Cinco y veinte de la madrugada. Estoy despierto desde las tres y media. No me preocupa más allá de que mañana lo notaré un poco en el trabajo porque no suelo tener insomnio, pero me doy cuenta de lo larga que es la noche. La noche, en su centro, parece interminable.
martes, 30 de julio de 2019
lunes, 29 de julio de 2019
Veintinueve de julio
He llamado a mi madre porque hoy cumplía ochenta años y, sobre todo, porque la amo. Estaba muy contenta a pesar de su precario estado de salud. Ayer mismo, sin ir más lejos, estuvo en urgencias por un dolor intestinal agudo. Le dijo al médico de urgencias que mañana, por hoy, cumplía ochenta años, y que esperaba cumplirlos. El médico, mucho más joven que sus hijos, se rió. Y ella, a quien con una inyección ya le habían borrado el dolor de la tripa, se rió también. Las cosas, desde el día en el que amanecemos al mundo, comienzan a precipitarse sin remedio hacia su final.
Mientras hablaba con ella su voz vibraba de un modo especial. Estaba tan contenta. Ochenta años. El próximo sábado nos reuniremos todos para celebrarlo en mi pueblo de nacimiento, en Navarra, el pueblo de mis padres y sus padres y los padres de sus padres.
Estaba tan contenta. Hemos conversado un buen rato. Mi madre dice que ya puede morirse tranquila, y, como la conozco, sé que lo dice en serio. Pero ninguno de sus hijos queremos que se muera tal y como está ahora. Y sé lo que acabo de pronunciar en voz alta, soy perfectamente consciente de ello. Todos deberíamos serlo.
Es momento de celebración. Ayer estaba en urgencias y hoy era feliz recibiendo tantas llamadas de teléfono y tantas felicitaciones. Mis padres son una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida, bueno: ellos me trajeron a esta realidad maravillosa y dura a la vez.
De mi padre he intentado heredar, no siempre con éxito, la honestidad extrema, sin titubeos ni dudas, la paciencia, la bondad, la generosidad, saber callar cuando hablar no aporta nada a una discusión, etcétera; de mi madre no he podido evitar el genio inesperado, la rebeldía, el no saber callar cuando las palabras brotan de tu garganta sin filtros, tal vez cierta maravillosa inteligencia de origen puramente natural y una curiosidad abierta a todo, sin prejuicios.
Son, Jesús Miramón y Nati Arcos, tal para cual, complementarios. Y yo soy su hijo, y con los años voy identificando perfectamente su herencia en mí. En mí y en quienes me rodean diariamente. Puedo sentir su herencia en mis hijos, en mis hermanos, incluso en mis sobrinos y sobrinas. Qué milagro.
domingo, 28 de julio de 2019
Veintiocho de julio.
Tarde de domingo.
Nada se le parece.
sábado, 27 de julio de 2019
Veintisiete de julio
No he dormido bien la siesta y lo noto. Me siento cansado pero con ese cansancio placentero, de dejarse ir, de importarme todo una mierda. A veces va bien. Mañana es domingo: orgía.
viernes, 26 de julio de 2019
Veintiséis de julio
Hoy he quedado a comer con cuatro amigas para celebrar la reciente jubilación de una de ellas. Hemos comido un maravilloso arroz caldoso con carabineros en un sitio que no conocía, La esquineta, y me ha gustado mucho. Su cocina está muy por encima del aspecto del restaurante. A menudo pasa al revés. Volveré.
La recién jubilada es una persona muy especial, la trabajadora social del Centro de Salud junto al que trabajamos. Ella y yo, sobre todo en los últimos años, hemos llevado juntos casos complicados de desarraigo, maltrato, enfermedades mentales, etcétera. Mabel, que es como se llama mi compañera y amiga, ha llegado a ir a casa de una persona a sacarla de la cama para llevarla en su propio coche a Huesca frente al tribunal médico de la Seguridad Social. Como a veces decíamos riéndonos, nos preocupamos más nosotros por ellos que ellos por sí mismos, pero es que las enfermedades mentales son así.
