por el teniente Sissoko Mansell y la antropóloga Chihiro González entró en ella despidiéndose para siempre del agonizante siglo cincuenta y dos.

El viaje, como los ingenieros habían predicho, duró apenas un segundo, una leve pérdida de consciencia seguida de silencio. Abrieron la escotilla. El cielo no era naranja sino azul. Salieron al exterior. Había una playa. Dunas cubiertas de hierba alta. Había tanto oxígeno en la atmósfera que se sintieron mareados durante unos instantes. Chihiro creyó oír el zumbido de un insecto. El canto de un pájaro entre las ramas del bosque que moría en la arena.

Aunque sabían desde el principio que la máquina era de un solo uso, en una sola dirección, sintieron una punzada de angustia al destruirla y enterrar sus restos. Luego cargaron con sus provisiones y armas y se adentraron en la maleza, rumbo a la solitaria columna de humo que se elevaba al otro lado de las colinas.

Prado verde y florido

Prado verde y florido, fuentes claras,
alegres arboledas y sombrías;
pues veis las penas mías cada hora,
contadlas blandamente a mi pastora;
que, si conmigo es dura,
quizá la ablandará vuestra frescura.

El fresco y manso viento que os alegra
está de mis suspiros inflamado,
y, pues que os ha dañado hasta agora,
pedid vuestro remedio a mi pastora;
que, si conmigo es dura,
quizá la ablandará vuestra frescura.

Francisco Guerrero (1528 - 1599)


Jordi Savall - Hesperion XX

domingo, 11 de mayo de 2008

Un nido de palomas

En uno de las maceteros de obra de la terraza del salón, justo debajo de los nidos colgantes de los vencejos, se ha instalado una pareja de palomas comunes. Esta tarde he comprobado que ya hay dos huevos. Hace tiempo que se secó el arbusto de hortensias y me alegra pensar que otra forma de vida ha ocupado su lugar. En mi casa somos un desastre para las plantas, nunca nos acordamos de regarlas y se mueren o desarrollan mutaciones que les permiten sobrevivir por sí mismas; sin embargo no se nos dan mal los animales salvajes: palomas callejeras, salamanquesas, hormigas, arañas, etcétera.

Ya cuando vinimos a vivir aquí, hace seis o siete años, había un nido de palomas en la jardinera exterior de la ventana de la galería de la cocina. Durante unos segundos tuvimos en cuenta la posibilidad de acabar con él, pero ¿quiénes eramos nosotros para hacer algo así? De hecho, si lo pensábamos bien, las palomas estaban en la casa antes que nosotros. Decidimos darles una oportunidad y la aprovecharon: los pollos nacieron, feos y estrambóticos, engordaron, se cubrieron de plumón, crecieron, desarrollaron las hermosas plumas de los adultos, se fueron volando. Paula y Carlos asistieron a todo el proceso, disfrutaron mucho y pienso que tal vez aprendieron algo, no sé. Esta vez actuaremos del mismo modo, dejaremos que la naturaleza siga su curso. Desde mañana hasta que los pichones se vayan volando.

jueves, 8 de mayo de 2008

Una señora polaca

Por la tarde atiendo a una señora polaca. Tiene cierto aire antiguo, el pelo corto y teñido de rubio, un pantalón de pinzas de color gris que le llega más arriba del ombligo. Trabaja en el campo y sus manos son fuertes, de dedos encallecidos, las uñas cortas y romas. Es educada, amable, pausada. Al sonreír muestra la ausencia del segundo premolar del lado izquierdo de su boca. Cuando termina la consulta se levanta, me da las gracias, le respondo que no hay de qué, sale a la calle. Pienso en Wislawa Szymborska.