Vuelvo a escribir. Llovió hace un rato. Sé que esto que hago, vaciar mi cerebro, me hace bien, pero también me da mucho miedo. No llovió lo suficiente para refrescar el ambiente. Fue una breve lluvia de mierda que, en combinación con una superficie calcinada durante semanas, generó un vapor peor que la temperatura anterior. Pero vuelvo a escribir, y esta idiotez es importante para mí. Todo se perderá, incluso este instante y la fuerza con la que lo siento en mi corazón. Supongo que este es el gran misterio.
sábado, 29 de agosto de 2020
viernes, 28 de agosto de 2020
Otra cosa
El día queda atrás. Hace rato que debería dormir pero no quiero, no quiero, no quiero. Tengo sueño y no quiero dormir porque presiento que mi vida no durará mucho. Lo siento en mis huesos pero no se lo he dicho ni se lo diré a nadie. Aunque no sé qué diferencia exacta existe entre estar dormido y despierto salvo cuando escucho música. Cuando escucho música, como ahora mismo, sé que estoy efectivamente despierto. También cuando siento en la piel el aire templado del ventilador que gira mecánicamente en la habitación. Agosto termina y se acerca otra cosa a pesar de las mascarillas, a pesar de la pandemia, a pesar de nuestra fugacidad se acerca otra cosa. Otra cosa.
miércoles, 26 de agosto de 2020
Tsunamis
Hago compartimentos. Aquí mis padres y mi familia en general. Aquí mi pareja. Aquí mi trabajo, que es muy importante para mí y para centenares de personas (lo es). Aquí mi fantasía. Aquí internet. Aquí mi cuerpo.
Hago compartimentos porque no puedo con todo a la vez. El compartimento de mis adicciones es incompatible con otros, y lo mismo pasa con esos respecto a mi exagerada responsabilidad profesional. Compartimento porque es el único modo de mantenerme cuerdo y no es difícil, no es complicado. En serio. Sólo hay que darse cuenta de que no podemos con toda la ola al mismo tiempo, y que sin un tsunami real delante de nuestro débil cuerpo sostenido por huesos casi transparentes somos muy fuertes, increíblemente fuertes. Esto es esto. Aquello es aquello.
viernes, 21 de agosto de 2020
Un camino de migas de pan
Me digo una y otra vez que todo está bien, me lo repito como si estuviera cuerdo. Porque nada está bien siempre y del todo, no funciona así; porque nada es demasiado algo exactamente. El sufrimiento acompaña a la alegría cuando uno se aleja un poco y lo mismo sucede al revés; la felicidad, con el tiempo, siempre acaba venciendo a la tristeza, lo sé por personas a las que amo y viven a mi lado y sufrieron mucho y ya no lo hacen. ¿Quiere decir eso que debamos engañarnos? ¡No, todo lo contrario, exactamente todo lo contrario! Si vivir -gozar y sufrir- no sirve para aprender algo; si no sirve, por ejemplo, para aprender a hacer un camino de migas de pan en el bosque, ¿de qué sirve?
Debemos llorar y debemos reír. Incluso casi siempre, durante casi todo el tiempo, no debemos hacer ninguna de las dos cosas: sólo respirar y dejarnos arrastrar por lo incontenible: el calor, la lluvia, el viento, el silencio.
jueves, 20 de agosto de 2020
Agosto
Este agosto se precipita hacia septiembre como si no pasara nada, como si no
pasara nada mientras la pandemia sigue intentando sobrevivir como lo hacemos
nosotros: la memoria enferma de mi madre, el ahora desaparecido optimismo innato
que me caracterizaba sin ser consciente entonces de ello, la depresión que me
impide leer, escribir, pensar con claridad. Respiro día a día. Volví a la
medicación que tomé durante años. La tristeza inunda mi alma sabiendo que no
aporta ninguna solución a nada.