Mabel es un ser humano muy especial, con una personalidad fuerte y arrolladora y, sobre todo, con un corazón de tamaño descomunal. Una persona generosa como pocas he conocido. Lleva jubilada desde el uno de julio y ya la echo de menos en casos laborales que me han llegado después. Menos mal que me queda Alodia, la trabajadora social de salud mental del Hospital de Barbastro, otra magnífica profesional. Ella ha heredado conmigo algunos de nuestros expedientes más complicados.
Por nuestras vidas pasan a lo largo de los años, sobre todo cuando van siendo muchos, multitud de seres humanos de quienes poder aprender. A mí Mabel me ha hecho mejor persona, me ha hecho comprender que para colaborar en las situaciones ajenas más problemáticas debemos centrarnos en ayudar, nunca en compadecer; y también en ser duros suavemente cuando hay que serlo, siempre para beneficiar al enfermo, que a veces no acude a las citas, que a menudo no quiere aceptar lo que le sucede aunque ello le conduzca a la pobreza y el pozo más oscuro. Ella removía cielo y tierra y de hecho sacó a mucha gente literalmente de la calle, de debajo de un puente. En eso Sofía, mi compañera, y yo, colaborábamos con ella buscando todas las opciones, descartando unas, apostando por otras y aprendiendo siempre de su entusiasmo y su compromiso con su profesión.
Sí, la voy a echar de menos pero este rincón de Huesca es muy pequeño y seguiremos viéndonos y, sobre todo, sé que si algún día necesito llamarle por teléfono para pedirle una opinión puedo hacerlo sin ningún problema. Te quiero, Mabel, eres maravillosa. Disfruta de tu merecida jubilación. Has hecho mucho bien a muchos y muchas. Un beso enorme.
jueves, 25 de julio de 2019
Veinticinco de julio
Nunca sé lo que voy a escribir. Ahora, por ejemplo, he tecleado todas estas pocas palabras e ignoro las que vendrán a continuación. Porque lo hago en directo. Escribo en la misma página de Blogger, sin filtros ni correcciones previas (las mías siempre son a posteriori).
Me traslado de aire acondicionado en aire acondicionado. Desde el del trabajo al de casa, desde el de casa al del coche, desde el del coche al del supermercado. Soy como un vampiro huyendo de la luz.
Nunca sé cómo voy a terminar mi página del diario. Ladra un perro. Croan las ranas. El ventilador gira en mi dormitorio como la hélice de un hidroavión de los que apagan incendios forestales. Siempre escribo en mi dormitorio, en la pequeña mesa que instalé junto a mi cama, aunque estas noches duerma en el sofá cama del salón, frente al aire acondicionado.
El caso es que nunca sé cómo terminaré el último párrafo, la última frase antes de cerrar el cuaderno, y hoy no va a ser distinto.
miércoles, 24 de julio de 2019
Veinticuatro de julio
Esta mañana el coche de mi hijo Carlos ha amanecido con las dos ruedas del costado derecho, el que daba a la acera, reventadas por una navaja u otro objeto cortante. Ha tenido que venir la grúa, etcétera. "Pero yo no tengo enemigos", me ha dicho, todo "rallado", como dice la gente de su edad. "No te ralles, cariño", le he dicho, "habrá sido algún gamberro, hay gente así". Y le he contado que hace muchos años, antes de que él naciera, cuando su hermana era un bebé, a mí me pasó lo mismo: me pincharon a mala hostia las dos ruedas que daban a la acera. Pero él seguía pensando en quién habría podido ser entre sus conocidos, y por qué. Es un joven de veintidós años relativamente popular, tiene muchos amigos. No podía evitar tratar de dilucidar, según sus palabras, qué cabrón le había podido hacer eso. Porque los coches aparcados tras el suyo no habían sido dañados, eso lo hemos comprobado después. Y yo sufría de verlo así, un poco en bucle, pero enseguida he caído en la cuenta de que, a su edad, a mí me hubiera pasado lo mismo.
Hacerse mayor trae, junto a algunas desventajas obvias, ventajas no tan visibles desde la juventud. Las preferencias. Ha venido la grúa, ha llevado el coche al taller y sólo será dinero. Ruedas nuevas y revisión preiteuve. Las preferencias: no "rallarse" con lo que ya ha sucedido y centrarse en solucionarlo y seguir sonriendo y disfrutando del momento.
