Trabajo en una agencia de la Seguridad Social a pie de calle informando al público, y los lunes suelen ser terribles. No sé, es como si durante el fin de semana a los ciudadanos nos diese por pensar: ¿Y si me jubilo?; ¿y si este verano me voy de vacaciones y me ha caducado la tarjeta sanitaria europea?; ¿en qué ha cambiado la ley general de la seguridad social a partir del uno de enero de este año?; ¿cuántos años cotizados tengo?; me queda un mes para dar a luz, ¿qué tendré que hacer para percibir la prestación de maternidad?; voy a contratar a una empleada de hogar, ¿cómo lo hago?. Es sin lugar a dudas, junto al martes, el día más complicado, porque la mayoría de las personas acuden sin cita previa y, como vienen desde pueblos y lugares distantes -mi agencia es comarcal y atiende a un territorio inmenso- y no tenemos corazón para no atenderles, terminamos derrengados y con un estrés tremendo. No me quejo, me gusta lo que hago, pero los lunes salimos todos sin saber ni cómo nos llamamos, con el cerebro derretido. En una trinchera como la mía se palpa muy bien cómo está la población, cuáles son sus preocupaciones. Noto intensamente que la crisis económica de dos mil ocho y después la pandemia ha dejado un rastro profundo, mucha ansiedad, muchas tragedias de salud y también económicas, mucho nerviosismo y miedo al futuro. Es algo que supongo que sucede en toda España: se respira inquietud e incertidumbre, y sólo ha faltado la invasión de Ucrania por parte del sátrapa Putin para alimentar la desesperanza. Después de tantos años trabajando en esto, en vez de endurecerme mi empatía y mis neuronas espejo se han hiperdesarrollado, con lo que a menudo salgo hecho polvo de la oficina de información no ya por la carga de trabajo, que es muy grande, sino por las cosas que me han contado, el tono de las voces, la tristeza o la desesperación. A menudo, allí o también en Zaragoza, me gustaría poder ser un ladrillo emocional, muchas veces lo he deseado y he maldecido no saber serlo. Pero estas cosas son como la lluvia que no llega, las nubes blancas a kilómetros de distancia de la superficie desde donde las miro, aunque por su tamaño parezcan más cerca; estas cosas son como el latido permanente de mi corazón o la respiración inconsciente de mis pulmones: forman parte de mi naturaleza.
lunes, 28 de febrero de 2022
domingo, 27 de febrero de 2022
Lo mejor que sé hacer
Este fin de semana, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos quedado en Barbastro. Hemos ido a pasear por el campo. Todos los almendros estaban en flor. Hoy es domingo: el último día que me duché fue el viernes antes de ir a trabajar. Emocionalmente ha sido un masaje maravilloso (y sé cómo puede sonar esto a quien no tenga familiares enfermos cerca, pero ya me da igual, yo sé). Lo mejor es que he podido dedicarme a lo que mejor sé hacer: no hacer nada exactamente.
sábado, 26 de febrero de 2022
Pajaricos
Es raro. Hay guerras -no solamente la de Ucrania, ahora mismo probablemente estén bombardeando Yemen y Damasco, y todas las que estoy olvidando sin querer- y yo estoy aquí, en este pequeño rincón de mi casa donde siempre escribo, como si no pasara nada. Mi madre duerme (¿con qué soñarán los enfermos de Alzheimer, que en este otro lado no tienen memoria?) y yo estoy aquí, sentado en esta silla de Ikea, frente a una pequeña mesa blanca junto a mi cama. Los pajaricos de esta tarde, gorriones todos en fila sobre la farola al sol que hay frente a nuestro salón, a estas horas deben estar durmiendo en alguna parte que no conozco. Los jabalíes salen a alimentarse sin tener en cuenta la propiedad de los campos de maíz. Echo mucho de menos el mar cuando jamás viví en su orilla. Echo de menos algo que no sea todo esto. Echo muchísimo de menos a alguien que sea yo y al mismo tiempo no lo sea. Echo de menos a otro Jesús Miramón distinto, mejor y más tranquilo y responsable que yo.
