Avanzo pausadamente como el gordo jaguar que soy entre la vegetación de la jungla y los manglares, siempre atento no tanto a la supervivencia sino a la depredación: es a mí a quien se me debe temer.
La sombra de una nube en el suelo, el sonido de una araña sobre las horas secas, los minutos secos.
Cuando llegue al río lo cruzaré, porque los jaguares no le tenemos miedo al agua ni al caimán, cuya cola llena de grasa nos vuelve locos de placer al masticarla mientras él aún se agita sin saber que todo ha terminado.
Cuando llegue a la montaña la subiré despacio, moviendo mis orejas en diferentes direcciones tratando de saber qué me rodea y, sobre todo, cómo puedo comerme lo que me rodea.
Camino como un gordo y viejo jaguar a través del mundo. Los parásitos inundan mis intestinos después de una vida larga, he perdido oído y mis colmillos, aunque siguen siendo fuertes como cuchillos, se asientan en una mandíbula que hace mucho ruido al respirar, sobre todo tras otra carrera fallida detrás de ese tapir que escapa río abajo.
Una cosa sé. Todos los jaguares lo sabéis. Nunca dejaré de caminar a través del bosque. No sé hacer otra cosa porque lo necesito.
lunes, 10 de junio de 2019
Diez de junio
domingo, 9 de junio de 2019
Nueve de junio
El domingo llega a su fin, pero mañana continúa la cuenta atrás que comenzó hace mucho tiempo.
sábado, 8 de junio de 2019
Ocho de junio
Esta tarde hemos ido a visitar a mis padres caminando. Media hora más o menos. Tres kilómetros atravesando algunos barrios de Zaragoza. Hoy mi madre estaba mejor que otras veces, más animada. Viven a medio camino entre mi pueblo de la Ribera de Navarra y Zaragoza. ¿Tocan médicos? Zaragoza. ¿No tocan médicos? Cascante, el huerto, los orígenes. Esta semana tocaban médicos.
Hemos estado un buen rato con ellos hablando de todo un poco. He sentido que nuestra visita había animado su tarde de sábado positivamente. Al principio mi madre, que está peor que mi padre, hablaba de sus males, de sus visitas, y a veces perdía un poco la memoria, aunque creo que menos que la última vez que estuvimos con ellos. Mi padre estaba como siempre. Si yo tuviera que dibujar mañana un senador romano durante la República, el ejemplo máximo de honestidad, austeridad y credibilidad, mi padre sería, incluso físicamente, el modelo perfecto. Creo que él más que nadie agradece que les visitemos y la rutina de ellos dos cambie.
Hoy ha sido una visita bonita. Hemos charlado de lo humano y lo divino, de nuestros hijos, de nuestros abuelos, de la romería de la Cruceta que se hace en mi pueblo no sé qué día de mayo, ahora no me acuerdo. Ellos y sus amigos se reunieron en la caseta de nuestra huerta y lo pasaron muy bien. "Allí quien más quien menos todos teníamos algo", decía mi padre riéndose, "A. se había caído el día anterior y tenía los ojos morados y la nariz hinchada. Qué quieres, si la mamá, que cumplirá ochenta años en julio, era de las más jóvenes de la comilona". Yo me reía. Habíamos dejado atrás las visitas médicas y empezaban a ser ellos sin el peso -cierto, pero no necesariamente presente a todas horas- de los problemas de su edad y su salud. Sé, porque también lo hemos hablado, que asumen su edad. "Tengo hijos de cincuenta y seis años", ha dicho mi madre. "Podría ser bisabuela", ha dicho. Y lo podría ser (si me leéis, hijos míos, ninguna presión, ¿vale? Intentad ser felices y nada más).
