jueves, 4 de marzo de 2010

Cuarto día

Por la mañana fui a pasar la revisión de la ITV al polígono industrial de Barbastro. Delante de mí sólo había un coche. Mientras esperaba mi turno contemplé los montes circundantes, un terreno pelado y sin demasiado interés. Recordé cuando mis padres nos llevaban a campos semejantes a pasar la mañana del domingo, cualquier sitio nos valía para correr y saltar. Una vez, y ahora me invade la duda sobre si sucedió en la realidad o es uno de esos sueños que acaban por ser idénticos a ella, encontramos el fósil de un pez grabado en una lasca de piedra, allí, en el suelo, y lo estuvimos examinando entre nuestras manos infantiles, y después ya no sé qué hicimos con él. Guardo un recuerdo gozoso de aquellos montes áridos donde sólo crecían ralos arbustos, iguales a los que esta mañana contemplaba desde el coche esperando mi turno detrás de un viejo Ford Escort. Tras pasar la inspección sin ningún problema me alejé del taller y me detuve en un apartado aparcamiento de camiones. Salí del coche, abandoné la zona asfaltada y ascendí por la colina. La tierra estaba blanda, cubierta de verdín. Caminé durante cinco o diez minutos hasta alcanzar una pequeña cima desde la que se veía la carretera Nacional 240, unos lejanos viñedos en el valle del río y más allá la ciudad de Barbastro. Respiré el aire húmedo y frío. Me sentí bien. Pensé: «estoy aquí». Luego regresé al polígono industrial, tan feo y posnuclear como cualquier otro, y conduje hasta el trabajo. Llevaba varias horas atendiendo al público cuando me di cuenta de que había barro en mis zapatos y en los bajos de los pantalones.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tercer día

Anoche me acosté a las doce y diez con la lluvia repiqueteando en el cristal de la claraboya. Por la mañana desperté a las seis y once y estuve un rato con los ojos cerrados y el pensamiento en blanco, vacío, antes de ponerme en marcha. Esta tarde a las cuatro, después de comer, me he tumbado cubierto con una manta y he caído redondo en un pozo profundo. He dormido una hora y he tenido sueños malos, feos, tristes. Al despertar el cielo seguía siendo gris y llovía suavemente.

lunes, 1 de marzo de 2010

Primer día

Lunes y primer día de marzo. Los almendros han florecido de un día para otro como quien dice. Me gustan los silvestres, aquellos que han crecido, esmirriados, en las lindes de los caminos o en medio de un pedregal; sus flores son pequeñas pero laten con el mismo anhelo que las cultivadas. En el trabajo se habla del último terremoto en Chile, con el de Haití todavía tan reciente. ¿Es el fin del mundo? Una chica que ha venido de la montaña dice: «La tierra se está vengando por el maltrato al que la hemos sometido», y yo pienso: «Un momento, un momento, ¿nos estamos volviendo locos?». Me niego a aceptar ese discurso apocalíptico: los florecidos almendros lo niegan, y las cigüeñas, los gorriones, las nubes, la luna llena. Lamento muchísimo las dramáticas consecuencias de los terremotos y las inundaciones, son desastres que siembran dolor, desconcierto, miedo, pero en la corteza de las ramas de algunos árboles ya asoman las yemas nuevas y su deseo de viento y sol.

sábado, 27 de febrero de 2010

Después del ensayo

Al volver a casa descubro en la cocina un plato con cuatro canelones cubiertos por el protector de plástico que utilizamos en el microondas. Los caliento, me sirvo un vaso de Rioja y ceno escuchando la radio. Mi familia hace rato que cayó en brazos de Morfeo. ¿Y la música repetida una y otra vez durante el ensayo del coro? Duerme también, alojada en algún rincón de mi cerebro, esperando el milagro de su resurrección.

martes, 23 de febrero de 2010

Finisterre

Estoy tan cansado que se me cierran los ojos. Debería irme a la cama, lo sé, pero me aferro débilmente a los últimos minutos de este día corriente, este día único desde el comienzo del mundo, este último jalón, finisterre, el extremo más remoto de mi viaje. Debería irme a dormir, es verdad, y lo haré en cuanto haya escrito esto: vivir es un misterio maravilloso.

domingo, 21 de febrero de 2010

Domingo

Fue un domingo por la tarde cuando la humanidad recibió una señal clara de la existencia de vida inteligente en el universo, y la recibió de un modo que nunca había sido imaginado.

Fue un domingo por la tarde cuando enseñaste a tus hijos a lanzar piedras planas contra la superficie del agua en una poza del río. ¡Mirad cómo rebotan una, dos, tres veces, tres!

Fue un domingo por la tarde cuando el vigía avistó tierra. Con las fuerzas que nos quedaban nos abalanzamos hacia el puente de proa y lanzamos gritos de alegría. Fuimos enmudeciendo a medida que nos acercábamos a la isla y crecía el sonido de los tambores.

Fue un domingo por la tarde cuando el francotirador me alcanzó en la cabeza. Yo le estaba diciendo a mi compañero de patrulla que lo que más valoraba en una tía, aparte de que estuviese buenísima, era que supiese respetar mi intimidad, ¿vale? Porque todos necesitamos un espacio propio, no sé si me entiendes. Bang.

viernes, 19 de febrero de 2010

Febrero

Las cigüeñas han regresado a las decenas de nidos que sostienen las torres eléctricas que pueden verse desde la autovía. En las ramas de algunos almendros ya asoman los tiernos brotes que florecerán muy pronto. Ayer salió el sol después de muchos días lluviosos. Todavía no ha terminado el invierno y ya comienzo a echarlo de menos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Di que

Di que no es absurdo que un nuevo día termine así, tan fácilmente, como si nunca hubiera existido. Di que comprendes que el ruido que hacen las cortinas exteriores de la terraza al golpear contra el ventanal es debido al viento, di que sabes que no son las velas de un buque zarpando en la oscuridad. Di que la imagen que te devuelve la noche transformada en un espejo eres tú.