Todo esto
es imposible.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
Trece de noviembre
martes, 12 de noviembre de 2019
Doce de noviembre
Estoy tan cansado que no sé ni pensar. Sólo quiero dormir pero al mismo tiempo en el cielo brilla una luna llena brillante como pocas he visto. Qué misterio el juego de la vida de no querer perderse nada y al mismo tiempo necesitar descansar, permitir que el cerebro se limpie para iniciar un nuevo día.
A veces me siento viviendo en un sueño ni siquiera mío, el sueño de alguien, de otra persona. Sé cómo suena, lo sé, tal vez estoy loco. Pero a veces me abordan ideas así.
Aunque sé cuál es mi objetivo en este planeta: la belleza, la belleza en cualquier sitio: en ruinas, en basura, en el pasado y en el futuro, en la música, en la poesía, en las relaciones sociales, en los paseos junto al canal de los fines de semana, en mi trabajo maravilloso, en todo lugar y situación. Creo que mi ADN me empuja a buscarla y articularla, darle voz y sentido, convertirla en algo que brille y se apague en la oscuridad, como así ha de ser.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Once de noviembre
Escribo recién salido de la ducha. Huelo muy bien. He cocinado para cenar lomos de lubina a la plancha con pimientos verdes fritos, y no podía acostarme con ese aroma que, por otra parte, me encanta en una playa en verano, antes de ir a bucear.
Las segundas elecciones generales españolas no han resuelto nada, de hecho los acuerdos políticos están más difíciles que antes. No sé qué pensar. Al fin y al cabo, como sucede en el futbol con los futbolistas, en las elecciones votamos nosotros. ¿Acaso votamos mal? La ultraderecha española se ha convertido, desde la irrelevancia de anteayer, en la tercera fuerza política de España. Resulta que no somos distintos de Polonia, Hungría o Austria. El monstruo está ahí, respirando y sonriendo, sin prisa. El racismo, la homofobia, el nacionalismo español siempre estuvo allí, esperando su momento. La situación en Cataluña le ha venido que ni pintada. Cuántos miles no habrán votado a la ultraderecha pensando que defendían a España como los nacionalistas independentistas votan y cortan carreteras y autopistas pensando que defienden a Cataluña. Son, exactamente, las dos caras de la misma moneda. El nacionalismo es una mierda, atenta a la inteligencia humana y global. Atenta al único futuro posible.
Pero me centro en lo que puedo controlar, no en lo que no puedo controlar de ninguna manera. Me he duchado antes de irme a dormir en vez de esperar a mañana por la mañana porque olía a pescado a la plancha. Me he servido un whisky con hielo. Escribo exactamente lo que quiero, exactamente lo que me apetece escribir. Soy un ser humano muy afortunado por poder hacerlo. Hay países donde no podría. Después de las elecciones sigo sintiéndome un hombre libre y afortunado de, por absoluta casualidad, haber nacido aquí y no en otro lugar. El mundo -Chile, Bolivia, Siria, Afganistán, Turquía, Hong-Kong- está revuelto.
Por la mañana, camino del trabajo, miro las nubes a kilómetros de altura en el cielo y, no sé por qué, me dan calma. No sé por qué. Mucha calma.
domingo, 10 de noviembre de 2019
Diez de noviembre
Los canelones me han salido exactamente como quería. Sin tonterías, como los hacía mi querida suegra Josefina. Sin queso, sin tomate, sin hierbas, sin nada. Carne picada, bechamel, unos trozos de mantequilla y al horno. En su simplicidad residía su secreto. Su hija y yo, comiendo, nos hemos mirado y hemos afirmado con la cabeza. Ese premio me llevo. Los próximos los haré con su tomate triturado y su foie. Y su queso rallado sobre la bechamel. Aunque los de hoy estaban tan buenos que no sé. Podremos elegir.
Fui a votar por la mañana. Enfadado, muy enfadado por el estéril resultado de la última vez que fui a votar, hace cuatro días; enfadado después de decir en público y en privado que si no se ponían de acuerdo yo ya no votaba más, pero he ido a votar. En un viejo colegio infantil ahora cerrado a la docencia. No he ocultado mi voto en las cabinas. Lo tenía clarísimo.
