Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.
Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.
He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.
martes, 10 de diciembre de 2019
Diez de diciembre
lunes, 9 de diciembre de 2019
Nueve de diciembre
Dos mil diecinueve
ya comienza a
parecerse más
al pasado que al futuro.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Ocho de diciembre
La primera evaluación siempre es antes de Navidad, y para una profesora de Lengua y Literatura eso significa decenas y decenas de exámenes y trabajos por corregir, que es lo que Maite está haciendo a dos metros de mí mientras escribo estas líneas.
La niebla cerrada de esta mañana se disolvió hacia el mediodía y ahora, a pesar de ser ya noche cerrada, continúa desaparecida.
Todo va y viene hasta acabar yéndose para siempre, pero me prometo a mí mismo no olvidar estos momentos de paz y tranquila felicidad, que también se disolverán y desaparecerán.
sábado, 7 de diciembre de 2019
Siete de diciembre
Nos hemos acercado a un gran centro comercial, hay quien dice que uno de los más grandes de Europa, para recoger un producto que compramos hace unos días por internet. A pesar de que el puente laboral invitaba a los zaragozanos a irse a esquiar o a cualquier otro sitio, la cantidad de personas que había en ese centro comercial era algo inimaginable. Villancicos norteamericanos a todo volumen, luces de navidad por todas partes, y gente, muchísima gente (como nosotros, claro). En otro tiempo no lo hubiera soportado, lo cual indica cuánto he mejorado.
viernes, 6 de diciembre de 2019
Seis de diciembre
La tierra estaba fría y musgosa a primera hora de la mañana, cuando hemos empezado a varear los olivos de mi padre. La de este año ha sido una mala cosecha, el fruto era pequeño y muy difícil de soltar de las ramas, pero hemos reído, hemos hecho bromas sobre lo primitivo de nuestra tecnología y finalmente hemos llevado a la almazara unos cuantos sacos. Hemos tenido que esperar nuestro turno y luego, aprovechando el viaje, hemos comprado en la tienda aceite sin filtrar, puro zumo de aceite de oliva virgen extra de color amarillo, opaco a la luz, que la chica nos ha llenado directamente de la linea de circulación del aceite recién exprimido. Al salir al aparcamiento con las bolsas de papel en las manos hacía frío a pesar de la lejana presencia de un sol incapaz de impedirlo.
jueves, 5 de diciembre de 2019
Cinco de diciembre
Ya en Zaragoza, dos huevos a la plancha y a dormir. Mañana toca coger olivas en el huerto de mis padres en el pueblo navarro del que provengo, y madrugar.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
Cuatro de diciembre
Preocupaciones mundanas: tengo el coche en el taller por un ruido extraño en el motor, probablemente una correa de transmisión, bueno, en realidad no tengo ni idea, y mañana por la tarde vamos a Zaragoza para, a su vez, madrugar el viernes e ir al pueblo a recoger olivas. Espero que mañana esté arreglado, si no pediré que me dejen uno de sustitución.
Ando ya pensando en los menús de noche buena y navidad. Creo que los platos principales serán rape en salsa verde con almejas en noche buena y ternasco al horno con patatas el día de navidad. Nada de experimentos, a lo seguro. Y alrededor tapeo y ensaladas y jamón bueno y croquetas de mi hermano Javier, que las hace buenísimas, y, en fin: dos pequeños banquetes.
Es un poco raro que ayer escribiese sobre la muerte y hoy lo haga sobre mi coche en el taller y lo que cocinaré en navidades. Supongo que los seres humanos somos así: capaces de pasar de una situación a otra sin remordimiento alguno. Por eso somos supervivientes innatos. Explorar la vida que nos rodea incluye también ser conscientes de eso.
martes, 3 de diciembre de 2019
Tres de diciembre
Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.
Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.
Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.
Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.
lunes, 2 de diciembre de 2019
Dos de diciembre
La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
domingo, 1 de diciembre de 2019
Uno de diciembre
Recuerdo el crujido de los peces comiendo en las rocas, mi cabeza dentro del agua respirando por el tubo unido a mis gafas de bucear este último verano, en agosto. Ese otro mundo de ingravidez mágica a pocos metros de la playa poblada de sombrillas y seres humanos como yo.
Hace mucho tiempo pude escuchar un archivo de audio en el que podía oírse el sonido de fondo del espacio profundo, y sonaba como una especie de crujido de baja frecuencia inaudible por el ser humano pero sí por las máquinas inventadas por él. Y una vez leí en alguna parte que el verdadero color del cosmos no era negro sino verde, un verde profundo y oscuro. Imagino que todas estas cosas andarán por internet, pero cuando escribo me da pereza ponerme a buscar porque eso significa dejar de escribir y no quiero.
Es fácil imaginar que así como en la playa basta con sacar la cabeza del agua para sentir el sol, el aire y el ruido de las personas como si el mundo de los peces y las algas estuviese a kilómetros de distancia de mis ojos, de modo semejante allí arriba pudiera suceder algo parecido. Al otro lado de un agujero negro, al final del viaje más largo del mundo. Otros sonidos, un universo entero de color melocotón poblado de estrellas negras.