jueves, 3 de febrero de 2022

Bruguera Historias Selección

Me siento agotado sin saber por qué. No todo podemos ni debemos saberlo (esto es algo que me gustaría poder decirles a los usuarios que se sientan al otro lado de mi mesa de trabajo).

La vía láctea que atraviesa el cielo nocturno de nuestro planeta es una anécdota del tamaño de un grano de arena en el desierto. A veces me gustaría conocer menos, saber menos, vivir al margen de la exploración, conformarme con lo que puedo modificar, con lo que está en mis manos, pero es imposible. La culpa es de los libros de Bruguera Historias Selección que mis padres nos ponían cada navidad la mañana de reyes. Robinson Crusoe, Los hijos del capitán Grant, Mil y una leguas de viaje submarino, Robin Hood, La isla del tesoro, y también la colección de Los cinco de Enid Blyton, y todos los que vinieron después. No puedo conformarme. Ya es tarde para eso.

Me acostaré, cerraré los ojos y los abriré en una isla desierta, en otro planeta a millones de años luz de aquí o en el Nautilus del capitán Nemo, a kilómetros de profundidad bajo el océano, en la fosa de las Marianas.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Llámala amor

Mi vida, como la tuya, es compleja, un mapa de territorios que a veces se mezclan y a veces no.

La noche se extiende sobre esta pequeña ciudad como el cansancio sobre mi corazón.

Yo, como tú, nado, floto, me aproximo a la playa, camino a través de los prados y los bosques bajo el cielo.

Confieso que estos días me cuesta mantener mi estoicismo, mi comunión universal, todo eso.

Pero he de decir que los últimos sucesos de mi vida familiar no han logrado que la llama de mi interior se apague del todo. En la oscuridad brilla una brasa. Llámala amor, llámala supervivencia.

Llámala amor.

martes, 1 de febrero de 2022

Elefantes o rinocerontes

Nuestro organismo hace muchas cosas al margen de nuestra voluntad. Los pulmones se llenan de aire y se vacían, el corazón late a 68 latidos por minuto, nuestro estómago digiere la cena, el hígado filtra las sustancias tóxicas y nos protege de nosotros mismos hasta donde puede hacerlo.

No estoy muy seguro de pensar las cosas que yo quiero pensar y escribir. Tengo dudas respecto a eso. Mi cerebro es un órgano como mis pulmones, mi corazón, mi estómago o mi hígado.

¿Por qué debería creer que todos los órganos del terrícola que soy actúan por su cuenta y mi cerebro no? No tengo en absoluto la sensación de controlar lo que pienso y escribo en estos diarios. Aunque mantengo, es verdad, un filtro mínimo que me impide escribir cosas demasiado íntimas y probablemente decepcionantes, sí, es verdad, pero, al margen de ese filtro mínimo que mantienen activo un puñado de neuronas, ¿qué control tengo realmente sobre mis pensamientos más allá del oficio de escribir y articularlos en palabras y frases y párrafos, algo que hago desde que tenía doce años?

A menudo mi cerebro es un órgano contra el que combato inútilmente. Sólo dispongo de tratamientos semejantes a los que utilizan los científicos para salvar a los elefantes o los rinocerontes de Masai Mara. Un disparo, caída, medición, análisis de sangre, inyección, y un levantarse en medio de la sabana tambaleante pero vivo.

El mundo me interesa mucho. Su pasado, su futuro. La prehistoria, la ciencia ficción. Me interesa saber, básicamente, de qué cojones va todo esto, toda esta película a la que yo, mientras escribo ahora mismo, pongo una banda sonora de Bach. ¿Qué es lo que veo y siento? ¿Por qué mi madre, enferma de Alzheimer, ha tirado esta noche un vaso de vino con gaseosa al rostro de mi padre, que la cuida día a día? ¿Por qué merece la pena vivir cuando ya no eres tú sino algo parecido a ti? ¿Por qué no tenemos un botón bajo la piel en el homoplato, en una nalga, en el tobillo, para apagarnos?