viernes, 25 de febrero de 2022
Guerra
En plena guerra de la extinta Yugoslavia Maite estaba embarazada de Paula, nuestra hija mayor, hace treinta años. Eran nuestros últimos días en Banyoles y recuerdo que, durante una consulta con su ginecólogo, salió el tema de aquella guerra terrible. Aquel hombre, muy agradable y profesional, torció el gesto y nos comentó que ya no podía ver las noticias en la televisión porque se sentía impotente al no poder hacer nada para evitarlo. Yo entonces lo comprendí a medias: ahora lo comprendo del todo. Él dijo, y lo recuerdo perfectamente: ¿Qué debo hacer, dejar a mi familia e ir allí a combatir contra los serbios? ¡Ni siquiera sé cómo funciona un arma de fuego, sólo soy médico! Sí, ahora le comprendo bien. Hay momentos de la vida en los que la información sólo te genera impotencia. Y no sucede sólo con las guerras, también con las hambrunas, los naufragios nocturnos y terribles de migrantes que buscan un futuro mejor, tanto dolor y desesperación en el mundo. Putin, el presidente de Rusia, dio la orden de invadir Ucrania la pasada madrugada. No las zonas supuestamente prorrusas del Donbass, no, todo el país. Ahora mismo están a treinta y cinco kilómetros de Kiev. Y yo, que ya tengo una edad, puedo comprender el marco teórico de todo: Rusia no quiere a la OTAN y su poder nuclear en sus límites fronterizos, Rusia quiere mantener su influencia en las regiones que fueron parte de su territorio, y si para ello debe romper con el derecho internacional y la soberanía de Ucrania, está dispuesta a hacerlo y, de hecho, así ha sido. Putin ha hecho lo mismo que Hitler hizo en Polonia, y me resulta profundamente desesperanzador que en este siglo se repita el horror del siglo pasado. Y todavía me parece más desesperanzador que haya personas de izquierdas que defiendan a Putin, que bien podría ser un personaje de cómic, ridículo y malo acariciando un gato, cuando es un dictador que encarcela a sus contrincantes políticos, si no les envenena antes, y niega los derechos de las personas LGTBI. He escrito que ya tengo una edad. He asistido a varias guerras. La de Yugoslavia, al suceder en Europa, fue especialmente terrible, y esta afirmación es injusta pues no fue más terrible que las que durante los últimos treinta años se han dado en Asia, África y demás lugares del mundo. En Yemen Arabia Saudí, apoyada por los Estados Unidos, bombardea y asesina a civiles, niños incluidos. Por no recordar la guerra de Irak basada en la mentira de las armas de destrucción masiva que luego trajo la de Afganistan, un triste y cruel país para las mujeres del que ya nadie se acuerda después de que los talibanes la ganaran y los países occidentales abandonaran a su población a su amarga y desgraciada suerte. Y a pesar de todo me sigo conmoviendo. Me sigo enfadando e indignando. Siempre he dicho que yo no soy pacifista sino pacífico. Asesinaría a dentelladas y con las uñas, como un animal rabioso, a quien amenazase a las personas que amo. La invasión de Ucrania es una violación a plena luz del día delante de toda la Unión Europea y la OTAN. Y Putin es el responsable, el violador, el criminal, el dictador de facto de un país inmenso que, en su día, venció al fascismo. No sé qué sucederá en los próximos días. Ahora mismo los soldados ucranianos combaten en un aeródroma cercano a la capital, Kiev, contra el intento ruso de establecer una cabeza de puente con fuerzas especiales. Es la guerra. Entre mis usuarios en el trabajo hay ciudadanos ucranianos que llevan muchos años residiendo en España, algunos prorrusos y otros lo contrario, pero creo que con lo sucedido desde ayer ya todos se sienten ucranianos. Tengo ganas de que vengan a mi agencia por cualquier otro tema y hablar con ellos sobre esto. Me voy a la cama, tarde como siempre, sin el estruendo de las bombas, sin la amenaza de la guerra, sin necesidad de recoger las cosas más importantes y salir corriendo de mi país huyendo de la violencia y la muerte. Cerraré los ojos y dormiré sin miedo, aunque con el corazón encogido.
jueves, 24 de febrero de 2022
Playa
Otro día se acerca a la orilla para acariciarla y retirarse dejando sitio al siguiente. Yo hoy no soy el mismo que ayer y también rompo en la orilla y vuelvo a chocar contra ella. El tiempo la acaricia y yo rompo en ella porque no sé ser de otro modo. Palabras y palabras y palabras. ¿A quién quiero engañar? Todo, absolutamente todo, lo ignoro.
miércoles, 23 de febrero de 2022
Como si el mundo lo fuera todo
Siempre me he complicado mucho la vida. Desde que era un adolescente le he dado a todo muchas vueltas. Ahora estoy cansado. Me gustaría detener mi cerebro, hacerlo entrar en reposo como hacemos con los odenadores, y luego, cuando quisiera, despertarlo. La tierra gira en la galaxia y yo sobre ella sentado con mi culo gordo en una silla de Ikea. No me gusta ser como soy, esto tengo que decirlo con absoluta sinceridad. Hay muchas cosas de mí que no me gustan y podría cambiar si fuese un ser humano inteligente, pero no lo soy: soy un viejo idiota y vago, y compulsivo, y sensible sin control alguno, algo todavía peor que ser insensible. Sí, siempre he hecho de todo un mundo como si el mundo lo fuera todo.