Nos hemos despedido con muchos besos y hemos regresado a casa atravesando calles, avenidas, rotondas, semáforos, más calles, más semáforos. En un momento dado, en la Avenida de Madrid, le he dicho a Maite: la naturaleza está muy lejos de todo esto.
viernes, 7 de junio de 2019
Siete de junio
La frontera de la medianoche se acerca. Hemos venido a nuestro piso en Zaragoza. Durante el viaje los campos que hace algunas semanas eran verdes ahora son dorados, amarillos, del color del cobre bajo un cielo cubierto de nubes sueltas, desparramadas como borras de lana.
La cortisona es un producto extraño. Ha comenzado a curarme la piel -y también, como en el pasado, a acentuar mi olfato tras mi operación de rinitis-, pero me impide dormir las horas necesarias sin que, después, me note agotado, sólo aburrido de la larga noche.
Y quiero dormir. Quiero soñar que vuelo sólo con levantar la barbilla, como siempre lo hice. Quiero acostarme y, al cerrar los ojos, despertar un un mundo aparentemente distinto en el que, sin embargo, he vivido toda la vida. Esa otra vida que resucita cuando cierro los ojos sobre la almohada.
jueves, 6 de junio de 2019
Seis de junio
Son las ocho menos diez de la noche y tengo un sueño atroz (no he dormido la siesta). Podría acostarme ahora pero a las tres de la madrugada estaría despierto y con los ojos como platos. Qué larga se está haciendo la tarde.
miércoles, 5 de junio de 2019
Cinco de junio
Hoy he ido a una dermatóloga porque desde hace mucho tiempo padezco una dermatitis que no desaparece. Me pica todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. A partir de mañana voy a tomar cortisona, lo que conlleva también hacer dieta y abandonar una de las cosas que más me gustan en el mundo: el alcohol. Sé cómo suena escribir esto, pero es mi diario y quiero ser sincero. En principio serán tres semanas. Es también, como este proyecto de escribir y fotografiar diariamente, un reto, otro reto.
He estado más temporadas en el dique seco, casi siempre para adelgazar, muchas para dar descanso a mi hígado, aunque después siempre volvía a las andadas. Me gusta mucho el whisky (y el vino, y la cerveza, y ya está). Ahora siento curiosidad por estas semanas que se avecinan a partir de pasado mañana. Cuando dejé de fumar pensé que nunca más podría escribir, porque siempre lo hacía con un Marlboro entre los dedos, y durante un tiempo, el del mono, así fue. Pero volví a escribir (con algunos kilos de más, es verdad, pero sin el cigarrillo en la mano ni en los pulmones).
Me pregunto qué escribiré sin la ayuda de la droga mientras mi dermatitis se cura. Una querida compañera de trabajo que ya se jubiló siempre me decía que yo era una de las personas más positivas que había conocido, y a mí siempre me sorprendía semejante aseveración porque yo nunca me había visto así, pero ahora pienso que igual llevaba algo de razón porque a continuación de la última frase iba a escribir: "Seguro que algo se me ocurrirá. La vida nunca se detiene y yo observo".
martes, 4 de junio de 2019
Cuatro de junio
Nunca sé lo que voy a escribir en este diario. Me dejo llevar por el momento. A veces hay algo y a veces debo aguantar la respiración y bucear en el día, en el mes, en mi vida.
En la dureza de este proyecto está su pureza. Todo lo sedentario que pueda ser o no ser -vale, lo soy- a nivel físico dejo de serlo a nivel mental. Cuando se aproxima la hora mágica me arriesgo lo que sea necesario. A escribir algo sin interés alguno o descubrir una pequeña cosa bonita, uno de esos cristales de botella pulidos que el mar arroja a la playa como una joya barata y que a mí tanto me gustan. Siempre lo hago en el momento, nunca lo preparo, es una de mis obsesiones: ahora es ahora. Y si escribo una mierda me da igual porque sé, conozco demasiado bien, lo que nos espera a todos.
