miércoles, 17 de marzo de 2010

Decimoséptimo día

Llamo por teléfono a mi amiga. Su voz al otro lado es tan suave y preciosa como siempre. Aunque han pasado muchos meses desde la última vez la alegría de saber uno del otro hace que parezca que nos hubiésemos visto ayer. Hablamos y hablamos durante mucho rato, tenemos tantas cosas que contarnos al oído. Cuánto me gusta su voz, cuánto me gustan las palabras que se inventa, esas que sólo dice ella, cuánto me gusta su bondad sin aspavientos, su genuina y absoluta generosidad. Es mezzosoprano, una maestra en todos los sentidos, también en el que ese adjetivo tiene en el mundo de la música y, sobre todo, es una bellísima persona, uno de los mejores descubrimientos de mi vida. Se llama María y la quiero mucho. Creo que siempre la querré.

4 comentarios:

NáN dijo...

A la gente buena hay que quererla. El caso es que he encontrado un número suficiente para no quemar Sodoma y Gomorra. Está claro que Yaveh no sabía mirar.

Miranda dijo...

Yo creo que esa amiga y todos tus amigos lo que tienen es una suerte que ocurre pocas veces.
Los buenos como tu proyectan su bondad y lo impregnan todo.
Así cualquiera!!
Beso enorme y gracias por ser así.
M.

Jesús Miramón dijo...

Desde luego, Nán, quererla y disfrutarla, porque la gente buena es, junto al canto del mirlo, una de las razones más poderosas para sentir agradecimiento y gozo.

Jesús Miramón dijo...

Ay, Miranda, en fin, no sé, bueno, sí, sí sé: yo no soportaría una mínima investigación de yavéh o del FBI, no soy tan bueno como tú crees, arrostro sombras que no muestro. Pero gracias. Un beso.