Es por eso que no me cambiaría por mi yo de veintidós años ni de casualidad. También con cincuenta y seis años se tienen disgustos y se pasa mal, pero se viven de modo diferente, muy relativo. ¿Qué me quedan? ¿Treinta años con suerte, seguramente menos, muchos menos si mañana aparece alguna enfermedad como las que cada día veo desfilar al otro lado de mi mesa de trabajo?
Pero no he olvidado cómo era yo a los veintidós años y comprendo a mi hijo. Le han rajado las ruedas del coche y no sabe quién ha sido. Le comprendo muy bien. Yo hubiera reaccionado igual. Le costará algunos días, tampoco demasiados, dejarlo estar. Todo está bien.
Leí una vez que los padres no deberíamos impedir que nuestros hijos escalen las ramas de los árboles, sino estar lo suficientemente cerca por si se caen. Algo así.
martes, 23 de julio de 2019
Veintitrés de julio
Hay días que, a pesar del calor, acaban bien, y hoy es uno de ellos. A pesar del calor y a pesar del cansancio que el calor causa en mi cuerpo y mis meninges.
Confieso que la fotografía de Instagram de hoy ha sido hecha para cumplir el compromiso de una cada día, como estos textos diarios, durante este año de nuestro señor de dos mil y diecinueve. Dos botellas de agua metálicas de las que mantienen el líquido frío durante horas, nuestro último descubrimiento. Un pequeño bodegón.
Siempre lo digo pero es verdad, tanto en este diario de intención más o menos literaria como en mi fotografía diaria de Instagram mi objetivo es dar testimonio de una vida común, una vida absolutamente corriente. Siempre me ha fascinado esa posibilidad, y quién más común y corriente que yo, un funcionario de una ciudad pequeña de provincias, diletante, casado, enamorado de su mujer, amante de sus hijos, etcétera.
Lo intento porque disfruto intentándolo. La creatividad requiere voluntad y trabajo, eso es algo que he aprendido con los años. La creatividad, como la felicidad, es en gran parte voluntad.
lunes, 22 de julio de 2019
Veintidós de julio
En términos políticos, a menudo me encuentro en medio de disparos cruzados. Siempre he sido y sigo sintiéndome de izquierdas, más socialdemócrata -ah, la edad- que otra cosa. Soy antinacionalista; creo que el nacionalismo y la religión, a la que el primero tanto se le parece, son una lacra de la humanidad; y soy partidario de un planeta federal, un mundo de igualdades continentales que hable en nombre de la tierra. Ser esas tres cosas me convierte en radical, en facha y en ingenuo, las tres cosas a la vez. Bueno, es posible que la última me la merezca un poco.
A mi provecta edad me importa poco lo que los demás puedan pensar de mí (a los jóvenes os digo: la edad os hará libres y lo disfrutaréis tanto como yo), pero sigo dando mi opinión, no me callaré nunca. Lo hago tranquilamente casi siempre, y digo que en estos tiempos de PP, Ciudadanos y Vox quiero un gobierno de coalición, el primero en la historia de nuestra democracia, progresista y de izquierdas. Eso voté el veintiocho de abril y eso quiero, no otra cosa.
Si PSOE y UP no se ponen de acuerdo y hay nuevas elecciones preferiré quedarme en casa golpeándome los testículos con dos piedras antes que ir a votar. Ya tuvieron un mandato clarísimo, que se pongan de acuerdo o que se olviden de los viejos rojos como yo.
domingo, 21 de julio de 2019
Veintiuno de julio
Entramos en otra ola de calor aunque los pesados como yo nos vamos aburriendo de quejarnos, algo que quienes nos rodean agradecen enormemente. Sobre todo esas extrañas criaturas a quienes este infierno les parece el buen tiempo, y hay muchas, muchísimas, llenan piscinas y playas, festivales de música, terrazas, no sé, me cuesta entenderlo.
Pero hasta yo me he cansado de quejarme y sólo escribiré una cosa: la vida es algo maravilloso.