miércoles, 22 de diciembre de 2021

Dos mil veintiuno

El año dos mil veintiuno
se precipita cada día
a más velocidad hacia
el diminuto, pequeñísimo,
ojo de la aguja.

Somos los mismos y nunca
somos, exactamente, los mismos.

Amamos la belleza, amamos
el amor, querer, ser queridos,
amamos los viñedos y, al fondo
del horizonte, la nieve en las montañas.

Si alguien me preguntase qué hacer
para mantener este tesoro
le diría: seguir adelante.

Sigue adelante, camina a través
del campo, detente a examinar
las huellas de los jabalíes, las de
garduñas y zorros y
bicicletas de montaña.

Todo acaba y comienza.
Así sucederá.
No de otra manera.

martes, 21 de diciembre de 2021

Consunción

El tiempo me consume poco a poco, me doy cuenta, y lo que más rabia me da es no haber aprendido gran cosa.

Recuerdo que cuando era un preadolescente lleno de dudas me preguntaba si el mundo existía cuando cerraba los ojos, si existían los colores, las formas de las cosas, el universo entero.

De algún modo sigo ahí, en esos doce o trece años, anclado en esa pregunta que siempre me persigue. ¿Qué significa todo esto, todo lo que me rodea? ¿Y por qué? ¿Por qué mi madre tiene la enfermedad de alzheimer sin que yo pueda hacer nada para borrarla, para que no exista? ¿Por qué no puedo evitar la tristeza y la dicha? ¿Por qué no puedo impedir absolutamente nada? ¿Por qué el mundo me impele a todo, a lo que deseé con todas mis fuerzas y también a lo que nunca hubiese elegido?

domingo, 19 de diciembre de 2021

Segismundo

A veces tengo la certera
sensación de que vivo entre
dormido y despierto,
entre ebrio y sobrio,
entre vivo y muerto, entre
este mundo y otro que
no sé cuál es, ni dónde, ni nada.

Conduzco en la carretera
a través de la niebla.
Los campos invisibles podrían ser
el mar o el espacio estelar;
el dibujo infantil de un niño o,
sencillamente, algo que todavía
nadie supo expresar.

Ignoro si estoy volviendo a casa o
me estoy yendo para no regresar.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Testimonio

Ayer por la noche caía aguanieve tan liviana que apenas alcanzaba a activar el lavaparabrisas automático del coche. Las luces de freno de los vehículos que circulaban delante de mí brillaban más que las bombillas de navidad en forma de estrella de un lado a otro de las calles. Ya escribí ayer que estaba muy, muy cansado, pero fui a comprar algo de comida a un supermercado antes de volver a casa. Todo parecía un sueño pero no mío, el sueño de alguien, el de otra persona tal vez en el otro extremo del planeta, y esa sensación no me molestaba de ningún modo. Desde muy pequeño siempre contemplé la posibilidad, como hicieron tantísimas personas antes que yo, de que nuestra existencia y nuestra pequeña presencia en este muno no fuesen sino el sueño de alguien o de algo.

El día termina. Me acostaré, cerraré los ojos y soñaré tu existencia, o tal vez la de alguien del futuro que todavía no ha nacido, o la de personas que ya están muertas. No lo sé. Cuando mi cuerpo y mi cerebro caen en esa mullida fosa de arena de playa y plumas de ave del paraíso, ignoro qué sucederá. Incluso ignoro que probablemente no recuerde nada al despertar e iniciar el rápido consumo de mis pilas cada vez más viejas y oxidadas.

Tengo cincuenta y ocho años cumplidos en mayo y me siento joven para seguir intentando comprender y viejo para mantener intacta la curiosidad. Obviamente debo centrarme en la exploración, como lo he hecho siempre, como estos diarios atestiguan, eso es lo que me interesa y me anima a seguir escribiendo, a seguir dando testimonio de mi viaje.