Mientras tanto disfruto de esta inquietud, a veces de esta premura, estos retos absurdos que me pongo sin ninguna necesidad. Bebo mis últimos sorbos de whisky y me despido de este día que nunca jamás volverá a existir. Jamás. No pasa nada. Hace poco cumplí cincuenta y seis años. Sólo me interesa la experiencia diaria de aprender y explorar y también, no puedo negarlo, el placer físico. Siquiera dure un instante. Siquiera sea imaginado.
Reconozco que esta noche he tirado de oficio. Y, si no habéis encontrado nada digno de ser leído, nada que os haya interpelado mínimamente, ruego que me perdonéis. Yo, por mi parte, me voy a dormir con el cuerpo y el cerebro infinitamente cansados. Buenas noches.
lunes, 3 de junio de 2019
Tres de junio
No volveré a ponerme pantalones largos ni zapatillas o zapatos hasta octubre. El infierno ha comenzado. Camisetas, pantalones cortos y sandalias. Y en casa sin camiseta, medio desnudo. Y por la noche desnudo del todo con las puertas y ventanas abiertas. Como un animal en el desierto del Kalahari. Porque el calor me convierte en un animal, quienes me conocéis desde hace tiempo lo sabéis. Nunca podría vivir en un país tropical, pero sería feliz en el círculo polar ártico. El calor es primitivo, simple, nos hace sudar, sufrir, no posee ni provoca inteligencia alguna. El frío nos obliga a pensar, nos reta a vencerlo y crear ropa, estructuras, nos ayuda a correr y caminar y movernos sin maldecir cada minuto. El infierno ha comenzado un año más. El ventilador de mi rincón ya gira como la hélice del biplano de un explorador del siglo XIX. Esta mañana en el trabajo pusimos en marcha el aire acondicionado por primera vez y las personas que entraban lo agradecían mucho. Lo único que me consuela es que, como mi propia existencia, también esto pasará y, con suerte, el frío volverá. Dentro de mucho, mucho tiempo.
domingo, 2 de junio de 2019
Dos de junio
El domingo desfallece de media hora en media hora aunque no me disgusta. Tengo un trabajo que amo y con un horario flexible -salvo de nueve a dos: ese espacio sagrado, el dedicado a las personas.
A pesar de todo, en aquel desfallecimiento existe cierta melancolía que nada tiene que ver con el trabajo, que nada tiene que ver con la terrorífica cercanía del verano, que nada que tiene que ver con los mosquitos o las noches tropicales que se acercan durmiendo frente al ventilador. Es otra cosa. De media hora en media hora desfallece también el tiempo que me fue dado para vivir y, si quisiera, como quiero, dar testimonio de él.
Todos, uno tras otro, flanquearemos la puerta, atravesaremos el río. Anochece. Canta un mirlo que también lo hace durante la noche cerrada.
La vida me envuelve. Yo soy la vida y quien teclea en este portátil porque estoy aquí. No siempre será así. Recuérdalo. No lo olvides nunca. Este ahora mismo es un regalo poco probable en la soledad del inmenso universo que existe, y tiene la misma solidez que tú y que yo. Carne, sangre, semen, deseo, culpa, memoria, sentimientos, instinto.
Ha cambiado la luz. Los sensores de las farolas de las aceras las encendieron. Yo sigo aquí sentado, buscando en mi cerebro las palabras que necesito para expresar lo que, a menudo, ni siquiera sé qué es exactamente. Soy un perro que huele aquí y allá, concentrado y al mismo tiempo dispuesto a seguir sin pensárselo dos veces una mariposa. Una muy pequeña y muy bonita, más ligera y más lista que yo, una que nunca alcanzaré.
sábado, 1 de junio de 2019
Uno de junio
Hoy me desperté espontáneamente a las siete, no sé por qué. Ya era de día. Fui al baño a hacer pis. Sabía que era Sábado. Volví a acostarme y me dormí de nuevo. Desperté a las diez y media de la mañana, fresco y radiante como un ababol.
Por eso, entre otras cosas, adoro los días festivos.