lunes, 4 de febrero de 2019

Cuatro de febrero

Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.

A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.

Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.

Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.

Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.

domingo, 3 de febrero de 2019

Tres de febrero.

Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.

De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.

Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.

sábado, 2 de febrero de 2019

Dos de febrero

El fuerte viento se filtra a través de la campana extractora de la cocina. Ulula débilmente. Miro en la televisión las imágenes del frío glacial en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos. ¡Cuarenta grados bajo cero! Y mi imaginación comienza a funcionar como si un niño le hubiera dado cuerda girando una pequeña llave en mi espalda.

El mundo está cambiando a una velocidad mucho mayor de lo que se pensaba hace diez o quince años. No dudo de que nuestra especie sobrevivirá temporalmente, tampoco de que el número de sus millones de habitantes disminuirá drásticamente, a menos que colonicemos otros planetas, algo que hoy por hoy parece imposible, como imposible parecía lograr pisar el suelo de la luna. Las migraciones climáticas serán todavía más dramáticas que las económicas o políticas: cuando dejemos de poder sembrar y alimentarnos iremos allí donde podamos hacerlo, y no habrá espacio para todos. Por rápido que esto suceda casi con toda seguridad yo ya habré muerto, algo que me da mucha rabia porque me impedirá seguir mirando y explorando, que es lo que más me gusta hacer (haciendo honor a mi apellido).

Limpio concienzudamente la vitrocerámica de nuestra cocina con Vitroclen y una rasqueta, y mientras lo hago escucho el viento filtrándose a través de la campana extractora. Cierro los ojos y me imagino viviendo en un refugio, algo así como un iglú de ladrillos y hormigón armado. Después abro los ojos y caigo en la cuenta de que hoy es uno de los días más importantes en Barbastro: la Feria de la Candelera. Siempre se ha celebrado a través de los siglos desde mil quinientos trece. Con lluvia, con viento, con nieve. Esa asombrosa tenacidad me hace creer, mientras limpio, que en nuestros genes están firmemente ancladas las moléculas químicas necesarias para sobrevivir como individuos y, sobre todo, como especie. Eso me gusta pensar.

viernes, 1 de febrero de 2019

Uno de febrero

Enero se despidió con lluvia y febrero comenzó con ella aunque pronto amainó. Me gusta cómo huelen las calles mojadas. El cielo gris. Un gato que pasa entre dos coches. Abrir la agencia. Encender el ordenador mientras la pequeña ciudad despierta del todo. Ordenar mi mesa de trabajo. Levantar la persiana a las nueve de la mañana para que nuestros clientes entren y todo comience.

jueves, 31 de enero de 2019

Treinta y uno de enero

Enero de dos mil diecinueve no sabe que hoy termina. Nunca volverá a existir en el universo que nuestra especie ha explorado hasta ahora. Si un vaso al borde de la mesa cae y se rompe en diminutos pedazos de vidrio no es posible hacerlo regresar al punto de partida y lograr que se mantenga intacto. El tiempo es, exactamente, eso.

Cada día publico una fotografía en Instagram y escribo aquí, en este diario. Tanto las fotografías como los textos son del día en cuestión, no son refritos ni despensa. En eso quiero ser honesto conmigo mismo.

Es, lo sé, un proyecto creativo sin ninguna importancia, una especie de tozudez típicamente aragonesa, aunque yo sea navarro de nacimiento. Mientras no caiga en el abismo de Helm intentaré mantenerme fiel a mi propósito. Mañana haré otra fotografía, mañana escribiré otra vez. Vivo, observo y escucho. Es suficiente para mí.

miércoles, 30 de enero de 2019

Treinta de enero

Son casi las nueve de la noche y pienso: "todavía no he escrito mi entrada del día". No me agobia, son tantos años escribiendo este diario. Pero de algún modo ese pensamiento me plantea la siguiente pregunta: ¿es necesario escribir? Evidentemente no. Por eso escribo, porque no es necesario.

No es necesario dar testimonio: este acto diario es producto de mi pura voluntad. Dejar estas migas de pan en el suelo mientras me adentro en el bosque, eso sí procede de mí.

martes, 29 de enero de 2019

Veintinueve de enero

Cada latido de nuestro corazón,
incluso en las más difíciles circunstancias,
trabaja mecánicamente
para que exista otro a continuación.

De ese movimiento
se alimenta la esperanza.

lunes, 28 de enero de 2019

Veintiocho de enero

Este día común muere poco a poco, aunque tú y yo sabemos que ningún día es común. Yo, por ejemplo, antes de ponerme a escribir esta noche, tuve una conversación de vídeo-llamada con mi mejor amigo. Charlábamos y reíamos mientras él luchaba con un tronco demasiado grande en su chimenea de Girona. Me maravillan estos adelantos tecnológicos: él me veía y yo lo veía a él hasta que desaparecía en dirección al fuego y regresaba a la pantalla. En diciembre estuve allí, en su casa junto al bosque, conozco sus estancias, la esquina donde está la chimenea. Era divertido. Compartimos amor desde más de la mitad de nuestras vidas, allá por nuestros veinticuatro o veinticinco años, y digo amor porque para mí la amistad es una muestra de amor tan importante como la de la pareja o la de la familia.

