viernes, 25 de febrero de 2011

56

Despierto de una siesta de inmersión abisal y decido quedarme quieto sobre la cama sin deshacer, cubierto con una manta liviana. He dormido durante una hora y media y me siento como si acabase de regresar de un lugar muy profundo. Vuelvo a cerrar los ojos pero no encuentro nada, no hay migas de pan en el bosque oscuro. La luz de la tarde se cuela en el dormitorio para que crea en el mundo.

jueves, 24 de febrero de 2011

55

Salgo un momento al exterior y contemplo el paisaje de campos de cebada, olivos y almendros. Alguien me llama desde el interior de la casa. Todo será sencillo. Estamos hablando de amor.

miércoles, 23 de febrero de 2011

54

A veces sueño despierto con lugares donde nunca he estado ni probablemente estaré: los grandes bosques azules de Australia, los prados cuajados de flores de las altas mesetas tibetanas, la banquisa antártica azotada por el viento, el mar de los sargazos, las junglas de Borneo. La culpa la tienen mis padres y su generosidad a la hora de adquirir enciclopedias ilustradas, algo que nunca podré agradecerles bastante. El mero recuerdo de la Enciclopedia Uteha Juventud hace que mi cerebro se estremezca de placer.

martes, 22 de febrero de 2011

53

Se acerca a mi mesa un señor de pelo blanco y bigote rubio que viste un anorak de color rojo de la marca Quechua. Es polaco y casi no sabe hablar español, de modo que a duras penas logro comprender que su mujer ha venido a España a reunirse con él, quien, para mi sorpresa, lleva viviendo aquí nada menos que cinco años. Me cuenta que trabaja en obra civil, «en la montaña, tubos grandes», y tal vez imaginando mis pensamientos me aclara que trabaja con otros polacos, que habla con muy pocos españoles. Yo le digo que su idioma y el mío son muy distintos, muy difíciles el uno para el otro. «Oh, sí», dice, «mucho difícil, distinto, sí», y añade: «también países mucho distintos, allí en Polonia mucho frío, más frío que aquí, allí ahora treinta grados bajo cero y más, aquí mejor». «Ah, pero en verano aquí no se puede vivir de calor, a mí me gusta más el frío», le digo, y nos reímos los dos. Él dice: «lo peor mosquitos, y moscas también, malas las moscas, mí en verano daño aquí», dice, señalándose un punto entre las cejas, allí donde ponen la bala los francotiradores. «¿Le picó una mosca entre los ojos?», le pregunto. «Sí, oh, mucho daño, sí». Y volvemos a reírnos. La situación es un tanto absurda pero nos caemos bien. Mientras acabo de resolver el alta de su esposa como beneficiaria de su cartilla de la Seguridad Social le digo: «España y Polonia son países muy distintos en el clima pero nos parecemos en el carácter, nos gustan los sentimientos». Él me mira extrañado. «Quiero decir que Polonia y España son países de poetas, ¿no cree?». «¿Poetas?», pregunta. «Szymborska, Zagajewski», contesto, sabiendo que mi pronunciación debe de resultarle ridícula. «¡Ah, sí, Wisława Szymborska, premio Nobel, sí! ¿Usted conoce?», dice con expresión divertida, volviendo a sonreír. «Claro, me gusta muchísimo». Entonces él me mira asintiendo con la cabeza sin saber qué decir o hacer. Le doy sus papeles, le explico los trámites que debe realizar y al levantarse de la silla me da la mano y me pregunta: «¿Cómo se llama usted?». «Jesús». «Muchas gracias, señor Jesús, yo diré mi mujer, ella gusta Szymborska como usted, adiós». «Adiós, señor K.», le digo, «¡y buena suerte con las moscas!». Él ríe, me señala con el dedo índice de la mano derecha y se va. Sé por experiencia que las picaduras de tábano duelen muchísimo.

lunes, 21 de febrero de 2011

52

Cuando he salido a la calle llovía débilmente y la tarde comenzaba a languidecer. He llamado a casa para decirles que llegaría un poco más tarde porque me apetecía conducir por la carretera comarcal de Estadilla y Fonz. Creo que durante los treinta y cinco o cuarenta kilómetros de recorrido me he cruzado con dos vehículos: un tractor y una furgoneta. El campo estaba tranquilo, desierto, empapado. He disfrutado tanto que me ha costado casi una hora llegar a Binéfar.


Carretera A-133, 21 de febrero de 2011.

domingo, 20 de febrero de 2011

51

Limpiar anchoas en salazón requiere paciencia: se colocan bajo el agua del grifo, se abren con los dedos, se extrae la espina y se lavan sin prisa. Estas son de La Escala, en Gerona. Vivimos en Bañolas muchos años y la playa más cercana a nuestra casa era precisamente la de Ampurias, junto a La Escala. Algunos domingos de invierno como el de hoy solíamos ir a pasear por allí. Todavía no habían construido las instalaciones de los juegos olímpicos de Barcelona y la estrecha carretera paralela al mar estaba abierta al tráfico. Caminábamos descalzos por la playa desde el hostal Empúries hasta el pequeño y encantador pueblo de Sant Martí, pasando junto al antiguo muro del muelle griego. Si dejo de limpiar anchoas y cierro los ojos puedo volver a sentir la arena fría bajo los pies.

sábado, 19 de febrero de 2011

50

Releo lo que escribo y de repente veo con meridiana claridad que es inútil, un ejercicio absurdo e innecesario, peor aún: complaciente. Una puta mierda. Y sin embargo persisto, persisto una y otra vez. ¿Por qué?

viernes, 18 de febrero de 2011

49

Bebo a sorbos una infusión de salvia y recuerdo cómo sabía hace quince días, cuando recuperé el olfato durante aquella semana voluptuosa. Hasta que el nuevo tratamiento surta efecto tendré que volver a oler, como solía, con la imaginación.

jueves, 17 de febrero de 2011

48

Mientras pedaleo sobre mi bicicleta veo en la televisión las imágenes de un famoso cocinero hablando a las cámaras con una sonrisa en la boca, absolutamente desconocedor de que en pocos minutos morirá de un infarto fulminante. No puedo dejar de observar con atención sus ojos, sus labios en movimiento, tanta fragilidad.

miércoles, 16 de febrero de 2011

47

Me gustan las mujeres que viven en las montañas, su aspecto agreste, sus jerseys de lana, los pantalones de trabajo, las botas de campo, a veces de agua; me gustan sus mejillas sonrosadas, sus ojos brillantes, las manos fuertes, las uñas descuidadas; me gustan porque transmiten una feminidad sin artificio, porque son mujeres distintas, acostumbradas al trabajo físico, el contacto con los animales, los caminos de tierra, la lluvia y la nieve. Algunas veces hablo con ellas en mi lugar de trabajo y, mientras lo hago, imagino cómo debe de ser vivir a su lado, compartir con ellas las labores de las granjas, los cultivos, la cama. Cuando se levantan y se van observo por el ventanal cómo suben a sus cuatro por cuatro, arrancan el motor diésel y emprenden el regreso a lugares que no conozco.