Anoche me acosté a las doce y diez con la lluvia repiqueteando en el cristal de la claraboya. Por la mañana desperté a las seis y once y estuve un rato con los ojos cerrados y el pensamiento en blanco, vacío, antes de ponerme en marcha. Esta tarde a las cuatro, después de comer, me he tumbado cubierto con una manta y he caído redondo en un pozo profundo. He dormido una hora y he tenido sueños malos, feos, tristes. Al despertar el cielo seguía siendo gris y llovía suavemente.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Los sueños de la siesta son mi principal alimento. No siempre hermosos, pero siempre turbadores.
Supongo que hoy os imitaré, excepcionalmente.
Que no te invada el gris. O no mucho, Jesús.
Hola, Nán,
para mí la siesta, a pesar de algunos malos sueños y algunos pozos profundos, es uno de esos lujos que convierten cada día normal en un día de vacaciones. Creo que la calidad de mi vida se resentiría se tuviese que abandonar esa costumbre.
¿Y te ha sentado bien, Porto? Mira que para el que no tiene costumbre es una experiencia un poco fuerte... :-)
(No mucho, no, gracias)
Publicar un comentario