Es muy tarde. Tengo sueño, mucho sueño. Me despido. Hasta mañana, Jesús Miramón. Hasta mañana, mis pocos y queridos lectores. Este es el cuaderno de bitácora de mi navegación, no pretende ser nada más. Gracias. Buenas noches.

martes, 14 de diciembre de 2021

Espigas y ceniza

Ayer llamé a Zaragoza y no era un buen día. Mi madre estaba enfadada porque mi padre, de ochenta y cinco años, no le dejaba tener las llaves de casa. Y es que ya se ha ido más de una y dos veces de improviso. En una ocasión en la que yo estaba en la ciudad fui a buscarla a toda velocidad porque papá me llamó, y la encontré caminando por la acera de la calle con la ropa y las zapatillas de andar por casa mientras su marido, como un comando especial, la seguía escondiéndose entre los coches y en los portales de las casas cuando ella se giraba para saber si alguien la vigilaba.

Hoy estaba mejor. La única consecuencia positiva de padecer Alzheimer es que, en ese olvido general, también incluye que ayer no estaba bien y se quería ir de casa y se quería morir, así que cada día es un nuevo comienzo para ella, a veces cada hora, aunque no para su cuidador, a quien intentamos acompañar y cuidar todo lo que podemos.

Todo sigue adelante, día a día. El río Ebro ha crecido y en todas las televisiones advierten de inundaciones históricas que ya han arrasado pueblos, cultivos y caminos. En Zaragoza se estima que la gran avenida suceda esta noche y mañana, aunque ya las orillas que cruzan la ciudad están desbordadas. La naturaleza no comprende ni calcula, sólo sucede y nada más, como en el volcán de La Palma, los tornados de Estados Unidos o los terremotos. Nosotros no somos más que la loma de una colina o la corteza de un árbol ante su empuje, no somos más que los hormigueros de los caminos o la colmena de un árbol sumergido por la crecida. Y, sin embargo, tenemos nuestras minúsculas biografías, nuestros mayúsculos sufrimientos que a la naturaleza y al tiempo les son absolutamente indiferentes.

Y así ha de ser, así debemos aceptarlo por duro que resulte a menudo. La enfermedad de las personas a las que amamos, incluso las de quienes, como en mi caso, me trajeron a este mundo extraño y alienígena hace ya tantos años, para el universo tienen la importancia de un grano de arena en una playa inmensa, como sucede con las grandes obras de arte, los triunfos deportivos o las caricias más tiernas.

Hoy estaba mejor. Escucho su voz y sé al instante qué está pasando, y lo mismo ocurre cuando el teléfono lo descuelga mi padre. Sé, sobre todo trabajando donde trabajo, que el Alzheimer forma parte de la vida de miles y miles de familias como la mía. Sé, aproximadamente, lo que nos espera, pero prefiero no pensar en ello, hago ese esfuerzo y, por ahora, logro ir poco a poco. Ver desaparecer ante tus ojos la inteligencia, la memoria, la sabiduría y el raciocinio de una de las personas a las que más amas en este mundo es duro, pero debemos seguir adelante porque cada mañana, al despertar, somos supervivientes. Porque lo somos, porque fundamentalmente los seres humanos somos eso: supervivientes y mortales, nada más ni nada menos.

Yo también me hago mayor y, sin haber aprendido demasiado, esto sé: el amor es lo más importante, lo que nos da fuerzas para extinguirnos sin arrepentimiento cuando la inundación, o la lava, o el tornado o el terremoto nos convierta en espigas y ceniza que arrastra el viento. Sé que no tiene ningún sentido pero yo, en mi vulgar corazón que recibe y envía sangre cada segundo con precisión mecánica, lo comprendo así. El amor no impide que finalmente seamos nada o menos que nada en el grandioso y absurdo espectáculo del mundo, pero tiene un poder inconmensurable: su dulzura, su consuelo, su verdad casi tan inmensa como el olvido.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Algo comienza a apagarse y algo comienza a encenderse

Normalmente escribo de noche, a veces noche avanzada. ¿Por qué? La respuesta es muy sencilla: el resto del tiempo estoy despierto.