Este agosto se arrastra bajo el sol hacia un otoño que ahora me parece a miles de kilómetros de distancia. No me falta el
amor que recibo. No me falta el amor que era capaz de dar, pero lloro mientras
escribo esto. Sé que no soy el primero. Sé que no soy el último, pero la pena me
arrasa sin saber a dónde asirme. Mi madre desaparece poco a poco mientras mi
padre sufre como nunca lo mereció. Sé que no es el primero, sé que no será el
último marido que asiste a algo tan duro. Estoy roto, pero como mis antecesores
en este mar de los sargazos continuaré navegando, en el fondo lo sé.
Odio este
agosto de dos mil veinte, odio la pandemia, odio la enfermedad de mi madre, me
odio a mí mismo por mi reacción ante todo esto. No puedo odiar nada más. No tengo ni
el derecho ni las fuerzas para hacerlo.
viernes, 14 de agosto de 2020
Pintura rupestre
Todo es antiguo pese a nuestra brevedad; muy, muy antiguo, tan antiguo como todo lo que es o ha sido alguna vez, pero vivir durante tan poco tiempo nos regala la ilusión de una fugacidad eterna. No pasa nada: siempre fue así.
jueves, 30 de julio de 2020
El escorpión y la rana
He retrocedido algunos pasos. El dolor, mi propia incomprensión sobre mi dolor y la conocida sensación inminente de una muerte incontrolable han podido más que yo. No pasa nada. No es la primera vez. Tal vez debería rendirme a esta versión de mí mismo porque, sinceramente, dudo que exista otra mejor. Soy a la vez el escorpión y la rana. No puedo evitarlo. Esta noche, con el aire acondicionado soplando con todas sus fuerzas y un whisky con hielo junto al portátil donde escribo estas palabras, reconozco que estoy bien. Estoy bien. Yo soy así, soy esto. Me he cansado de nadar, al menos durante un tiempo, contra la corriente de mi ser. Quiero dejar de luchar y quiero rendirme a mi propia naturaleza con amor, con perdón, con aceptación. Tal vez, de alguna manera, lo merezco.
sábado, 30 de mayo de 2020
Un zorro y dos cuervos
La hélice del ventilador gira de lado a lado con la cansada cadencia de un robot viejo. Por la mañana fui a caminar al campo con mi mujer. Vimos un zorro en un sembrado a pesar de la avanzada hora del día. Detrás de él esperaban dos cuervos, lo cual nos hizo pensar en la existencia de carroña. Durante unos cuantos metros la raposa nos siguió con la mirada girando despacio la cabeza de hocico y orejas afiladas hasta que desaparecimos. El sol brillaba en lo alto. Un zorro y dos cuervos. Ningún día es insignificante.
viernes, 29 de mayo de 2020
Mis pequeños ojos de jabalí
A media tarde comenzó a tronar y se levantó el viento meciendo las copas de los árboles que yo contemplaba desde la ventana de la cocina. Después llovió suavemente, una lluvia tan suave, tan incoherente con la espectacular fanfarria que la había precedido, que pensé en universos paralelos, agujeros de gusano, cortocircuitos del espacio y el tiempo: en alguna parte estaba granizando sin previo aviso mientras aquí, después de los escandalosos pianos celestiales precipitándose escaleras abajo, llovía con la calma y dulzura de Galicia o Asturias. Se estaba bien en la ventana así, los brazos cruzados en el alfeizar, mis fosas nasales de caballo respirando el aroma del asfalto y la vegetación mojada, mis pequeños ojos de jabalí contemplando el dibujo de las delicadas líneas de lluvia contra la oscuridad de los árboles, ese modo infantil de felicidad.
jueves, 28 de mayo de 2020
Cincuenta y siete
Después de recoger la cocina entre los dos Maite se ha ido a su ordenador a terminar unas cosas de trabajo y yo me he asomado a la ventana. La calle olía a ribera de río, a vegetación nocturna tras haber sido golpeada durante todo el día por el sol.
Esta tarde he ido a una tienda de coches. Me han hecho cálculos de compra y también de alquiler. Creo que optaré por el alquiler. Me he montado en un ejemplar del modelo que me interesaba. He arrancado el motor y las luces de los indicadores tras el volante se han encendido sin el más mínimo ruido, en modo eléctrico. He acelerado un instante y ha entrado en acción el motor de combustión. Es un híbrido, como yo.