Yo mañana me lo instalaría sin dudarlo. Qué arma para vivir; saber que sin desagradables ahorcamientos, caídas de edificios o disparos en la cabeza podríamos tener el control de nuestra existencia. Posiblemente sería el único acto de nuestra vida producto de nuestra voluntad sincera, o loca, o enferma, o desesperada, pero verdaderamente nuestra.

lunes, 31 de enero de 2022

Tampoco

Ni yo mismo soy capaz de comprender la desfachatez de escribir cada día como si mi vida fuese interesante. A menudo creo que lo que hago es, como en el cuento, dejar migas de pan en el suelo del bosque en el que me he perdido, por si quisiera buscar alguna vez el camino de regreso; a veces pienso que hago un croquis en la servilleta de un bar para indicaros cómo llegar a un lugar que desconozco.

He aprendido que nada tiene demasiada importancia. Tampoco nuestra poca importancia.

domingo, 30 de enero de 2022

Gorgona

Por alguna razón inexplicable esta mañana, antes de ir a Zaragoza, fui a lavar el coche a uno de esos lugares de mangueras a alta presión. Era temprano y hacía frío. Me caí al pisar la capa de agua congelada alrededor del coche. Fue una caída de comedia de los años veinte, todo largo en el suelo. Me hice daño en el costado izquierdo y, al soltar instintivamente la manguera, esta salió despedida al espacio exterior como si fuese un ser con vida propia. El suelo helado estaba tan resbaladizo que no encontraba la manera de ponerme en pie hasta que, como una babosa invernal, me acerqué al coche y, apoyándome en su parachoques, pude poco a poco erguirme. Miré a mi alrededor con ojos de hipopótamo y no había nadie. ¿A qué otro gilipollas se le iba a ocurrir lavar el coche con todo el territorio helado, a dos grados bajo cero?

Luego, con todo el pantalón mojado y sucio, además de un dolor en el costado izquierdo, fui a comprar algunas cosas al supermercado, regresé a casa, me cambié de pantalón y, una hora más tarde, conduje hasta el lugar donde escribo ahora: Zaragoza.

No voy a repetir lo de siempre aunque hoy, también, se ha repetido. La enfermedad de mi madre es terrible para todos y, sobre todo, para el ser humano más bueno y que más queremos sus hijos en el mundo, además de ella: mi padre. Al menos hoy Maite y yo le hemos podido dar la medicación y la hemos dejado dormida en la cama. Son tiempos, épocas, estratos geológicos que, como todos los demás estratos geológicos de la tierra, jamás podremos ahorrarnos.

Ahora escribo y, mientras lo hago, soy feliz porque abro las compuertas y puedo liberar parte del peso de mi corazón. Si respiro fuerte, como si alguna vez hubiera hecho deporte, me duele el costado izquierdo, pero como nunca he hecho deporte no hay problema. Me tomo un whisky con hielo. Maite duerme. Me resulta imposible imaginar qué estará sucediendo en el piso de mis padres, y siento una pena profunda pero no quiero dejarme arrastrar por ella. Prefiero la imagen de mí mismo resbalando sobre el hielo al lado de mi coche y la manguera de agua a alta presión volando a su aire como una gorgona liberada de la moneda en el pequeño cajero oxidado. El peatón que resbala en una cáscara de plátano. Risas. Aplausos.

sábado, 29 de enero de 2022

Miren

El mundo, nuestro planeta, los continentes y océanos, parecen y son inconmensurables, pero a veces suceden pequeños milagros. A mí me ha sucedido recientemente uno que ha convertido mi mundo en un lugar pequeño y precioso, un bosque de caminos que se cruzan. He tenido respuesta a preguntas que me hice muchas veces. Todavía me cuesta creer esta suerte, esta fortuna. La noche se aproxima a la orilla bajo el cielo estelar y la luna brillando como si fuese un planeta. A mi alrededor todos se retiran a dormir. También yo lo haré pronto. Mañana conduciré hacia Zaragoza. La vida sólo termina cuando termina, no antes, y mientras tanto todo es posible, he podido saberlo hoy: todo es posible.

viernes, 28 de enero de 2022

Nelly

Tengo la sensación de estar escribiendo siempre lo mismo, pero, como dijo Heródoto, el agua del río nunca es la misma y quien se baña en él tampoco. Hoy mi madre ha querido ir al Centro de día por la mañana y ha tomado su medicación, algo que nos ha alegrado muchísimo a todos.

El agua del río nunca es la misma. Mañana comienza a trabajar en casa de mis padres Nelly, una mujer nicaragüense que, durante la entrevista que mantuvimos en una cafetería junto a la Gran Vía, me produjo buenas sensaciones. Hoy mismo la he dado de alta en la Seguridad Social, yo haré su contrato, sus nóminas, todo en orden.

