Me despierto pasadas las diez de la mañana y me sorprende la luz que entra desde la calle. La lluvia de ayer ha dado paso a una atmósfera limpia y transparente. Después de desayunar iré a dar un paseo y comprar los periódicos y el pan. Me gustan las mañanas de domingo.
sábado, 12 de marzo de 2011
71
En la pantalla repiten una y otra vez las imágenes de la explosión en la central nuclear japonesa afectada por el terremoto de ayer. Emergiendo desde los archivos de mi adolescencia regresa a la superficie de mi cerebro aquel smiley amarillo con la leyenda «¿Nucleares? No, gracias». Hoy muchos de los que entonces lo llevaban prendido en la ropa o pegado en el coche defienden con el ardor del converso la energía nuclear, está de moda hacerlo a babor y estribor. Por mi parte voy a utilizar un argumento muy sencillo, casi infantil, para argumentar mi rechazo hacia las centrales nucleares: ¿cómo puede defenderse un sistema de producción de energía que origina residuos radiactivos que conservarán su peligrosidad durante miles y miles de años? ¡Es de locos, es algo que va contra el sentido común más elemental! Por no hablar de las consecuencias de un accidente, como sucedió en Chernobyl, o un desastre natural, como ha sucedido en Fukushima. Ese sistema de generar energía, por mucho que ahora esté de moda incluso entre quienes se ponían pines amarillos hace treinta años, no es fiable, no es ninguna panacea sino más bien una siniestra espada de Damocles colgando permanentemente sobre nuestras cabezas y las de nuestros nietos.
viernes, 11 de marzo de 2011
70
Contemplo en la televisión las imágenes del tsunami que ha provocado el terremoto de Japón: una oscura y sucia ola de barcos, vehículos y edificios arrasándolo todo mientras penetra tierra adentro como si un dios travieso estuviera divirtiéndose con el mundo.
Recuerdo las cucharadas de Cola Cao flotando y desmoronándose poco a poco en el tazón de leche del desayuno. Con la cabeza apoyada en mis brazos infantiles disfrutaba del épico final de la Atlántida, e incluso jugaba a calcular el tamaño diminuto, en realidad casi invisible, de los aterrorizados habitantes de aquel continente de cacao que poco a poco iba hundiéndose en el blanco océano. Lo que nunca hice, no entonces, no todavía, fue imaginar que yo pertenecía a su especie, no a la de los dioses.
jueves, 10 de marzo de 2011
miércoles, 9 de marzo de 2011
68
Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Los huesos de nuestros muertos no deberían estar aquí, ni los cementerios ni los túmulos ni las iglesias ni los pozos naturales al fondo de una cueva sellada desde hace veinte mil años. Las raposas no deberían estar aquí. Las palomas comunes, y todavía menos las tórtolas turcas, no deberían estar aquí. Las truchas no deberían estar aquí, ni las cigüeñas ni las torres de alta tensión ni el río que corre bajo el puente de la autovía por donde circulo, a ciento diez kilómetros por hora, cada día ida y vuelta. Las nubes no deberían estar aquí. Las montañas de blancas cimas nevadas no deberían estar aquí. No deberían estar aquí los tigres siberianos, no deberían estar aquí los fósiles de los dinosaurios, no deberían estar aquí los almendros en flor. No deberían estar aquí las dunas, los oasis, las ciudades desaparecidas, no debería estar aquí la sabana, no deberían estar aquí los bosques, la selva, los manglares, las playas donde se bañan elefantes, búfalos e hipopótamos, no deberían estar aquí las ballenas, los delfines, las morsas, los esquimales. Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Nada de todo esto debería estar aquí.
martes, 8 de marzo de 2011
67
Tengo en el escritorio de mi ordenador la imagen de la galaxia NGC 2841, una inmensa espiral de estrellas girando en el cosmos. La miro sabiendo que ocupa un volumen que mi cerebro es apenas capaz de imaginar y a continuación pienso en el rostro de mis padres. El otro día les di dos besos. A su lado me sentí un gigante mientras mi corazón volvía a ser tierno y pequeño.
lunes, 7 de marzo de 2011
domingo, 6 de marzo de 2011
65
Pensando en Paula cocino borrajas y lomos de lubina al horno. En la residencia de estudiantes en Barcelona come bien pero echa en falta el pescado y, por supuesto, las borrajas, que allí apenas se conocen. Ayer fuimos a mi pueblo a visitar a mis padres y comimos champiñones al ajillo, cogollos de Tudela con anchoas, croquetas caseras, canelones con tomate y, en fin, la típica y sabrosa comida navarra de mi madre para un regimiento. Eran recetas de mi infancia, de mi vida, como imagino que las mías lo son o serán de la infancia de mi hija. Mañana, aprovechando que he podido conseguir albahaca fresca, cocinaré espaguetis con pesto, un plato fácil y rápido que les vuelve locos desde pequeños.
Canelones de atún con tomate, borrajas con patatas, ternasco al horno, alcachofas con almejas, espaguetis con pesto, ensalada de escarola con ajo picado y anchoas, tomates asados con sal gorda y hierbas provenzales, tortilla de patatas, pollo al curry, brócoli al vapor, bacalao al pil-pil, huevos fritos con pimientos de piquillo, merluza rebozada... Entre todas las patrias la de la comida brilla y borbotea con especial intensidad. Ahora mismo no estoy escuchando a Bach, pero si pudiera creer en Dios le agradecería sinceramente haberme ofrecido la oportunidad de convertirme en la patria gastronómica de mis hijos. Jamás imaginé que llegaría tan lejos.
sábado, 5 de marzo de 2011
64
Después del ensayo vamos a tomar una copa al Chanti, que está desierto. La camarera limpia con un paño la cafetera apagada. Pedimos tres gin-tonic y una cerveza y nos sentamos alrededor de una mesa. Hablamos de hombres, de mujeres, de sexo, de amor.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:59 | 365 , Después del ensayo , Diario
viernes, 4 de marzo de 2011
63
Escuchando la Pasión siento la necesidad de levantarme y buscar un libro en cuya página número setenta y dos aparece la imagen en blanco y negro de una calavera humana. La contemplo mientras la música infiltra mi alma hasta el tuétano. Yo no creo en la existencia de Dios salvo cuando escucho a Bach.