Poco a poco voy aprendiendo cosas. No soy demasiado inteligente pero voy aprendiendo cosas. Poco a poco voy sabiendo qué es importante y qué no lo es. El amor, por ejemplo, sé que es muy importante, yo diría que es lo más importante de todo. No puedo concebir el mundo sin amor incluso en mi trabajo diario, incluso con personas que no conozco de nada. Es un amor diferente, claro está, pero contiene algo de ese sentimiento gratuito e ilimitado. El pequeño amor de ayudar a alguien. El pequeño amor de dar los buenos días a una vecina que lleva a sus niños al colegio cuando tú te diriges al trabajo. El pequeño amor de dar las gracias a la cajera que acaba de pasar toda tu compra por el lector de códigos de barras.

Deberíamos tomarnos más en serio lo que somos y lo que significamos para los demás. La mayoría de los mejores pequeños actos diarios no cuestan ningún esfuerzo. Este día de enero se consume. Debo acostarme si mañana quiero estar en las condiciones necesarias para trabajar. Cerraré los ojos y despertaré en otro lugar.

domingo, 27 de enero de 2019

Veintisiete de enero

Acabo de colgar el teléfono después de hablar con mi madre. Cumplirá ochenta años. A pesar de sus pequeños fallos de memoria me ha dicho: "¡Ochenta años! Todo lo que venga después es un regalo". Mi padre, de ochenta y tres, leía el Heraldo de Aragón sentado en el sofá. Lo sé porque, durante nuestra conversación, a veces le preguntaba para asegurarse de algo que me había dicho: citas médicas, revisiones, la mejoría de su última operación de cataratas, etcétera.

Le he dicho que estaba totalmente de acuerdo con ella, que a partir de los ochenta, e incluso los setenta años, cada día es un regalo. Le he dicho: "Mamá, piensa que tienes un hijo que cumplirá cincuenta y seis años, ¡cincuenta y seis años!", y se ha echado a reír, algo que me ha gustado mucho, que me ha emocionado. "¡Es verdad!", ha dicho. "¡Madre mía, tengo hijos de cincuenta y seis años!", ha dicho, (tengo un hermano gemelo).

Hemos hablado un buen rato. A veces perdía un poco el hilo de la conversación pero era ella, Natividad Arcos, mi madre. Su voz, su amor. Hemos hablado de nietos, de mi prima Nati, hija de mi tío Tomás, que murió con dieciséis años, guapa, hipi, maravillosa; hemos hablado de mi primo Bernardo Arcos, que murió en un accidente de tráfico con poco más de treinta. Si pienso en ellos todavía lloro. Tragedias.

No sé, la vida, como escribí el otro día, es algo muy raro. ¿Ochenta años? Si los alcanzo, cosa que dudo, diré como mi madre: "¡Nunca pensé que viviría tanto tiempo!". Cuatro hijos, cuatro familias compuestas por buenas personas, personas muy buenas, con principios y sin estridencias; diez nietos y nietas preciosos. A mí, si soy sincero, no me importaría morir dejando una herencia así.

sábado, 26 de enero de 2019

Veintiséis de enero

Como es sábado me he permitido una siesta tardía a las cinco que me ha devuelto a la orilla a las siete y media de la tarde. Y cuando digo orilla digo bien, porque al abrir los ojos no sabía si era por la mañana o por la noche, en una cama o tumbado en la arena de la playa como Robinson Crusoe.

El tiempo erosiona poco a poco mi cuerpo, en el exterior y en el interior, sin que me de cuenta cada minuto pero sí cada varios meses o años. Hoy estuve viendo fotografías de cuando no tenía canas ni barba y pesaba diez o quince kilos menos (aunque fumaba). Buscaba sobre todo fotos de mis hijos. Por entretenerme. Por llorar un poco -pero estoy exagerando, no he llorado. Bueno, un poco sí.

En los últimos tiempos me estoy planteando hacer cosas: volver a montar a caballo (tengo fichada una hípica en Capella, cerca de Graus), y aprender a dibujar y pintar (tengo fichada a María Maza, aquí, en Barbastro).  Hacer cosas. Me da miedo enunciarlas en voz alta porque me conozco y sé de mi  inveterada pereza, pero precisamente quiero luchar contra ella después de años de rendición.  No sé qué pasará. Aquí queda escrito en piedra analógica, como dos diminutas tablas de la ley.