viernes, 26 de marzo de 2010

Vigesimosexto día

Los viernes son especiales porque es el día que ensayo con mi coral. Algunas veces lo hago con ilusión y entusiasmo y otras con cierta desgana, cansado después de toda la semana laboral. Y lo cierto es que en más de una ocasión siento la tentación de dejarlo, sobre todo cuando tenemos un concierto a la vista. Después de diez años todavía me desasosiega tener que actuar, el compromiso que supone, y me pregunto qué necesidad tengo de pasar esos malos ratos que no me gustan absolutamente nada ni me hacen feliz. El lunes tenemos concierto y ya llevo varios días nervioso. Hoy es el ensayo preliminar, ese en el que muchas cosas suelen salir mal para que después, delante del público, salgan bien; delante del público, que me da pavor. Amo la música, me gusta mucho cantar, pero no en el escenario: cuando se acerca ese momento decisivo, ese en el que la realidad se convierte en algo sólido e irremediable, sencillamente preferiría no hacerlo.

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Son las doce y media de la noche. Hoy no he ido al Chanti a tomar una copa porque mañana madrugaremos un poco para recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que nos separan del huerto de mis padres. En el maletero llevaremos trescientos calçots que asaremos sobre una brasa de sarmientos. La globalización gastronómica ha llegado a la ribera de Navarra. Por cierto, el ensayo, para no perder la tradición antes de los conciertos, ha sido un poco desastroso. Es una buena señal.

4 comentarios:

NáN dijo...

Solo el que sabe reconoce lo milagroso de que todo al final funcione como se esperaba. Ese miedo agudiza los sentidos más sutiles hasta un estado de alerta tal que, al final, en el momento decisivo, las cosas salen como se esperaba.

Jesús Miramón dijo...

Sí, siempre o casi siempre sucede así, y para eso se ensaya y se trabaja, pero, ay, el vértigo nunca desaparece. En esos momentos yo siempre me pregunto: ¿qué hago aquí?

Luna dijo...

¿qué hago aquí?
El día que dejes de hacerte esa pregunta, sabrás que tienes que dejarlo.
No importa los años que se lleve, siempre es la primera vez ¿Verdad?
El que se pueda volar una nota o un texto - en mi caso -y que el público pueda darse cuenta, da pavor.
No me ha pasado nunca, afortunadamente. Cuando digo la última palabra del texto, me desinflo y me entra un cansancio, a veces, insoportable.

Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Hola, Luna,

eso dicen los que saben de estas cosas, que ese temor es indispensable, sin embargo conozco a personas que o bien no lo tienen o lo disimulan muy bien. La verdad es que me dan envidia.

Un abrazo.