Luego, antes de volver a casa, he ido a una tienda donde venden comida preparada y he comprado seis empanadillas y seis croquetas. Para el vermú. El vermú es sagrado en esta familia. Sagrado.
sábado, 9 de noviembre de 2019
Nueve de noviembre
He puesto una bandeja de patatas en el horno con sus correspondientes hierbas provenzales, su sal, su aceite, su agua, su soja, y ahora sólo queda esperar. Cuando estén hechas pondré la cola de salmón sobre ellas y en cinco minutos estaremos cenando.
El sábado por la noche, desde que era pequeño y vivía con mis padres, es sinónimo de tranquilidad, seguridad, felicidad. Un sitio seguro. Lo sigue siendo.
viernes, 8 de noviembre de 2019
Ocho de noviembre
Al fin ha llegado el frío, ese fenómeno últimamente desconocido, y todo se ha vuelto del revés. Parece mentira. En eso se nota lo primates que somos, como cuando llueve y de repente todo se convierte en caos. Llevamos el impulso histérico adherido a nuestra inteligencia, dispuesto a anularla con entusiasmo a la mínima ocasión.
Yo, como quienes me seguís desde hace tiempo ya podéis imaginar, soy feliz: frío. El frío. La lluvia. Ha nevado mucho en el Pirineo y nevará más. Se siente en el viento, que nos llega helado desde allí. Soy feliz. Se acabó temporalmente la tortura del "buen tiempo". Adiós al calor, al sudor, a lo que no puede evitarse ni quedándose desnudo. Es el tiempo de ir añadiendo ropa, algo que sí funciona, algo que sí es útil.
Anhelo expirar el humo cálido de mi boca como si fumara. Sentir en mi rostro el frío que lo estimula y tensa y revive. Soy más Neandertal que Cromañón. Amo el frío. El frío me despierta de la cada vez más larga y sudorosa noche del verano. Asomo mi cabeza de oso polar. Ha llegado el momento.
jueves, 7 de noviembre de 2019
Siete de noviembre
Desperté de la siesta sin la sensación de resucitar de la muerte o regresar de un pozo negro, lo cual ya es una novedad. Bien. Equilibrio. Armonía. El día continúa. Cenaremos pulpo a feira con patatas y tostadas con crema de queso de cabrales (brutal). Tengo que cortarme las uñas de los pies. Ahora que ya no utilizo sandalias me he descuidado un poco. Hoy fui a la peluquería: parezco un marine recién llegado al cuartel. Es lo que quiero: tres meses sin volver a cortarme el pelo. Es de noche. Dos mil diecinueve comienza a tomar velocidad, se precipita hacia el ojo de la aguja. No sabe, como yo, que al otro lado hay una playa donde las olas llegan por primera vez una y otra vez, por primera vez una y otra vez, y así siempre. Por primera vez una y otra y otra y otra y otra vez.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
Seis de noviembre
Hace mucho tiempo que ya es de noche. Las doce de la madrugada, mi frontera, se acerca lenta y rápidamente a la vez. No pasa nada, tengo oficio más que suficiente no ya para escribir sino para decir la verdad: la vida es algo maravilloso, una oportunidad, luz.
Y lo digo yo, que cada mañana me tomo mi antidepresivo y mis ansiolíticos. La vida es algo maravilloso, y acaso quienes necesitamos una ayuda química para darnos cuenta somos más conscientes de ello.