Vivir es esto, exactamente esto, no otra cosa: esto. Las aguas que van a dar en la mar.

jueves, 27 de enero de 2022

Cantata

Mi hija me regaló estas navidades unos cascos que eliminan el sonido exterior. No sé cómo lo hacen, pero lo consiguen. Me los pongo y el mundo desaparece. Incluso aunque no escuche nada a través de sus auriculares, en su modo máximo de aislamiento apenas oigo nada. Era lo que quería: ser sordo artificialmente y a demanda.

Porque a veces el mundo me abruma, los sonidos del mundo me abruman, incluso los más comunes. Adoro eliminarlos de mi cerebro. El tinnitus sigue ahí pero él solo, sin nadie más que yo, su enemigo vencido. Hace años me dijeron que me acostumbraría a esa presencia y, a pesar de no creerlo en absoluto al principio, así ha sido: forma parte de mi vida y, salvo que centre mi atención en él, ahora es casi invisible.

Vivo con mi tinnitus, con mis muertos, con mis amistades desaparecidas en el trajín de la vida; vivo con mis olvidos y mis recuerdos a medias; con mi primer amor a los trece o catorce años -cómo será ahora, habrá formado una familia, será feliz, sólo al recordarla se acelera mi corazón y me estremezco.

Vivo y duermo y me despierto, y hago lo que debo hacer, y sigo adelante. Los cascos que me regaló mi hija me ayudan a sentirme un gordo astronauta sujeto a la gravedad de la tierra. Ahora mismo podría haber un bombardeo y yo seguiría escuchando la cantata 147 del maestro Bach que tantas veces canté con la coral de Binéfar, ajeno a todo sonido exterior.

Sé lo que soy. No oír voluntariamente los sonidos del mundo cotidiano me ayuda a ser más lo que soy, aunque eso me suponga algún susto cuando mi mujer me toca el hombro para decirme algo. Soy el que soy sin necesidad de ninguna zarza ardiente.

miércoles, 26 de enero de 2022

Cerbatana

Me digo que son épocas, temporadas, malas rachas, momentos. Y, en lo que me queda de inteligencia, sé o quiero saber que tengo razón. Imagino, por ejemplo, que vendrán otras distintas si sobrevivo a esta. Pero todos morimos en una época, en una temporada, una mala racha, un mal momento. Esto también es verdad.

Hoy he tramitado la viudedad de una mujer casada con un hombre que ha fallecido por culpa del covid a los cincuenta y un años. Ella es de origen colombiano y se ha quedado sola con un hijo autista de dieciséis años. Épocas. Su marido murió en medio del tiempo, de una mala racha, cuando no tocaba.

Porque ni el tiempo ni lo inesperado nos da respiro. Porque el tiempo es un maldito hijo de puta que nunca se detiene de verdad, ni siquiera cuando nos rendimos al sueño e inmediatamente despertamos en Nueva Zelanda, o en un velero en medio del Cabo de Hornos, o cabalgando en las praderas de Arizona, o trabajando en una mina romana como esclavo tras la invasión de mi pueblo, o cazando en el Amazonas con una cerbatana. El tiempo no se detiene jamás e, incluso mientras dormimos, cura y envejece al mismo tiempo nuestros músculos, nuestros huesos, nuestros órganos internos, nuestra memoria. Cura y envejece.

Por eso no puedo fiarme de mis pensamientos. No, no, no: nunca. Lo que escribo, lo que pienso, sólo es un río sin verdadero sentido, como los ríos de verdad. Todo y nada puede suceder en cualquier momento. Debo prepararme para eso, debo aprender a prepararme para eso.

martes, 25 de enero de 2022

Entre las viñas

La ansiedad ha regresado. Ni siquiera el frío bajo cero de las mañanas en las que camino hacia el trabajo puede con ella. Conozco bien su origen y sé que debo aprender a combatirla sabiéndolo. Pero mañana por la mañana pondría un pie delante del otro hasta dejar atrás la pequeña ciudad y sus edificios, y pisaría sobre los charcos de hielo entre las viñas, y me tumbaría allí boca arriba, sobre la tierra esponjosa, vestido con mi ropa de invierno mirando el cielo azul, y cerraría los ojos durante un rato, mucho rato, durante todo el tiempo necesario.