No escribo dormido, pero casi. Este momento, justamente antes de cubrirme con la ropa de cama y desvanecerme, es uno de mis favoritos. En mi cabeza algo comienza a apagarse y algo comienza en encenderse. Los dos mundos se acercan y se mezclan. Lo que he visto y su recuerdo; lo que siento ahora y no sentí durante todo el día.

Me acostaré en cuanto termine de escribir este breve texto cuya única ambición muere en él: dar cuenta de algo que existe y no existe al mismo tiempo: este misterio. Buenas noches.

sábado, 11 de diciembre de 2021

Lo es

Desperté un día más en este planeta, en este mundo, e hice lo que debía hacer, las nubes flotaron en el cielo, vi Fórmula 1 en la televisión, cociné, vine a sentarme delante de ti y escribí estas pocas palabras. Sí, sé lo que vas a decirme: qué raro es todo. Lo es.

Partículas de polvo

La belleza de las partículas de polvo flotando en determinadas condiciones de luz frente a la ventana, microscópicos planetas y galaxias en medio de la habitación, mundos efímeros.

Yo canté durante muchos años en un coro piezas musicales de una intensidad extraordinaria, prodigios milagrosos, belleza pura, mil veces más pura que quienes las cantábamos frente al público, sobrecogidos entre la necesaria disciplina de nuestra función y nuestros sentimientos más íntimos. Allí, durante tantos años, accedí a un aprendizaje sobrecogedor y profundo: en la música es más importante el silencio que el sonido, sobre todo cuando se ha emitido la última nota de la obra, esos segundos de silenciosa magia suspendida en el tiempo donde nada importa ni pesa ni pasa antes de los aplausos.

Ahora comprendo que el resto de todo es lo mismo: nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestros actos. El momento inmediato en el que cesan dice claramente qué sucedió, emite su eco, brilla antes de apagarse y desaparecer.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Lanzarote

Quiéreme como si fuese un caballero.

Que tú eres una dama lo saben
los árboles más antiguos del bosque.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Heródoto

En los últimos tiempos las fotografías, las viejas fotografías, siempre están a mano cuando vamos a estar con mi madre. Su enfermedad le permite verlas una y otra vez con el mismo asombro y la misma fascinación, y a veces nos sorprende con reconocimientos faciales que nadie en el mundo podría lograr. Mi compañera, mi mujer, mi amor, se sienta con ella a repasar por enésima vez las imágenes de vidas propias e incluso a veces ajenas, y yo me siento con mi padre en el sofá de enfrente mientras en la televisión dan capítulos de telenovelas turcas.

Es interesante cómo podemos acostumbrarnos casi a cualquier cosa, y más interesante es darse cuenta en vivo, carnalmente, del poder del amor pequeño y grande, del poder de la ternura, los gestos, los besos, los detalles. Cuando yo era un niño mamá me subía la cremallera del abrigo en invierno antes de salir a la calle, esta mañana era yo quien se la subía a ella, mi padre lo hace todos los días.

El amor de verdad, ese que se manifiesta como pareja, como amigo, como padre, como hermano, como compañero de trabajo, es algo físico, escapa y se derrama como leche hirviendo sobre las palabras, sobre todos los poemas y canciones que durante siglos han querido mirarlo de cerca como si pudiese estar quieto e inmóvil alguna vez en alguna parte.

Nada está quieto e inmóvil nunca en ninguna parte. Ni siquiera las viejas fotografías y su testimonio conmovedor. A veces soy yo quien las mira al lado de mi madre. Después de tantas tardes casi me sé de memoria todas las imágenes, pero ella no, y ella es la que nos importa a todos quienes la amamos, y somos muchos porque mi familia es amplia: cuatro hijos, nuestras parejas, diez nietos y nietas, novias y novios. Cuando mi madre o mi padre ríen, y me da igual el motivo, mis pulmones o, lo que es lo mismo, mi alma, se ensancha y disfruta con felicidad del presente como ninguna literatura podría expresarlo. Este es el tesoro de estos días.