Tú que me estas leyendo ahora date cuenta, por favor. Tú que no necesitas ayuda química, tú que sencillamente existes sin ningún esfuerzo: existir es algo absolutamente insólito en el universo. Explora. Vive. No ignores ese privilegio. Yo intento no hacerlo cada día.
martes, 5 de noviembre de 2019
Cinco de noviembre
Hoy me he pasado el día en el Aeropuerto del Prat de Barcelona. Mi hijo volvía de Chile a las tres y treinta y cinco minutos de la tarde, pero anoche me mandó un mensaje diciéndome que, por el cambio horario, en realidad llegaba a España a las once y treinta y cinco de la mañana. Total, que hoy he madrugado un poquitín y a las diez y media ya estaba en el Aeropuerto del Prat de Barcelona, pero resulta que no, que la hora real de llegada era la inicial: las tres treinta y cinco de la tarde que han terminado siendo las tres cincuenta. ¿Qué he hecho durante todo ese tiempo perdido? Por hacer tiempo he querido ir a la playa de la Barceloneta, pero el atasco de tráfico era tan grande que al final he desistido y he regresado al Aeropuerto. Allí he caminado, según mi teléfono móvil, seis kilómetros. Puedo decir que ahora me conozco cada rincón y lavabo del Aeroport Josep Tarradellas de Barcelona. He visto llegar a centenares de pasajeros, he escuchado un montón de idiomas, me he dejado un pastón en un bocadillo de tortilla de patatas a las once y en una focaccia de pollo, mozarella y albahaca a las tres de la tarde. Precios obscenos, pero ya todos sabemos que en los aeropuertos es así, no hay otra.
Finalmente Carlos Miramón ha aterrizado tras catorce horas de vuelo directo desde Santiago de Chile, nos hemos abrazado y besado, y, oh, al regresar a Barbastro, la quinta marcha de la caja de cambios de nuestra Picasso de catorce años y trescientos cuarenta mil kilómetros no engranaba. He conducido en cuarta todo el tiempo. Sería una buena noticia para otro: ¡coche nuevo! Pero estoy enamorado de mi preciosa Picasso. Soy animista, qué se le va a hacer. Les cojo cariño a los objetos. No lo puedo evitar. No quiero dejarles ir.
Mañana la llevaré al taller a ver qué se puede hacer. Lo importante es que Carlos Miramón está en casa -miento, ya está con sus amigos viendo el partido del Barça- y todos estamos bien. Las cosas tienen la importancia que tienen, ya lo escribí ayer. Yo lo que tengo es mucho sueño, pero no quiero acostarme pronto porque después a las cuatro me despierto y ya no sé volver a dormirme. Tengo que aguantar despierto al menos hasta las once para poder dormir bien. Es curioso: él ha venido desde Chile y está con sus amigos, pero el jet lag lo tengo yo.
lunes, 4 de noviembre de 2019
Cuatro de noviembre
A ver, voy a contar lo que pasó ayer. Yo y Maite estábamos convencidos de que nuestro hijo Carlos aterrizaba hoy -no mañana- en Barcelona proveniente de Santiago de Chile. Total y absolutamente convencidos porque así nos lo había informado él e incluso lo habíamos señalado en el calendario de la cocina. Pero, afortunadamente, a su madre se le ocurrió llamarle por teléfono para saber si ya estaba en el aeropuerto anoche y, de pronto, descubrimos que no, que despegaba esta noche de lunes y aterrizaba en Barcelona mañana a las tres y media de la tarde. Todo fue casual o, por qué no decirlo, fruto de las preocupaciones maternas (yo nunca le hubiera llamado, daba la información incorrecta por buena). Hoy hubiese conducido hasta el aeropuerto de Barcelona para nada porque aterriza mañana.
Sí, sé que a efectos logísticos somos una familia un poco desastre pero nos queremos mucho. Menos mal que su madre le llamó. Aunque, ahora que lo pienso, en nuestra existencia pueden suceder un millón de cosas peores que hacer un viaje en balde a Barcelona. Las veo cada día al otro lado de la mesa de mi trabajo. Un viaje en balde es una tontería, aunque me alegro de habérmelo ahorrado.
¿Sabes qué te digo? Vive, vive cada día tranquilamente pero sabiendo, tratando de saber, sé que me entiendes. Si me has leído durante algún tiempo comprendes perfectamente lo que quiero decir: vive, es sencillo, nada más. Probablemente nuestra propia vida es en balde, y qué más da.