martes, 22 de febrero de 2022
Un hurón, otra oportunidad
Un nuevo día comienza, ajeno a todo, sólo porque sí. He cagado y me he duchado. Ahora, limpio como una patena, escribo con un capuchino de Tassimo a mi lado: lo necesito para comenzar a ponerme en marcha. Me acabaré de vestir y acudiré al trabajo. Ignoro qué personas se sentarán al otro lado de mi mesa ni qué querrán preguntarme. Por no saber no sé si hoy se precipitará sobre nuestro planeta un meteorito no detectado que acabará definitivamente con cualquier forma de vida. Vale, lo sé, mi imaginación es como un hurón sin control, lo sé, vale. Un nuevo día comienza. Una nueva vida. Otra oportunidad.
lunes, 21 de febrero de 2022
Primates
Escucho a Maite, mi mujer, hablando con su mejor amiga, que se llama Raquel. Se conocen desde hace cincuenta años, han compartido toda su vida juntas y siguen ahí, la una para la otra. Es algo que me maravilla, porque a mi mejor amigo lo conocí cuando yo ya tenía veinticinco o veintiseis años, es decir: hace más de treinta. No guardo ninguna amistad anterior, nunca las tuve. Me emociona oír a mi compañera hablar con otra mujer a la que conoce desde que eran unas niñas pequeñas. Estas cosas me conmueven mucho, y pienso en lo que significa el paso del tiempo, esta experiencia tan absolutamente insólita que vivimos con la normalidad imprescindible para no volvernos locos de remate. Siempre lo he dicho y escrito: somos unos primates tan esquizofrénicos como para vivir sabiendo que moriremos como si, en realidad, no lo supiéramos. Somos poesía carnal caminando sobre la tierra. La amistad es una de las mejores y más limpias y puras manifestaciones del amor. Siempre la defenderé. No tiene nada que envidiar a las otras -y voy a confesar algo: el sexo con la edad deja de tener la importancia que tenía cuando tu novia te metía la mano en los pantalones. Amor, y amor, y amor. Con sexo, sin sexo, en la misma cama, en camas separadas, separados por dos manzanas de casas, por cientos de kilómetros. Amor. Compadezco profundamente a quien no sepa qué es, qué se siente. En este momento de mi vida es lo único que da sentido a mi existencia.
domingo, 20 de febrero de 2022
Caballos, cohetes y submarinos
No me canso nunca de muchas cosas, algunas confesables y otras no tanto. Hoy he soñado que iba a montar a caballo en la Gran Vía de Zaragoza, lo cual ya es un poco raro, pero ese momento, por mil causas absurdas y tontas, nunca llegaba, el caballo se alejaba, se cruzaban personas en mi camino, aunque siempre tenía la esperanza de que acabaría poniendo mi bota en el estribo izquierdo y acabaría cabalgando sin prisa entre la gente. A pesar de despertarme sin lograrlo me he despertado con una sonrisa en los labios. Una compañera de trabajo ya jubilada siempre decía, para mi sorpresa, que nunca había conocido a alguien tan optimista como yo. Igual tenía razón, de algún modo desconocido para mí. Nunca me canso de los caballos, de la jungla, de la arquelogía y, dentro de ésta, de la prehistoria; no me canso de la historia bélica, no me canso del cine clásico, no me canso de la ciencia ficción (he visto películas tan malas que jamás lo creeríais, pero eran de ciencia ficción); no me canso de cocinar, de conducir, de respirar humo por la boca en invierno, del sonido de las olas del mar en las playas yendo y viniendo; no me canso de ver vídeos de la NASA de cohetes despegando hacia el espacio, ese magma de fuego a presión necesario para alejar la nave de la fuerza gravitatoria de la tierra, al principio aparentemente despacio y luego más deprisa hasta desaparecer entre las nubes del cielo. También me fascinan los submarinos (he visto películas terribles porque sucedían en submarinos). De las cosas inconfesables de las que tampoco me canso nunca no puedo permitirme hablar, pero sólo diré una cosa: son mucho menos originales que las confesables.
sábado, 19 de febrero de 2022
Secuoya
Veo vídeos de personas que construyen con sus propias manos unas cabañas bellísimas en los bosques más salvajes de Canadá, y viven allí cultivando y cazando su comida, estación tras estación -las cinco. Veo vídeos de personas que viajan con su furgoneta de segunda mano alrededor del mundo, durmiendo el año pasado en una playa de la Patagonia y ahora en las montañas del Atlas marroquí. Yo estoy en Zaragoza y dentro de un rato haré lo que tengo que hacer, que no tiene nada que ver con la Patagonia ni con las montañas de Marruecos. No pasa nada. Me miro en el espejo y veo otro viaje más lento pero igualmente salvaje y cruel. Allí no hay bosques de secuoyas ni profundos cañones creados por el agua durante miles y miles de años en la roca roja; allí solamente se refleja el fruto del viaje de la vida en mi cuerpo y mi rostro. Lidio con ello. Sí, me gustaría vivir en una cabaña en medio de un bosque canadiense y saber cazar y utilizar el hacha y no depender de nada ni de nadie; me gustaría mucho estar muy lejos de cualquier lugar, de cualquier conocimiento.